Santa Rogelia es la primera versión que se hizo al cine de la novela homónima de Armando Palacio Valdés, que conocería una segunda con el título de Rogelia (1962), bajo la dirección de Rafael Gil. Santa Rogelia se rodó en Italia, en los estudios Cinecittà, con doble versión española e italiana, la primera encargada a Roberto de Ribón y la segunda a Carlo Borghesio, ambos directores neófitos a los que Edgar Neville, sin acreditar, hubo de ayudar para sacar adelante el envite.
Llama la atención el tema, un adulterio en toda regla (y con prole...), y cómo la muy nacionalcatólica España de la primera postguerra (la Guerra Civil había terminado el año anterior) permitió, todavía con el ímpetu belicista de la reciente conflagración, que se rodara una historia de este jaez. Es evidente que a ello contribuyó el prestigio intelectual de Armando Palacio Valdés, autor de la novela sobre la que se basa el guion, y el hecho de coproducir con otro estado, aunque fuera la Italia fascista (no es un insulto, ése era el régimen del momento en el país, bajo el mando absoluto del Duce, Benito Mussolini); porque, en ese sentido, la Italia de los “camisa nera” no fue, ni de lejos, tan meapilas como la franquista; allí la influencia de la Iglesia, a pesar de la cercanía del Vaticano, fue muy inferior a la que logró en España la jerarquía católica.
El film plantea una historia ambientada en escenarios mineros de Asturias. Allí una joven casadera, huérfana al morir su padre en un accidente en la mina, es requerida de amores por otro minero; aunque renuente, al final, acuciada por graves problemas económicos, Rogelia accederá a casar con el hombre, que resultará ser un tipo pendenciero, alcohólico y maltratador. Herido el felón por un antiguo cortejador de su mujer, al que ha humillado en público, el médico que le atiende pronto se enamora de la joven, sentimiento correspondido pero no consumado; el marido que se cree cornudo dispara contra el doctor, hiriéndolo, y, en su huida, contra un guardia civil, al que mata. Es condenado a 20 años de trabajos forzados. Rogelia y el médico descubren su amor y se marchan del pueblo; viven juntos en Madrid, tienen una niña… pero la mujer se siente siempre como manchada por convivir adúlteramente con el hombre al que realmente ama…
Melodrama ciertamente furibundo, con los ropajes habituales de este tipo de historias en los que Palacio Valdés era un maestro, Santa Rogelia incide poderosamente en el conflicto entre amor y obligación, optando finalmente por esta última, si bien la Providencia llegará al rescate para solucionar el tema y que todo sea como debe ser… Al margen de la moraleja de la época, de un conservadurismo gazmoño que hoy resulta rechinante, lo cierto es que el film se beneficia de contar entre los guionistas con un avezado Mario Soldati y, sobre todo, con un entonces aún joven Alberto Moravia, una de las plumas fundamentales de la literatura italiana del siglo XX, que en aquel tiempo frecuentó la escritura de guiones. Así las cosas, y aunque la puesta en escena es más bien acartonada, la historia fluye con facilidad y asistimos al drama de esta pareja perfecta que, sin embargo, está lastrada por el matrimonio con un indeseable, al que la castigada mujer estará unida para siempre.
Protagoniza Germaine Montero, actriz franco-española que trabajó para Lorca y cuya azarosa vida podría ser tema más que sugestivo para una película; mujer de perfiles no especialmente ajustados a los cánones de belleza de la época, su crédito artístico fue innegable, trabajando a partir de los años cuarenta con las mejores figuras del arte en Francia. A su lado Rafael Rivelles está bien como el amante perfecto, el hombre ideal, y Juan de Landa resulta muy creíble como la bestia parda que, con su matrimonio con la protagonista, impide a toda costa su felicidad y la impele a la expiación de su culpa (visto con los ojos de aquella época, por supuesto).
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