Esta película se pudo ver en la Sección Oficial a Concurso en el Sevilla Festival de Cine Europeo (SEFF’2015).
Amos Gitai es, probablemente, el más famoso de los directores israelíes. Está haciendo cine desde 1974, con una muy amplia filmografía compuesta por largometrajes de ficción, cortos, documentales y series televisivas. Sus temas suelen girar en torno a las problemáticas del pueblo judío desde el siglo XX hasta nuestros días: el Holocausto, la creación del Estado de Israel, las diferentes guerras libradas por éste contra diversas coaliciones árabes, la conflictiva convivencia entre las dos comunidades, judía y palestina…
En 1995 el mundo se vio sacudido por el magnicidio del primer ministro israelí, Yitzhak Rabin, a manos de un fundamentalista ortodoxo judío, al finalizar un mitin en Tel Aviv. Sobre los errores, omisiones y fallos que existieron en el operativo de seguridad que debía haber evitado ese asesinato se formó una comisión, la cual es el eje central de este Rabin, the last day, que intenta reconstruir, veinte años después, lo que sucedió realmente y por qué le fue tan fácil a Yigal Amir, el fanático veinteañero con kipá incorporado, asesinar al primer ministro.
Gitai opta por jugar con los archivos audiovisuales de la época, mezclándolo con reconstrucciones “ad hoc”, consiguiendo un grado de verismo notable, por ejemplo en la recreación del momento de los disparos y la rápida marcha del vehículo con el cuerpo agonizante del mandatario, confiriendo a la escena un notable grado de tensión y de realismo, a pesar de que, evidentemente, es una ficción, una reconstrucción de lo que se cree sucedió dentro de aquel vehículo oficial.
La película tiene su propia tesis, es cierto, pero Gitai, con buen criterio, opta por no expresarla abiertamente. Es mejor, como sucede aquí, que veamos cómo existieron inexplicables errores en el operativo de seguridad, y cómo, en un momento dado, se cita dentro de la propia comisión que todo lo relativo a uno de los supuestos autores intelectuales del magnicidio había de quedar en absoluto secreto, lo que hace sospechar que ese inductor no era precisamente inocente en cuanto a su relación con la administración israelí, en concreto con el todopoderoso Mossad, el servicio de inteligencia del Estado judío y, como es bien sabido, el más eficiente (por llamarlo con un adjetivo que se entiende perfectamente) de los servicios de espionaje del mundo, CIA incluida.
Entonces lo que se insinúa en el filme es el dilema de si estuvimos realmente ante una chapuza de los servicios de vigilancia del primer ministro, como parece que se quiso hacer creer, o si, por el contrario, esa chapuza estuvo orquestada por manos oscuras que buscaban facilitar las cosas al fanático que, con su acción, se llevó por delante la que podría haber sido una solución razonable al conflicto judío-palestino, dos Estados soberanos, siguiendo la pauta de los Acuerdos de Oslo de “paz por territorios”.
Es valiente la opción que plantea Gitai, porque no ha debido ser del agrado en su país, o al menos en parte de su país, y no digamos en la actual administración conservadora del Likud, cuyo líder y actual primer ministro, Benjamin Netanyahu, aparece con reiteración en los archivos fílmicos y televisivos de la época, con actitudes muy beligerantes hacia el presidente del gobierno de Israel en aquellos años.
Es cierto que a Rabin, the last day, le sobran minutos; podría haberse acortado algunos de los testimonios recreados de la comisión, y no se habría perdido el sentido y la intención de la verídica historia que se nos cuenta, pero también que, incluso con ese exceso de metraje, el filme es revelador, notable en su sobriedad, iluminador sobre uno de los momentos más graves del Israel moderno.
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