Como en el Teorema de Pasolini, también en la nueva película del autor de Ojos negros y Urga, el territorio del amor, Nikita Mijalkov, aparece un supuesto ángel en la vida de una plácida familia de la Rusia soviética de los años treinta, cuando las purgas estalinistas hacía tiempo que sembraban el terror en el país. El supuesto ángel, antiguo enamorado de la esposa, desencadenará, como su homólogo pasoliniano, una grave crisis: la chica sentirá removerse el amor en su seno; el viejo marido rememorará el remordimiento de haber enviado al joven al exilio; la hija de ambos, una niñita, se encandilará con el encanto del recién llegado. Pero éste, permanentemente vestido de blanco, no será sino un Luzbel, un ángel caído sediento de venganza.
Combinando admirablemente su habitual disección de la familia tradicional rusa, que alienta la mayoría de su cine, con la mirada hacia atrás con cierta ira, hacia los años de las purgas estalinistas, Mijalkov consigue una obra hermosa y serena, recreando bellamente una sociedad a la que aún no había llegado el horror de la Segunda Guerra Mundial, todavía confiada en el nuevo régimen comunista. Qué lejos queda esta lánguida imagen de una Rusia profunda y simple, con su microcosmos representado en la familia ingenua que desconoce lo que se le viene encima, qué lejos, también, de la actual hecatombe rusa, un país entregado al más salvaje capitalismo y a mafias de toda laya.
Quemado por el sol es una atractiva muestra de lo que cabe esperar del nuevo cine ruso, una revisitación de temas tabúes en la etapa totalitaria de la URSS. Ojalá que esa revisitación no degenere en un cine "de tazón", como en la España postfranquista, y sea capaz de denunciar, con valentía, la bancarrota moral de un Estado.
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