Enrique Colmena
Corren duros tiempos para la lírica, como decía el clásico (además de para “la económica”); no sé, sin embargo, si ello justifica la actual tendencia a revisitar, a rehacer o simplemente a copiar que se observa en los medios audiovisuales, fundamentalmente en cine y televisión. Es cierto que siempre se han hecho “remakes”, pero en los últimos años parece que de lo que se trata es de tomar una fórmula que en su momento demostró su buen comportamiento en taquilla, dar algún toque de “aggionarmento” al guión y pasar la gorra para forrarse. Por supuesto, aquí nadie habla de arte, ni siquiera de entretenimiento inteligente: hablamos de dinero, de pasta, de money, de argent. Si miramos al cine, el panorama es suficientemente claro: todavía está en cartel
Furia de titanes, prescindible revisitación del pequeño clásico de los años ochenta que, con mucho menos dinero y efectos especiales más que precarios, sin embargo conseguía una atmósfera de aventura trepidante y un nivel de grata diversión que este nuevo empeño, tan costeado, no llega ni a oler. Hace poco más de un año se estrenó la nueva versión de
Ultimátum a la Tierra, el espléndido clásico de Robert Wise de los años cincuenta; la nueva película carecía del aliento humanista de la primera (aunque pretendiera emularlo), y sus aparatosos efectos especiales no hacían sino engrandecer la talla de una película, la primigenia, que no basó su éxito en atronar al público (entre otras cosas, entonces hubiera sido imposible), sino en emocionarlo. Algunos años antes fue el turno de
La guerra de los mundos, puesta al día bajo el protagonismo absoluto de Tom Cruise, cuando en el original de Byron Haskin de los años cincuenta el rol principal recaía precisamente en las extrañas criaturas de allende los soles que nos visitaban con intenciones no precisamente pacíficas, en un pequeño/gran clásico de la ciencia ficción que apostaba antes por el desasosiego que por el gigantismo desmadrado de la mala copia cruiseana. Pero es que la televisión tampoco se libra de esta plaga de acomodamiento, de tirar de éxitos añejos para no tener que pensar en nuevas historias: en estos días hasta tres seriales se pueden ver en las televisiones españolas, todos ellos con precedentes explícitos o tácitos: en el primer caso tendríamos la nueva versión de
V, aquella serie con extraterrestres como lagartos (o viceversa…) que nos fascinó en los años ochenta; la de ahora está hecha con muchos más medios pero con una penuria creativa intolerable. Otro de los “remakes” explícitos ha sido el del culebrón colombiano
Pasión de gavilanes, uno de los éxitos más memorables en su paso por una televisión de España, que ahora ha sido rehecha, con producción y actores españoles, bajo el título de
Gavilanes, pero sin que, ni de lejos, se alcance el estado de gracia casi preternatural que alcanzó en su momento la telenovela colombiana, una obra maestra en su género. El último caso que reseñamos es de procedencia más opaca, pero también es fácil encontrar sus raíces: otra cadena española emite en estos días el serial
Gran Reserva, que apenas oculta su intención de reeditar éxitos de los años setenta y ochenta como
Dallas y
Falcon Crest, fuentes en las que bebe sin recato, en especial en esta última, adornándose, ya de paso, con tintes de “whodonit?”, de “¿quién-lo-hizo?”, no precisamente originales. Parece, entonces, que la tentación de la molicie es lo que predomina ahora en la creación audiovisual: ¿para qué imaginar nuevas historias, si ya tenemos contrastadas otras que sabemos que funcionan? Claro que, como era de esperar, repetir lo ya hecho, además sin el talento de los que lo hicieron originalmente, aboca necesariamente al fracaso más estrepitoso: véase el caso de todos los nuevos títulos citados aquí; algunos han podido tener cierto éxito en la taquilla (en el caso de las películas) o en las audímetros (en el de las series televisivas), pero pasados unos años nadie se acordará de ellos, sino de los que brillantemente los precedieron y les sirvieron de modelo. Serán entonces meros productos industriales, como una grúa, un tractor o una carretilla elevadora; y, que se sepa, no ha habido maquinaria alguna, por mucho dinero que diera, que haya entrado en la Historia…