Siguiendo con su personal paranoia de contar a su manera la historia contemporánea de su país, Oliver Stone nos trae ahora un sombrío perfil, un retrato en negro de una de las figuras ciertamente más polémicas y negativas en la relación de presidentes de los USA, el boceto biográfico de Richard Nixon, coloquialmente conocido como "Dick el mentiroso", el único primer mandatario yanqui que se ha visto abocado a dimitir de su cargo. Stone juega en el filme una baza arriesgada: por una parte busca el realismo ambiental, la identificación física de actores y personajes (logradísima en Pat Nixon o Henry Kissinger), pero por otro lado nos narra las peripecias detalladas de la vida y milagros del protagonista siguiendo un ritmo sincopado, un estilo visual que se aproxima al montaje alucinado y fascinante de su anterior filme, Asesinos natos, una impronta estilística desde luego más imaginativa que real. Así, a lo largo de más de tres horas, Stone inventa "su" Nixon, cargando las tintas sobre su antihéroe, creando un personaje y una biografía a su manera, pero recurriendo -paradójicamente- a las imágenes documentales para las escenas finales, como si quisiera decirnos que en esos momentos sí estamos ante la verdad. Y finalmente en el espectador perdura la idea de un hombre crispado y sudoroso, acomplejado ante la brillantez de Kennedy, odiado por todos, un desgraciado al que nadie quiere, un perdedor al que hasta el perro de la Casa Blanca rechaza.
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