Rafael Utrera Macías

Josefina de la Torre Millares    

Perteneció a una familia de la burguesía ilustrada con marcadas vinculaciones literarias y, más ocasionalmente, con las musicales. Sus poemas aparecieron ya en publicaciones de los años veinte: en 1927 “Versos y Estampas”, prologado por Pedro Salinas; otras publicaciones posteriores fueron “Poemas de las Islas” (1930), “Marzo incompleto” (1968), “Mi sinfonía rosa” (1969), etc. Bajo el pseudónimo de Laura de Cominges firmó varios títulos como “Alarma en el distrito Sur” (1939), “¿Dónde está mi marido?” (1943), “Memorias de una estrella” (1954), etc., en la colección “La novela ideal”. En esta última, una periodista encuentra el diario inacabado de una actriz, retirada ya y felizmente casada. Con el lenguaje propio de la literatura popular, la autora  traza un panorama crítico sobre el mundo del cine y su evidente superficialidad; los procedimientos para llegar a ser primera actriz están reñidos con aptitudes y cualidades, sabiduría y conocimiento, mientras, al contrario, las falsas amistades combinadas con interesadas relaciones sentimentales elevan a cualquiera a la categoría de estrella; el visón y los diamantes decoran los intereses de una fauna cuya tarea es mantener activa la llamada “fábrica de sueños”.


Portadas de Primer Plano

En el tránsito del mudo al sonoro, Josefina tuvo la oportunidad de trabajar con su hermano Claudio en los estudios franceses de Joinville, donde intervino en la sonorización de las versiones cinematográficas para los países de habla hispana. Posteriormente, en la revista “Primer Plano” dejará recuerdo de su actividad y experiencia en el artículo “Aquellos tiempos de Joinville”. Será, precisamente, en esta publicación, dirigida entonces por Adriano del Valle, donde su nombre y su figura, bajo marcado carácter cinematográfico, se ofrecerá tanto en su modalidad de colaboradora como de estrella, capaz, incluso, de aparecer en la mismísima portada. 


Teatro 

Como actriz, al margen de la locución en doblaje y radiofónica, actuó en las compañías de los teatros “María Guerrero” y “Español”. En el ámbito cinematográfico, entró en el estrecho mundo del cine español de los años cuarenta, en plena autarquía socio-económica, orientaciones culturales falangistas, riguroso control nacional-catolicista y vigilante censura político-eclesiástica. Lo hizo de la mano de su hermano Claudio, quien por su novela “En la vida del señor Alegre” había recibido el Premio Nacional de Literatura en 1924. Contratado por la firma americana Paramount, fue enviado a los estudios franceses de Joinville como adaptador y supervisor de diálogos para aquellas producciones, dobladas al español, que se hicieron en los inicios del cine sonoro. En tal circunstancia pudo dirigir su primer film, Pour vivre hereux (1931) y, tras la guerra civil, Primer amor (1941), La Blanca Paloma (1942) y Misterio en la marisma (1943).   


Filmografía de una actriz


Las interpretaciones cinematográficas de Josefina de la Torre comenzaron en 1941. Su intervención como cantante en Primer amor, una adaptación de la obra de Iván Turgeniev realizada por Claudio de la Torre y Manuel Tamayo (producida por Manuel Hernández Sanjuán para “Hermic Films”), en la que intervendrían amigos de la actriz como Tony D´Algy y Luis de Arnedillo. Al parecer, en este primer encuentro con el cine, Josefina tuvo que ayudar al director, por enfermedad de su primo Bernardo, a la sazón habitual ayudante de dirección de Claudio. Seguidamente, en 1942, la actriz intervendría en otro papelito con frase, ahora como enfermera, en La Blanca Paloma, igualmente dirigida por su hermano, versión cinematográfica de la novela de Alejandro Pérez Lugín “La Virgen del Rocío ya entró en Triana”; los principales papeles fueron desarrollados por Juanita Reina y Tony D´Algy en esta producción de “Exclusivas Diana”. Y en el mismo año, bajo dirección de Julio Flechner, interpretó el papel de Madre Sacramento en el film Y tú, ¿quién eres? (1942), cuyos actores principales fueron José Nieto y José María Seoane, junto a Olvido Guzmán y Maruja Asquerino entre las intérpretes femeninas. 


Misterio en la marisma, argumento y guion de Claudio de la Torre

El argumento original de Claudio de la Torre comienza mostrando una suntuosa mansión donde vive la condesa Vera, así como otra bien distinta donde un quinteto musical femenino ensaya con Arlette (Josefina de la Torre), su profesora. Por su parte, Carlos y José Luis Almenares, padre e hijo respectivamente, pueden presumir de ser las mejores escopetas en el arte cinegético, como así se les reconoce en el Tiro de Pichón sevillano. El segundo es hombre meditabundo y neurótico que se pasa la vida retirado en el paisaje marismeño. A su finca del coto onubense acuden distintos invitados, entre ellos, la señora Linford, condesa polaca, admirada por Carlos y de quien José Luis se enamorará al primer golpe de vista. 

Allí coincidirán Arlette y su amigo Max junto a un tío de Vera y otros personajes secundarios; no faltará el humor andaluz del gordo Juan. El paisaje de la marisma se nos muestra con detalle tanto en su fauna salvaje como en la flora de desiertos, playas y praderas; el paseo a pie o a caballo se combina con la caza del ciervo y otros alicientes sorprendentes para propios y extraños. La fiesta no podrá prescindir de una sesión de baile flamenco.  

El robo de un collar de la caja fuerte desencadena una situación comprometida para unos y otros. Arlette y el supuesto tío de Vera resultan sospechosos pero lo peor es la crisis que supone en la relación de José Luis y la condesa, ya que éste parece más preocupado por el objeto robado que por las circunstancias y sentimientos de la amada, más aún cuando ella entrega a Carlos el collar que, como luego se verá, es el auténtico y original y no la copia que siempre ha estado depositada en la caja fuerte. La conversación entre Carlos y la condesa con ocasión de un cuadro familiar aclara para el espectador el común origen de una y otra familia y los sucesos desarrollados un siglo antes, los cuales tienen su efecto en el estado anímico de José Luis. La recuperación de los sentimientos amorosos entre ambos pone fin a una larga historia no sin antes detener al ladrón del collar y a su cómplice por parte del supuesto tío de la condesa, realmente un policía cumpliendo con sus obligaciones profesionales.


Josefina de la Torre en Misterio en la marisma: el personaje de Arlette


En el inicio de la misma película, concretamente en la segunda secuencia, se nos presenta al personaje de Arlette. Es la directora de una orquestina de señoritas formada por saxo y piano, guitarra y cello, además de un jazz-band que pone ritmo adecuado a la composición. Ensayan una canción en esta clase particular donde la profesora parece estar más pendiente de cuanto ocurre en el exterior que de mejorar la interpretación del conjunto. En efecto, lo sucedido en la calle, observado desde la ventana, la obliga a terminar la sesión y despedirse de las chicas.

En otra dependencia del mismo apartamento vemos a su amigo Max que, sentado sobre la cama, se toca las heridas producidas por el vehículo que lo ha atropellado en la calle. Se culpabiliza de lo ocurrido dado su estado de embriaguez y se lamenta de su mala situación. Arlette le contesta aludiendo a su pasado con orquesta prestigiosa, a su cansancio actual, al frío en ese país helado, a su presente insatisfacción vital. Los billetes que Max le muestra y la inmediata vuelta a una España soleada animan a la mujer a acompañarle en una nueva y oscura aventura.

Otra diferente secuencia, situada a pleno día en el Tiro de Pichón sevillano, nos permite oír la voz de Arlette, vocalista única en una orquesta profesional mientras se suceden diversas escenas propias del lugar donde actúan los personajes. La imagen de la cantante se mueve al ritmo de la canción y la letra de ésta nos informa de ciertos paralelismos entre la naturaleza y la vida, precisamente, cuando “el sol, dominando el cielo, va marcando mi camino”, momento en que “el mundo no me importa nada”.

Ahora, en el interior del recinto, el nocturno baile de sociedad es la ocasión en que se conocen unos y otros, nativos y foráneos, la condesa Vera y los Almenares, padre e hijo. Arlette vuelve a cantar con otro traje y otro ritmo mientras las cotillas oficiales, señoras o señoritas, clavan sus miradas en el buen mozo y mejor partido o, por el contrario, en la extranjera que, por serlo, no merece sus simpatías. La situación termina, en el descanso del baile, cuando “el barón” presenta Arlette a Rigalt, y todos se reúnen para ver bailar a Lolita Flores y taconear sobre una mesa al niño Terremoto, ambos con sones flamencos.

Las escenas de sociedad, ambientadas por la música, dan paso a la comicidad de una secuencia donde Arlette y Rigalt, circulando en automóvil por el coto, soportan la avería del vehículo, la embestida del jabalí y la palabrería insolvente de Juan, “el gordo”; todos acaban en el palacio, sedientos y cansados, aunque, afortunadamente, pudiendo contar la aventura.

Max, el “barón”, y Arlette se citan furtivamente: él le solicita un plano del edificio y ella argumenta enérgicamente que, junto a él, correrá el último y definitivo riesgo. Nueva canción de Arlette acompañándose del piano mientras se suceden los hechos en torno a la caja fuerte y al collar. Tras las pertinentes averiguaciones, identificadas la joya falsa y la verdadera, detenido “el barón” por el tío de la condesa, en realidad, un policía en acto de servicio, Arlette, sólo suspira por el collar falso, como, metafóricamente parece aludir a su propia vida.

En el cuadro de cuatro personajes, dos a dos actúan y funcionan antitéticamente. Vera, la condesa, y José Luis, representan la pareja blanca, en quienes, resuelto el enigma y la confusión, la vida está dispuesta a sonreírles desde una desahogada posición social; Arlette y Max, por el contrario, simbolizan la mala suerte, el ser víctimas de sí mismos acaso por querer situarse en un estatus social que el mundo no está dispuesto a permitirles.

La interpretación de Josefina de la Torre funciona en dos niveles distintos: de una parte, como la cantante profesional, agraciada de imagen y voz; de otra, la mujer condicionada por las exigencias de un hombre cuyas aspiraciones no van más allá de cualquier ladrón de guante blanco.

Josefina de la Torre, en posteriores etapas y ya en pleno dominio social de la televisión, actuó en las populares series “Historias para no dormir” y “Anillos de oro”, entre otras, así como en el prestigioso espacio “Teatro de siempre”.


Mujeres “cineastas” de la generación del 27. Síntesis

Los tres ejemplos historiados, Concha Méndez, María Teresa León y Josefina de la Torre, permiten ver cómo un activo grupo de mujeres, pertenecientes a la generación literaria del 27 o a la promoción de la República, tuvieron activo papel en la vida cultural española del primer tercio del siglo XX y mantuvieron el ejercicio de sus respectivas creatividades ya fuera dentro de la España franquista como, víctimas del exilio, alejada de ella. Entre esas habilidades artísticas, el cine tuvo un lugar preferente, tanto desde los ámbitos literarios como desde los interpretativos. 

Sirvan estos artículos como homenaje a María Teresa León y Concha Méndez, por mantener, en su prolongado exilio, el interés por una literatura cuyo destino sería su proyección en el “lienzo de plata”. Y a Josefina de la Torre, en su doble condición de escritora cinematográfica e intérprete de una peculiar filmografía del cine español.

Ilustración: una imagen de Josefina de la Torre