En 1981 el director inglés Desmond Davis, perito en televisión, hizo una de sus pocas incursiones en cine; aquella Furia de Titanes es, hoy por hoy, un clásico en su género, y la carencia de ideas del hodierno cine jolivudense ha hecho que se ruede una nueva versión de aquella mítica historia sobre hombres y dioses griegos. Pero la cinta original de Davis contaba con varios elementos que la hacían inimitable: el fundamental es, sin duda, los efectos especiales del mago Ray Harryhausen, un auténtico maestro en lo suyo, cuando los F/X se hacían sin infografía (entre otras cosas porque no existía, ni había idea de que alguna vez la hubiera), todo a base de maquetas, “stop motion” e imaginación a espuertas.
Harryhausen se especializó como técnico de efectos especiales precisamente en este tipo de cine de corte mitológico, ya fuera de carácter helénico (aquel Furia… y la rodada en los “sixties”, Jasón y los argonautas, también deliciosa) o arábico (Simbad y la Princesa, Simbad y el Ojo del Tigre, entre otras); las películas con sus F/X gozaban de una impronta singular, algo que trascendía la mano del director (generalmente un buen artesano sin ínfulas creativas) para constituirse en su marca de fábrica: se puede decir que el cine harryhauseniano se caracteriza por la gran imaginación en el diseño de los monstruos y bestias mitológicas (la Medusa de la primitiva Furia… es extraordinaria, muy superior a la de esta versión renovada), y por una depurada técnica artesanal, la del “stop motion”, que otorgaba al movimiento de sus figuras un halo entre mágico y espectral.
Pero nada de eso hay en este “remake” perpetrado por Louis Leterrier; lo que en la joyita de Davis/Harryhausen era encanto de filme fantástico rodado con los medios de la época exprimidos al máximo, aquí es zurriago y aparatosidad, además con esa infame moda de los malos directores de atolondrar al espectador con un montaje tan rápido que ni el ojo humano, ni tampoco la mente, es capaz de aprehender.
Hay tres grandes escenas de acción en el “remake”: la primera es la de los escorpiones gigantes, que se desarrolla cuando el grupo de Perseo busca a las brujas de Estigia; es la peor de todas, mal resuelta cinematográficamente, con una pésima planificación y con un tema de fondo crucial, cual es la absoluta imposibilidad metafísica de que seis o siete hombres, por muy aguerridos que sean, puedan acabar con varias bestias del tamaño de un elefante y dotadas de un aguijón como la pala de una excavadora. La segunda gran escena de acción sobre la que gira la historia es la lucha contra la Medusa, un tanto estirada y, desde luego, inferior a la deslumbrante (en su sencillez) de la película de 1981. Sólo la tercera, cuando el Kraken ataca Argos, tiene talla, fuerza y consigue un elevado nivel de tensión, bien orquestada la desigual pelea entre Perseo a lomos de Pegaso (por cierto, en la mitología griega, ¿no era blanco? Es que este caballo es de un negro azabache bastante llamativo…) y las tenebrosas bestias voladoras del Hades, y la batalla final contra la inmensa bestia marina.
Otro por cierto: el Kraken es un monstruo de la mitología escandinava, por lo que aquí estamos ante una mezcla entre la mitología griega y la nórdica más bien curiosa, por no decir tirando a chocante… La película de 1981 tenía a Laurence Oliver como Zeus, y aquí a Liam Neeson (la verdad, no es lo mismo…), y entre las diosas de antaño estaban Claire Bloom, Ursula Andress y Maggie Smith, nada que ver con la Gemma Arterton con cara de pan de kilo que es la máxima divinidad femenina de la nueva versión. Además, Ralph Fiennes compone un Hades que parece tener serios problemas en las cuerdas bucales, te entran ganas de recomendarle un otorrino…
En resumidas cuentas, esta aparatosa revisitación del clásico no hace sino engrandecer el filme al que intenta remedar, aunque es cierto que, a ráfagas, tiene sus momentos de interés, además de un actor, Sam Worthington, al que habrá que seguir la pista: no en vano ha protagonizado muy atinadamente otros dos grandes “blockbusters” de los últimos tiempos, Terminator Salvation y Avatar. Lo que pasa es que aquí su personaje tenía poca “carne” interpretativa y había poco que hacer. Mención también para Mads Mikkelsen, un actor escandinavo de rostro más que peculiar que borda los personajes duros.
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