Rafael Utrera Macías

Permitirá el lector/ra habitual de estas páginas de Criticalia que nuestra introducción a algunos artículos sobre una Carmen obligadamente literaria y prioritariamente cinematográfica se inicie con específicas referencias a una Carmen eminentemente teatral o, más concretamente, operística. En efecto, entre los próximos días 13 al 21 de junio de este 2025, el sevillano Teatro de La Maestranza acogerá la representación de Carmen, según libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévy, basado en la novela de Prosper Mérimée. Que las acciones del espectáculo se resuelvan en semejantes lugares donde sus autores situaron buena parte de los hechos añade un plus de curiosidad, no exenta de emoción, para muchos de cuantos, tras ver la obra, pasearán por los alrededores de la Plaza de Toros y las orillas del Guadalquivir, admirarán, desde muy cerca, la Torre del Oro, se adentrarán en los monumentales espacios que ayer fueron Fábrica de Tabacos y, tiempo después, espacio privilegiado para la Universidad de Sevilla. 

En esta ocasión, las representaciones coinciden, temporalmente, con la conmemoración de los 150 años del estreno de la ópera. El espectáculo del Maestranza está dirigido por Emilio Sagi, y la dirección musical corre a cargo de Karel Mark Chichón y Salvador Vázquez. Los personajes principales estarán doblemente interpretados, según día de intervención, por Elina Garanca y Gabriela Flores, quienes se reparten, equitativamente, la interpretación de Carmen en las seis representaciones programadas; del mismo modo, Piero Pretti o Alejandro del Cerro son, en escena, Don José, mientras Giuliana Gianfaldoni o María Miró interpretan a Micaela; finalmente, Dalibor Jenis o Badral Chuluubaatar encarnan a Escamillo. 

Pero aún habrá más: anticipándose en un día a la representación antes mencionada, se pondrá en escena la obra titulada “Carmen Kids”, dirigida a públicos jóvenes (recomendada a partir de los seis años), estando interpretada por juveniles actores; tendrá dos representaciones matinales los días 12 y 13 de junio y es su responsable la asociación cultural “Más que ópera”.

Ya en otoño, concretamente el 12 de noviembre, Maestranza programa una sesión operístico-cinematográfica con la proyección de “Carmen”, película dirigida en 1918 por Ernst Lubitsch con interpretación de Pola Negri. La “banda sonora” que acompañará a la proyección muda será efectuada por la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y dirigida por Nacho de Paz.


Prosper Mérimée, autor de Carmen

Prosper Mérimée (París, 1803 - Cannes, 1870) pertenece, atendiendo a su fecha de nacimiento, a la generación de románticos franceses. Estudió Derecho, cultivó el dibujo y la pintura, y se interesó por diversas modalidades del hispanismo hasta el punto de realizar numerosos viajes a España (entre 1830 y 1863) para investigar temas del pasado y convivir con el paisanaje del presente. Su condición de liberal le enfrentó al absolutismo de Fernando VII; por el contrario, estableció fructíferos contactos con los exiliados españoles residentes en Francia. Entre las grandes amistades españolas figuraron Serafín Estébanez Calderón, compañero de letras y de correrías prostibularias, y la condesa de Teba (luego de Montijo y madre de Eugenia, la futura emperatriz francesa casada con Napoleón III), orientadora y confidente en tantos temas eruditos, históricos, costumbristas. 

Entre las numerosas obras del autor relativas a España, la de mayor fama y popularidad, a la postre, ha sido Carmen, por más que en vida del escritor sólo alcanzara tres ediciones y la primera de ellas (1845) sin el cuarto capítulo, referido a la vida y costumbres de los gitanos. La erudición literaria recoge la anécdota de que esta edición, acaso apresurada, la hizo el autor por necesidades económicas y, según su propia declaración, para comprarse unos pantalones. Mayor interés tiene la carta remitida a la Condesa de Montijo donde le declara haber utilizado la historia que ella misma le contó, quince años atrás, para la escritura de Carmen, redactada en poco más de una semana. Ello ha permitido decir a comentaristas e historiadores que el trasfondo de la novelita se apoya en hechos reales incluso vinculados al entorno de la Señora de Teba. Del mismo modo, el nombre de la cigarrera aparece en la propia obra de Mérimée (Cartas de España) referido a una moza, camarera en cierta venta murciana, por nombre Carmencita, en quien se daban las características de gitana, bruja y prostituta. Tales aspectos constituyen recursos de interés para el autor incluso antes de su venida a España; en su teatro se ofrecen claros antecedentes de personajes caracterizados por su exotismo gitano o morisco, o mujeres cuya condición gitana y su temperamento poderoso les permite ejercer la brujería, en unos casos diciendo la buenaventura, en otros cantando quedamente una canción, ya fuera a una mujer, ya a un hombre.


Carmen, novela de Mérimée: estructura y argumentación

En el capítulo I, el autor se encuentra en Andalucía, en el otoño de 1830, investigando acerca del lugar donde se celebró la batalla de Munda. Sin embargo, no desarrollará sus teorías sobre tal cuestión y en su lugar contará una historia sucedida a él mismo. Acompañado de un guía, Antonio, recorre la comarca cordobesa; en un paraje frondoso se encuentra con un joven que porta trabuco en mano. La confianza del narrador para con el desconocido se torna desconfianza en el guía. Los bandoleros son motivo de conversación. En la venta donde se hospedan, el viajero solicita al hombre, llamado Don José, que cante acompañándose de una bandurria; la letra de la canción está en vascuence. Antonio informa al autor que ese Don José Navarro es el bandido más famoso de Andalucía y hay doscientos ducados de recompensa para quien lo entregue. El autor vuelve a la venta y hace saber a Navarro la inminente llegada de los lanceros en su busca. La posible traición del guía no escapa al conocimiento de Don José. La conciencia del autor se debate entre la actuación llevada a cabo y haberle dejado ganar a Antonio la recompensa.

Ya en el capítulo II, el erudito se encuentra en Córdoba donde investiga sobre Munda en la biblioteca de los dominicos. En sus paseos vespertinos por la ciudad descubre el baño de mujeres desnudas en las orillas del Guadalquivir a la hora del ángelus. Una bañista emprende conversación con el extranjero e incluso fuma el cigarrillo que éste le ofrece. El sonido del reloj del forastero llama la atención de la modistilla que se declara gitana y se presenta como “la Carmencita” dispuesta a decirle al francés la buenaventura. Éste repara despaciosamente en su belleza y rememora los atributos que los españoles exigen a una mujer para considerarla hermosa. Tras un paseo nocturno recalan en la casa de la mujer donde ella inicia unas ceremonias mágicas. De improviso se presenta Don José, intercambia frases con Carmen, y acompaña al extranjero a la calle. El reloj le ha desaparecido a su propietario. Algún tiempo después, tras haber pasado una temporada en Sevilla, vuelve a la capital cordobesa y allí los dominicos le entregan el reloj que Don José, según ellos, le había robado. Éste está encarcelado y condenado a muerte; por ser hidalgo, será sometido a garrote. El extranjero conversa con él en la celda y el navarro le pide que entregue una medalla a su madre cuando pase por su tierra.

A lo largo del capítulo III, Don José Lizarrabengoa explica al extranjero su cuna y procedencia; seminarista y jugador de pelota, no acabó el sacerdocio y tuvo que huir del país por causa de una pelea. Ingresa en el regimiento y encuentra destino en Sevilla, junto a la Fábrica de Tabacos. En ella entran las mujeres cigarreras y allí el militar conoce a Carmen, quien se dirige a él en tono desenfadado al tiempo que le lanza una flor de casia. Los rasgos de la Carmencita se van poniendo de manifiesto tanto en su físico como en su actuación. Las desavenencias entre las cigarreras concluyen en pelea; Carmen acuchilla a la compañera, por lo que es arrestada por la milicia y conducida a la cárcel. En el camino, tras conversación con Don José, se escapa; por ello, su guardián será degradado y luego enviado al calabozo. Carmen le lleva una pieza de pan en cuyo interior ha introducido una lima y una moneda de oro; el encarcelado no escapará porque su honor de soldado se lo impide. Liberado de la prisión le mandan, de facción, a la puerta del coronel, lo que le supone una humillación mayor que la propia degradación. Más aún cuando entra Carmen en aquella casa acompañada de dos gitanas y baila para los invitados del coronel. El próximo encuentro será en el figón de Lillas Pastia donde Carmen le cita. Y desde allí camina por Sevilla comprando lo que da de sí el dinero enviado por Carmen al calabozo. Entran en una casa donde pasan el día comiendo y bebiendo. La llamada del deber obliga a José a terminar el encuentro. Carmen se burla de él no sin asegurarle que le ha pagado la deuda, aunque, por ser payo, no le debía nada. 

Tiempo después, estando de centinela, Carmen le pide que haga la vista gorda ante diverso contrabando que entrará en la ciudad por las murallas. El soldado se deja ganar ante la palabrería y buenos propósitos de la gitana. Se citarán nuevamente pero el pago de ella sólo será una moneda y, ante una hipotética cita en casa de Dorotea, Carmen no acudirá en esta ocasión. La próxima será acompañada de un teniente. Éste y José, discuten, luchan; la espada atraviesa el cuerpo del militar. Y José, herido, huye a tierra de contrabandistas para incorporarse a la banda del Dancaire; pronto llega Carmen y ambos vuelven a tener vida en común. Luego se presenta García el Tuerto, marido de la gitana, escapado del presidio de Tarifa. Juntos organizan el transporte de un botín, pero son interceptados por fanfarrones andaluces; cae muerto uno de la banda.  

Carmen sigue con sus correrías. A Gibraltar va a buscarla José y allí la encuentra con un oficial inglés a quien tiene destinado para esquilmarlo. En el encuentro con García y el Dancaire, juegan a las cartas y, en dura pelea, José mata al marido de Carmen. Ésta y José seguirán haciendo su vida de bandoleros y ella le curará cuando caiga herido. En Granada acude Carmen a las corridas de toros y allí conoce a Lucas, el picador. José se pone celoso y no quiere asuntos con él. Posteriormente, Carmen asiste a la plaza de Córdoba para ver torear a Lucas. José vuelve a proponerle a Carmen irse juntos a América. Ella no acepta y asume lo que está escrito. Con la navaja de El Tuerto, Carmen recibe dos puñaladas. José cava una fosa y la entierra. Luego se entrega en el primer cuerpo de guardia aunque nunca dirá dónde fue enterrada la gitana. 

El capítulo IV, y último, constituye un ensayo histórico sobre los gitanos; su procedencia, organización, lengua, acompañado de diversas citas eruditas.


Poderío natural frente a condición social

Como literatura propia del siglo XIX, Carmen se incardinaría en el apartado de novela sentimental centrada sobre una mujer en quien se cierne el amor “fou” o los amores imposibles. El propio Mérimée contaba a la condesa de Montijo las provocaciones de las “lionnes” (leonas), mujeres de vida disoluta, atrevidas, cuyo comportamiento social no encajaba en la más ortodoxa de las actitudes. Los estereotipos de las gitanas españolas, provocadoras y libidinosas, suelen estar representadas, en la literatura, en la pintura, por su capacidad de seducción, utilizando el baile (con acompañamiento de castañuelas) y como tablao una mesa cualquiera. Esta situación, pública o privada, suele ser el inicio del acto amoroso y, en alguna ocasión, el preludio de la violencia que, antes o después, acabará en muerte. 

Dado que en Carmen su fuerza vital emana de sí misma, no de su condición social, y es el suyo un poderío natural, no es nada extraño que su recepción y entendimiento haya sido diferentemente enjuiciado por la intelectualidad de distintas épocas. Si bien el gitano fue para el romántico el equivalente al buen salvaje roussoniano, la condición libertaria y libertina de esta gitana suscitó los celos de regeneracionistas e ilustrados decimonónicos quienes vieron en ella no sólo una disoluta y una amoral sino también una derrochadora de su vitalidad, una hedonista cuyo sensualismo cerraba las puertas a prioritarias obligaciones y deberes. Por escaparse de los encorsetados registros sociales se está lejos de poder mostrarla como modelo de comportamiento social y ejemplar heroína; el fatum se encargará de castigar con una muerte anunciada el juego de amores y amoríos creados por ella misma. Por el contrario, Nietzsche la consideró ejemplo digno de su “superhombre” por cuanto su apasionado comportamiento jamás la obligaría a poner la otra mejilla, como haría cualquier buen personaje cristiano.

Ilustración: Portada de la edición barcelonesa de 1910 de Carmen, de Prosper Mérimée

Próximo capítulo: Carmen, libreto de Meilhac y Halévy (II)