La nueva película de Fernando León de Aranoa insiste en indagar en submundos. Ahora es el de la prostitución, alrededor de una chica que se dedica al más viejo oficio del mundo ("es provisional", dice en un momento, como todas las que a ello se dedican) y los problemas que tiene: mantenimiento del secreto en su familia, dificultad para entablar una relación normal hombre-mujer, fantasías estrambóticas (esa fijación por ponerse tetas mayores que las que tiene)... pero pronto encontrará que las inmigrantes que se dedican a este infame oficio lo tienen bastante peor: concebirá una hermosa amistad con una de ellas, una dominicana sin papeles y con hijo en su tierra, puteada (nunca mejor dicho) por un oscuro individuo que se hace pasar por policía para chantajearla con los imposibles documentos de residencia que nunca llegan.
Hermosa película en su intratable dureza, algunas de sus escenas remueven algo muy dentro: la impresionante secuencia del restaurante con su medio novio, que deja literalmente estupefacto; el escalofriante momento del conocimiento por ese medio novio de su arrastrada profesión peripatética, realizada con un pasmoso control del lenguaje cinematográfico; las reiteradas escenas de la protagonista en su domicilio familiar, entre falsas verdades y medias mentiras; la escena de la última paliza a la dominicana, concebida como si de un thriller se tratara. Mucho y bueno, en fin, en esta película que, sin embargo, falla en su ritmo, demasiado moroso, que se detiene, regodeándose, en planos interminables de las putas más arrastradas haciendo la calle, algo que tenemos sobradamente visto en centenares de informativos y documentales televisivos, como para que ahora León nos cuente, otra vez, el cuento del alfajor.
Pero, dejando al lado esa tendencia discursiva tan propia de un cineasta comprometido y concienciado como él, Princesas es un filme hermoso y desgarrado, que habla de ese día, ese único día, en el que se puede tomar el desvío que te aleje de toda la mierda diaria: o, de lo contrario, de cómo coger el toro por los cuernos y afrontar, definitivamente, lo que se es. Un pero: ¿es normal que una chica de clase media, como esta Caye protagonista, se dedique a la prostitución? No digo que no haya casos, pero desde luego no parece representativo del perfil medio de hetaira en España. Porque, además, se le presupone un mínimo nivel cultural, al frisar los treinta años y tener una familia en la que, al menos, debió cursar la enseñanza secundaria, que para eso es obligatoria en nuestro país. Bueno, pues la chica resulta que no tiene ni idea de quien es Bill Gates...
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