Esta película está disponible en el catálogo de Netflix, plataforma de Vídeo Bajo Demanda (VoD).
Yeon Sang-ho es un guionista y director surcoreano todavía relativamente joven (cuando se escriben estas líneas tiene 40 años), cuya carrera, iniciada en 2006, se había nutrido hasta hace un par de años solo de films de animación. Sin embargo, tras hacer Seoul Station (2016), una película de dibujos animados clásicos sobre zombies, realizada con extraordinaria perfeccion y notable gradación de la tensión, rodó su primer film con actores de carne y hueso con Train to Busan (2016), que fue un exitazo de marca mayor en su país, donde lo vieron más de 10 millones de personas; si tenemos en cuenta que Corea del Sur tiene alrededor de 50 millones de habitantes, resulta que una de cada cinco personas en el país vio esa película, una cifra absolutamente astronómica.
Train to Busan se estrenó en Occidente y, como en su país de origen, tuvo también una excelente acogida, aunque obviamente, en términos comerciales, fue inferior. El film se concibió como una continuación de Seoul Station, pero con intérpretes reales, y cautivó a tirios y a troyanos, una película que supo combinar admirablemente comercialidad y mensaje; porque, aparte de la huida de los protagonistas de la persecución de los zombies, que alcanzaba unos limites de tensión insoportables, había una interesante historia interior, la de una hija preterida por un padre embebido en su trabajo, y cómo la angustiosa huida iba reparando, lentamente, los puentes caídos en una relación paterno-filial hasta entonces rota.
Este tema, el de la reconciliación familiar, generalmente entre padre e hija, parece el tema recurrente de Yeon; de hecho, también estaba en Seoul Station, con otro núcleo familiar, y aquí, en Psychokinesis, también aparece, siendo, en puridad, el verdadero tema de la película, aunque superficialmente pudiera parecer el fatuo despliegue de los superpoderes que, inopinadamente, le llegan al protagonista. Este, Seok, es un segurata vivalavirgen, que diez años atrás abandonó a su suerte a su familia (mujer e hija pequeña); la hija, Roo-mi, ya adulta, tiene un negocio de venta de pollo frito que está siendo boicoteado con malas artes por una potente corporación que quiere construir en la zona un gigantesco centro comercial; la madre de Roo-mi muere en un enfrentamiento contra las hordas de la corporación, y la hija avisa al desahogado que, entretanto, ha bebido agua de una fuente a la que han llegado efluvios de un meteorito, lo que, sin pretenderlo, le confiere poderes sobrenaturales, como mover cosas a distancia con el poder de su mente. Entonces, tendrá que usar esos poderes para luchar contra los que acosan a su hija y, a la vez, intentar recuperar su afecto perdido.
Estamos entonces ante una historia de redención, la expiacion de un hombre que no supo hacer lo correcto y al que una carambola del destino le facilitará los medios sobrehumanos para poder conseguir esa reconciliación. Por supuesto, la endeblez de la forma en la que adquiere esos poderes, e incluso los poderes mismos, no son sino un medio para llegar a lo que a Yeon realmente le interesa, la manera en la que padre e hija volverán a ser un núcleo familiar basado en el afecto, el respecto, la generosidad, la entrega absoluta.
Pero, ciertamente, Psychokinesis queda claramente por debajo de la por ahora mejor película de Yeon (al menos de las estrenadas en Occidente, que son pocas), que es, sin duda, Train to Busan. Aunque todo el tramo final del film que comentamos recuerda el fuerte ritmo narrativo y la apreciable gradación de la tensión de su anterior película con actores, lo cierto es que no hay color: Psychokinesis es claramente inferior en fondo y forma, sin por ello querer decir que no tenga valores, porque sí los tiene. Por supuesto, es inevitable recordar el evidente antecedente de la película, que sería Carrie (1976), de Brian de Palma, y sus secuelas posteriores, muy inferiores. Hay también cierta influencia de otro notable film occidental, Chronicle (2012), que trataba también de poderes sobrenaturales recibidos de forma más bien inane, aunque en ese film de Josh Trank sí que había una apreciable reflexión sobre la gestión de tales poderes, en el fondo de cualquier poder que permita decidir sobre la vida, la existencia, la felicidad de los demás.
Protagoniza Ryu Seung-ryong, cuya voz oímos en Seoul Station como doblador del personaje central de aquel film de animación, un actor que, aunque educado en la gesticulante escuela habitual en los intérpretes asiáticos de etnia chinesca, afortunadamente es más dado a interiorizar sentimientos, con lo que, al menos los occidentales, salimos ganando. Shim Eun-Kyung, que ya tenía un papel secundario en Train to Busan, aquí es coprotagonista, la hija del padre detestable, en un personaje dulce y firme a la vez. Aunque para firmeza, más bien dureza diamantina, el rol de Jung Yu-mi, una carita preciosa que esconde un lobo feroz, la cara amable del capitalismo salvaje, en la que es otra de las virtudes del film, la denuncia del poder omnímodo (y sin que este tenga que llegar de ningún meteorito: les basta con el dinero que tienen a espuertas…) de las grandes corporaciones, que ponen a su servicio a policías, soldados, políticos, jueces: los poderes del estado a las órdenes del poder del dinero: eso sí que son poderes sobrenaturales…
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