Esta película se proyecta en la sección Instrucciones para un Mundo en Llamas, dentro del Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF’20).
Ilze Burkovska Jacobsen es una periodista y directora letona afincada en Noruega desde principios de los años noventa, donde casó con el también cineasta Trond Jacobson, codirigiendo ambos una productora en el país de los fiordos. Ilze está especializada en documentales, formato en el que acumula ya una buena tanda de premios en certámenes internacionales. Con suma frecuencia la cineasta letona-noruega habla de su país de origen, y de los tiempos en los que Letonia fue una república federada de la Unión Soviética.
Ese es el tema recurrente de este interesante documental entreverado de animación, My favorite war, una historia plenamente autobiográfica en la que Ilze nos cuenta su vida y la de su familia, iniciándose con imágenes ambientadas en 1974, cuando ella tenía 3 años y sus padres la llevaron ilegalmente a conocer el mar, actividad prohibida por el régimen comunista que regía en la época el país, para evitar posibles fugas por esa vía. A partir de ahí conoceremos la vida de la niña, la adolescente, la joven, evolucionando desde la entrega absoluta de su niñez, cuando la propaganda comunista pintaba la Segunda Guerra Mundial como un monumento a la heroicidad de los letones del Ejército Rojo, para, al llegar a la pubertad comenzar a tener dudas sobre la realidad de tanto engaño, aunque guardándose las opiniones para sí misma para no tener problemas, y finalmente en la juventud, cuando comience a tener no solo un criterio propio, sino también el valor para expresarlo, lo que coincidirá con la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento del bloque del Telón de Acero, con la subsiguiente independencia de las repúblicas bálticas, Letonia, Estonia y Lituania.
La película va entreverando las imágenes de animación con las fotografías de la época y también algunas filmaciones, casi todas ellas relativas a la directora, en este relato obviamente cinematográfico, o a su entorno. La mezcla de esas diversas imágenes de tan diversa procedencia resultan plausibles, gracias a un inteligente montaje que nos va mostrando la forma en la que la directora, niña, adolescente, joven, fue cayéndose del caballo en el camino de Damasco, cual Saulo, para entender hasta qué punto la educación que recibió en su infancia fue tóxica, hasta qué punto fue burdamente manipulada por un régimen que dio groseramente la vuelta a la verdad y, por ejemplo, convirtió en un episodio heroico el llamado Caldero de Curland, cuando el Ejército Rojo sacrificó a miles de sus soldados para tomar cuanto antes aquel territorio, último bastión nazi en la zona norte de Europa, y con ello poder firmar la capitulación alemana en pie de igualdad con la que se signó en Berlín.
Los personajes del film son todos de su entorno, de muy diverso jaez: el padre miembro del Partido Comunista de la Unión Soviética, un medrador aunque Ilze lo dulcifique; la madre, contraria al régimen pero obligada a trabajar en el departamento de enaltecimiento de los logros comunistas (no llamado así, lógicamente, pero esa era su tarea); el abuelo, un artista represaliado por haber tenido tierras de su propiedad cuando los soviéticos tomaron el poder; su mejor amiga, que sembrará las primeras dudas en la mente de Ilze sobre la realidad y las patrañas que les cuentan.
Parece claro que Burkovska Jacobsen evita juzgar a su padre, haciendo ver que su adhesión al PCUS no fue sino una forma de sobrevivir y de ascender en la escala social; no obstante, suena un tanto a autoexculpatorio, como la propia pertenencia de Ilze a la organización Pioneros, las juventudes del Partido Comunista letón, por cierto, con un tipo de saludo sospechosamente parecido al fascista, en un ente que recuerda a los flechas de la Falange Española.
Con un dibujo en dos dimensiones que busca deliberadamente un tono infantil, como el que podría haber hecho la propia Ilze de niña, la película se beneficia en este sentido del talento del artista gráfico noruego Svein Nyhus, creador del concepto del film, un afamado ilustrador de libros infantiles, que otorga a los dibujos un aspecto muy peculiar, a la vez antropomorfo y fantástico, menudeando los colores de tonos ocres oscuros, los grises cetrinos, la gama cromática de un país aherrojado durante décadas por un régimen liberticida.
Está bien retratada esa sensación de miedo sordo que los que hemos vivido en una dictadura (en España con Franco, claro está) conocemos perfectamente, ese miedo a decir algo que pueda poner el foco sobre ti, que pueda hacer que quien no debe mirarte te mire. Ese miedo que empezará a sacudirse con la llegada al Kremlin de Mijail Gorbachov, que será un soplo de aire fresco que comenzará a sacudir los escleróticos cimientos del régimen y, finalmente, a la separación de las repúblicas bálticas de la URSS, tras una inmensa cadena humana de 2 millones de personas que tuvo lugar en 1989.
A modo de epílogo lapidario, dice con tanta razón la directora casi al final del film, sobre imágenes de los jerarcas que reprimieron el país durante tantos años: "todos aquellos que nos arrebataron el poder de elegir, se convirtieron en astillas en el agua".
Hermosa película esta My favorite war, hecha desde las entrañas por una directora que, es evidente, tiene en su vida y en su entorno materia prima más que sobrada para estar rodando cine durante toda su existencia.
(06-11-2020)
81'