Enrique Colmena

Tras glosar brevemente la obra de Orson Welles en el primer capítulo de esta serie de artículos, capítulo que titulamos Introducción, nos adentramos ya en esta segunda entrega en el tema que nos ocupa, el cine negro que hizo el gran director norteamericano nacido en el estado de Wisconsin.

No deja de ser curioso que la primera aproximación de Welles al universo del cine negro se produzca, precisamente, en un film que no está firmado por él, pero sobre el que los historiadores cinematográficos han consensuado sin lugar a dudas que, en buena parte, se trató de una realización no acreditada del cineasta. Hablamos de Estambul , en su título original Journey into fear, un film rodado en 1942, firmado nominalmente por Norman Foster, pero al que la Historia se ha encargado de demostrar que fue, al menos parcialmente, dirigido por Orson Welles. Bien es cierto que basta echar un vistazo a la película, ni siquiera especialmente esforzado, para deducir pronto que la mano del genio wellesiano estaba tras esta compleja intriga inicialmente de espías, con un conflicto entre norteamericanos y nazis en el exótico microcosmos de la capital turca en plena Segunda Guerra Mundial, una intriga que pronto deviene cuasi policíaca.

Conviene aclarar la paternidad de Estambul: se trata, en palabras de su íntimo amigo Joseph Cotten, de un proyecto eminentemente wellesiano, que lo puso en marcha e incluso dirigió todas las secuencias en las que el propio Orson aparecía como actor, en el papel del jefe de policía turco, y que dejó el resto del rodaje en manos de su fiel delegado Norman Foster. De esta forma, el conjunto no alcanza el estadio al que podría haber llegado de haber sido filmada y firmada en su integridad por el maestro de Ciudadano Kane, pero no sería ocioso recordar que otros films de Welles, como El cuarto mandamiento, sufrieron graves mutilaciones en su fase de montaje, así que no fue la primera vez que del proyecto a la película intermediaban circunstancias que hacían que el resultado no se correspondiera con lo esperado. En cualquier caso, Estambul queda como una primera aproximación a lo que Welles haría dentro del cine negro, en su variante de cine de espías, si bien hoy por hoy no se considera una película plenamente wellesiana; de hecho, ni siquiera aparece su nombre como codirector en los títulos de crédito.

Pero esa aproximación se convierte en plena conexión en la siguiente película que vamos a comentar: El extraño (también conocida en España como El extranjero), en su título original The stranger, es la tercera película acreditada como director en la filmografía de Welles, haciendo abstracción de Estambul y de otros proyectos inacabados o ni siquiera empezados, como It’s all true y el conradiano The heart of darkness, respectivamente. El extraño fue acometida por Welles en 1945 con la expresa intención de demostrar a Hollywood que era un realizador capaz de hacer cine con pocos medios, ajustándose a un presupuesto austero y a los plazos marcados para el rodaje, tras la fama de despilfarrador que había adquirido en Ciudadano Kane y, sobre todo, en El cuarto mandamiento. Puede decirse que consiguió su objetivo, pues su nueva película se rodó dentro de lo previsto y obtuvo un éxito bastante considerable, teniendo en cuenta sobre todo lo poco que costó. Se suele considerar que El extraño, siendo un film plenamente wellesiano, sin embargo carece de algunos de los elementos claves de su obra, como la megalomanía en la puesta en escena o los grandes temas. Sin embargo ello no es exactamente así; la revisión de este modesto film de Orson nos ratifica la impresión de que es una obra completamente suya, pues, aunque falten los grandes decorados, también es cierto que hay elementos típicos de su cine, como cámaras montadas en grúas que realzan la majestuosidad de algunos planos, decorados atípicos y tan curiosos como el reloj de figuras del ayuntamiento del pueblo donde se desarrollan los hechos y, en cuanto a la temática, qué mayor y más grande temática para la época, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, que la caza de un nazi del calibre y la perversidad de un Goebbels, un Martin Bormann o un Eichmann, aquí sintetizados en un crisol de todos los pecados fascistas con el nombre de Franz Kindler, el antagonista del film, ladinamente interpretado por el propio Orson.

La historia de El extraño remite a otras películas de la época, poco después de la capitulación de las potencias del Eje, cuando el conocimiento de que algunos de los más reputados nazis habían escapado de Berlín antes de que las fuerzas aliadas entraran en la ciudad hizo correr como la pólvora la especie (después largamente confirmada...) de que muchos criminales de guerra habían desaparecido para reaparecer con una nueva e inmaculada identidad. De esa premisa parte el guión del film, con un cazanazis, interpretado por el gran Edward G. Robinson, que deja escapar deliberadamente al lugarteniente de Kindler para que lo guíe hasta él. La añagaza surte efectos, y el sicario lo conduce hasta Harper, un pequeño pueblo en el estado de Connecticut, donde Kindler ha tomado la personalidad de Rankin, profesor en la escuela local, que se va a casar con la hija del más importante prohombre de la localidad, un juez del Tribunal Supremo, todo ello como fachada respetable que le permita mantenerse hibernado hasta que vuelve a sonar la hora del nazismo. A partir de este momento se desarrollará un juego de inteligencias entre dos mentes privilegiadas, la del cazanazis que intuye que el supuesto reputado profesor y yerno del juez es realmente un felón asesino de guerra, y la de éste, que utiliza todos los medios a su alcance, incluida la manipulación psicológica de su mujer, para evitar ser descubierto.

Con frecuencia se considera que El extraño es un film de espías, pero ello no es enteramente cierto; por el contrario, somos de la opinión de que esta rara película, que no se estrenaría en España hasta años después, tal vez por el alineamiento de nuestro país con las potencias del Eje durante la guerra, constituye un ejemplo de cine negro, partiendo de una situación teórica de cine de espías. En efecto, desde el momento en que el sicario llamado Meinike viaja para reunirse con su jefe Kindler, la película se torna en una obra manifiestamente negra, en un policíaco en el que conocemos al criminal pero en el que el nudo de la trama se centrará en cómo desenmascararlo. En cuanto a la cualidad de asesino del antagonista Kindler/ Rankin, es tan evidente que parece obvio citarlo: no estamos ante alguien que ha matado a una o dos personas, como habitualmente ocurre en el cine negro de la época, sino ante un auténtico asesino de masas, un hombre que ha enviado a las cámaras de gas a miles, millones de personas, en una de las más aberrantes demostraciones de la perversidad que puede alcanzar el ser humano. Por tanto, estamos ante cine negro “a lo grande”, por la magnitud del criminal y su vesánico espíritu, pero incluso también por la grandeza de su perseguidor, que no es un mero detective cualquiera, sino un “primus inter pares” entre lo más granado de la Comisión para la Persecución de Crímenes de Guerra, un purasangre de la investigación policial.

No se puede hablar de cine wellesiano sin hablar de barroquismo, de exuberancia creativa, y ello se refleja también en las películas que Orson dirigió dentro del cine negro; incluso en esta teóricamente austera El extraño, los encuadres pictóricos, la perfecta composición del cuadro, los grandes movimientos de cámara, forman parte inequívoca de un film eminentemente wellesiano, a pesar de no contar con guión del genio (sería obra de John Huston) ni tampoco con los grandes medios presupuestarios de otras películas, y que, en buena medida, acarrearían su ruina en forma de leyenda de cineasta maldito y derrochador.

El extraño se constituye, por tanto, en un ejemplo paradigmático de lo que fue el cine negro en manos de Orson Welles, que le confirió su peculiar estilo. Como no podía ser menos en un cineasta que adoraba la inteligencia, el duelo entre protagonista y antagonista se desarrolla antes en los brillantes diálogos, en las aceradas indirectas, en los incisivos enfrentamientos dialécticos, que en las escenas de acción, que de todas formas también las hay, fundamentalmente en la secuencia final, situada en la torre del reloj del pueblo que Kindler/ Rankin ha restaurado, y que se convertirá en una trampa mortal para el asesino.

En esa escena final, el criminal de guerra no morirá por el convencional procedimiento del disparo del personaje encarnado por Edward G. Robinson, sino al ser ensartado por el propio engranaje mortal que ha restaurado, en una feliz síntesis de lo que para Welles era el cine negro, un maridaje perfecto entre astucia, habilidad mental y cultismo. Porque el criminal Kindler es herido por una de las balas, sí, pero es evidente que el gran Welles, incluso en el perverso personaje que representaba, no podía morir por tan poca cosa, por el vil metal de un simple proyectil: será la acerada espada de una de las figuras del reloj la que acabará con él, al atravesarlo. Muy curiosamente esa figura del reloj es, precisamente, la de un rey, y podríamos aventurar que un rey británico, ya que en Estados Unidos no tienen reyes (con permiso del actual emperador Donald I Trump...). ¿No podría ser ese monarca, quizá, el mismísimo y shakespeariano Enrique V, con lo que se cerraría el círculo wellesiano, la muerte del villano de la película negra a manos de un personaje del autor de Hamlet? Especulaciones aparte, lo que sí parece claro es que a Welles le debió parecer demasiado mezquino para su personaje morir simplemente a tiros, y prefirió ésta otra forma de muerte, más lírica, más grandiosa, más a su altura.

De esta forma podemos establecer ya, en este El extraño, algunas de las aportaciones de Welles al cine negro: estilo barroquizante, cuando en el género lo habitual era una puesta en escena más impersonal; cultismo, con citas explícitas o implícitas a temas históricos, artísticos o literarios; y cierto gusto por la alegoría, generalmente ausente en el cine negro de la época.

Pero aún podemos encontrar otras novedades en este film que algunos reputaron, en su momento, como menor dentro de la carrera wellesiana. Ya hemos citado la leyenda urbana sobre el gran número de veces que Orson visionó La diligencia, de John Ford, antes de aventurarse a realizar él mismo otra obra maestra con su primera película Ciudadano Kane. Tal vez es menos conocido que otra de las películas que revisó en varias ocasiones, antes de rodar su ópera prima, fue El gabinete del Doctor Caligari, el buque-insignia del expresionismo alemán, que encabezaría una de las corrientes creadoras más importantes del cine mudo. Pues esa influencia parece que no cayó en saco roto en el entonces joven veinteañero Welles; de hecho, podemos comprobar en El extraño una notable semejanza estilística, en el uso de la iluminación y de las sombras, con algunos de los films paradigmáticos de esta corriente creativa. El gusto por el tenebrismo de la escuela alemana en la que autores como Robert Wiene, Fritz Lang o F.W.  Murnau crearon lo que la Historia del Cine conoce como expresionismo aparecerá en varias ocasiones en esta película de Welles. Se puede observar perfectamente ese paralelismo a través de dos secuencias: en la primera, la de Nosferatu, el clásico de Murnau, la simple sombra, pero tan espeluznante, del vampiro nos advertirá, en una premonición de gran estilo y potencia visual, de la amenaza que supone la presencia del “no-muerto” para el desprevenido humano que será atacado; en la segunda, la de El extraño, la ominosa sombra del personaje Rankin/ Kindler cerniéndose sobre el cuerpo dormido de su esposa lo que nos transmite es, también, la sórdida impresión de que ella correrá, a partir de ese momento, un grave peligro.

Se puede apreciar, entonces, un mismo tratamiento lumínico y de fotografía para dos películas teóricamente muy distintas, la primera, Nosferatu, claramente inscrita en el género de terror, la segunda, El extraño, en el cine negro. Y sin embargo, el resultado que ofrece es muy similar.


Ilustración: Orson Welles, con la figura al fondo del rey del reloj que acabará con la vida de su personaje, en una escena de El extraño (1946).

Próximo capítulo: La mirada negra de Orson Welles. “La dama de Shanghai” (III)