La sexualidad de los discapacitados es, generalmente, un tema tabú: también en el cine comercial. No me toques trae ese asunto a primer plano, aunque en puridad no es solo la sexualidad de los discapacitados físicos o mentales, sino de alguna manera la sexualidad de los que tienen problemas para expresarse en la intimidad de las relaciones eróticas. Realizado a la manera de un docudrama, de tal forma que es indistinguible lo que es realidad, documental puro y duro, de lo que es ficción, el experimento de la cineasta rumana Adina Pintilie, también autora del guion, es ciertamente fascinante: ante su cámara, y a modo de conductora de la línea argumental central, veremos fundamentalmente a la actriz Laura Benson, que, aunque con una filmografía relativamente corta teniendo en cuenta que empezó a trabajar en cine hace tres décadas, ha estado a las órdenes de maestros como Resnais, Frears y Altman. Laura, o su personaje, tiene un serio problema de relación personal: no soporta ser tocada sexualmente (de ahí el título del film); afronta esa (también) discapacidad con terapias sui generis como contratar a un gigoló para verlo desnudarse y que se masturbe en su presencia; también experimentará con una especie de “coach” psicológico que juega el papel de “liberador” de pulsiones sexuales reprimidas; se prestará también a confesiones íntimas con la directora, con la que habla a través de una cámara, y con la que llegará a intercambiar sus puestos; paralelamente, conoceremos las terapias sexuales que se realiza con un grupo de personas con discapacidades físicas o intelectuales, como Christian, cuya parálisis cerebral, sin embargo, no le impide gozar plenamente de su sexualidad.
No me toques es, ciertamente, un experimento, y de los más arriesgados que se puedan ver hoy día en una pantalla. Incomoda con frecuencia, y eso en el cine de hoy es una rareza, habituados como estamos a que nos ofrezcan lo de siempre, contado de la misma forma y con las mismas temáticas habituales. A su directora, la rumana Adina Pintilie, habrá que seguirle la pista porque es una osada en tiempos de pusilanimidad, y además tiene buena mano para el encuadre, para el tempo narrativo (incluso un docudrama ha de tenerlo...), y no se para en barras a la hora de afrontar temáticas extremas, como en este caso; no es su película una obra pornográfica, porque no es esa su liga: juega, por el contrario, en la de los sentimientos (literalmente) a flor de piel, en la sexualidad cargada, o desprovista, de libertad, y nos habla perturbadoramente de parafilias (sadomasoquismo, fetichismo, voyeurismo, exhibicionismo...) como un elemento más del amor: no existe el bien y el mal, le dice el paralítico cerebral Christian a su amigo Tómas, todo es mucho más complejo que eso, nada es blanco o negro. Esa es, quizá, la moraleja, si es que tuviera alguna, de esta película atípica, con una rara capacidad para convulsionar al espectador.
Film extraño, de los que zarandean por dentro, nos pone ante el espejo de la compleja intimidad del ser humano, sin ambages, sin florituras, solo los cuerpos y las mentes, las represiones y las liberaciones. Sin remilgos, No me toques es una película notable, evidentemente irregular en sus escenas (la del pagafantas que intenta librar a Laura de sus miedos a base de puñetazos en el esternón nos tememos que oculta más bien a un fantoche libidinoso que a un auténtico profesional de la ayuda psicológica), que puede producir urticaria en públicos no preparados para experimentos como este, tan arriesgado y tan al límite, y que, sin embargo, contra todo pronóstico, se llevó el máximo galardón, el Oso de Oro, en la Berlinale.
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