Ángel María de Lera (1912-1984) fue durante mucho tiempo en la España franquista algo así como “el escritor rojo por excelencia”: comandante en el Ejército de la República, al finalizar la Guerra Civil estuvo ocho años en prisión, tras lo que tuvo que ejercer oficios de mera supervivencia. Más tarde comenzó a publicar en prensa, y a partir de ahí desarrolló una apreciable carrera como escritor, fundamentalmente como novelista, consiguiendo el Premio Planeta en 1967 con su obra Las últimas banderas, en lo que se pudo interpretar como un cierto aperturismo del régimen, que permitió galardonar con uno de los premios entonces ya más importantes a uno de sus más conspicuos enemigos durante la conflagración militar 1936-39 y también en la posterior postguerra.
De Lera vería llevadas algunas de sus obras al cine durante el franquismo. Así, Antonio Román filma Los clarines del miedo (1958), de ambiente taurino, bronco drama con dos toreros de muy distinta disposición, el novato, deseoso de triunfar, y el veterano, de vuelta de todo. Por su parte, Bochorno (1963), con dirección de Juan de Orduña, buscará un tono existencialista en un contexto de intenso drama generacional. En coproducción hispano-argentina se rueda La boda (1964), otra de las novelas del escritor guadalajareño, con Lucas Demare en la dirección. En Tormento (1974), la popular adaptación de Pedro Olea sobre la novela de Benito Pérez Galdós, De Lera actuará como coguionista, mientras que las última veces que en España se llevaron textos suyos a la pantalla (en este caso pequeña) sería en el mítico espacio de TVE Novela, en el que se pudo ver la versión de su novela Tierra para morir (1974) y posteriormente la de La boda (1977). Curiosamente, en los años ochenta, la televisión checoslovaca, en su sección de Bratislava, llevará a la pequeña pantalla la adaptación de su novela Hemos perdido el sol, con el título Stratili sme slnko (1981). Desde entonces, nada... La democracia española se olvidó totalmente del “escritor rojo por excelencia”...
Aunque el autor teatral José Martín Recuerda (1922-2007) vivió exiliado fuera de España, ese período fue relativamente corto (cinco años), por lo que preferimos incluirlo en la lista de los “desafectos” al régimen de Franco que permanecieron durante la mayor parte (o toda) su carrera en España bajo el régimen del general gallego. Además de dramaturgo, Martín Recuerda fue docente y ejerció tal función durante buena parte de su vida laboral. Heredero de la corriente ácida y crítica de Valle y Lorca, parece evidente que su obra no era precisamente del gusto del régimen, con el que chocó en varias ocasiones, a pesar de lo cual obtuvo en 1958 el Premio Lope de Vega. Algunas de sus obras gozaron de fama en su momento, como El teatrito de Don Ramón o Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca, pero su obra fue escasamente llevada a cine o televisión, ni durante el franquismo, como cabía prever, pero mucho menos aún en la democracia, lo que ya no era tan esperable. Así, Antoni Ribas lleva a la gran pantalla la adaptación de su drama Las salvajes en Puente San Gil (1966), que tuvo bastante repercusión, a pesar de lo cual el cine se olvidará ya absolutamente de Martín Recuerda. Solo la televisión lo adaptará todavía algunas veces, como en el espacio Siete piezas cortas, donde se podrá ver Los pasos no se pierden (1972), y dentro del legendario Estudio 1 se verían hasta tres obras del dramaturgo granadino: Como las cañas secas del camino (1968), El teatrito de don Ramón (1969), y de nuevo Las salvajes en Puente San Gil (1983). Pero después (permítannos el juego de palabras...) ya nadie recuerda a Martín Recuerda...
Carmen Kurtz (1911-1999), columnista, novelista, cuentista, viene a este apartado de “desafectos” no tanto por su postura política contra el franquismo, sino por su decidida apuesta por la mujer en un tiempo en el que las damas no se puede decir que gozaran de mucha libertad. Mujer cosmopolita que había vivido en varios lugares del mundo, esa experiencia le hizo ver la importancia de que la mujer acabara con la represión que el régimen ejercía sobre ella, recluyéndola en los papeles de madre, esposa o hija, sin permitirle realizarse como ser humano, con independencia de su sexo.
Se hizo muy popular como autora de una serie de novelas de corte infantil, protagonizadas por el personaje de Óscar, un niño, que tiene como mascota y “más mejor amiga” (como dicen los malos traductores del inglés) a una oca, Kina. Una de las novelas de esa serie, Óscar y Corazón Púrpura, publicada por Kurtz en 1964, será llevada a la gran pantalla por José María Blanco en el largometraje Óscar, Kina y el láser (1978). La otra obra de Carmen Kurtz que fue llevada al audiovisual sería su novela El desconocido (1977), con la que ganó el Premio Planeta, adaptación que se incluiría dentro del mítico espacio de teleteatro Novela. A partir de ahí, como tantos otros escritores que crearon su obra durante el franquismo, nada...
Hemos dejado para el último lugar a un escritor que combina en su persona los dos aspectos que hasta ahora hemos tratado en esta serie de artículos; y es que Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999) concitó en sí mismo ambas circunstancias: en primera instancia, durante la Guerra Civil, se alineó claramente con el franquismo, afiliándose a Falange Española, el partido que utilizó Franco como herramienta política para perpetuarse en el poder, y escribiendo en periódicos cuya ideología no dejaba lugar a dudas, como el Diario Arriba. Pero Torrente, hombre cultísimo e inteligente, se apercibió de que aquella España, la España de Franco, no era la que los españoles necesitaban ni querían, y a partir de principios de los años sesenta comienza una evolución que le llevará a estar fuera del área de “afectos” al régimen, a estar “frente” al régimen”, en lugar de “con el régimen”.
Torrente, ganador de los más importantes premios literarios en lengua española, como el Cervantes y el Príncipe de Asturias, es, a qué dudarlo, uno de los grandes escritores españoles del siglo XX: su obra, innovadora, es a la vez clásica y moderna, tradicional y rabiosamente creativa. Sin embargo, el cine y la televisión apenas si se han hecho eco de ese talento desmesurado. Participó como coguionista o dialoguista en algunas adaptaciones ajenas, como Llegada de noche (1949), Rebeldía (1954) y, sobre todo, en la seminal Surcos (1951), todas dirigidas por Nieves Conde, hasta que, ya llegada la democracia (estamos quizá ante la excepción que confirma la regla...), TVE adapta su novela Los gozos y las sombras (1982), su monumental trilogía, en una costeada serie de 13 capítulos con la dirección de Rafael Moreno Alba y un espléndido reparto de lo mejor del cine español de la época. Pero el éxito de aquella serie, que podría haber inducido a otras adaptaciones torrentianas, solo se repitió, casi una década más tarde, con la versión que Imanol Uribe realiza de la novela satírica de Torrente Crónica del rey pasmado, que en cine llevará el título simplemente de El rey pasmado (1991), de nuevo con gran éxito comercial y artístico (nada menos que 8 Goyas y casi 700.000 espectadores...), a pesar de lo cual, a partir de entonces, el cine y la televisión se han olvidado de Gonzalo Torrente Ballester, a pesar de una caudalosa obra narrativa y (algo menos) teatral.
Ilustración: Eusebio Poncela y Charo López, en una escena de la serie Los gozos y las sombras, adaptación de la trilogía homónima de Gonzalo Torrente Ballester.
Próximo capítulo: A propósito de Los renglones torcidos de Dios: los escritores durante el franquismo, olvidados en la democracia (V). Los “indefinidos”