Enrique Colmena
La llamada Ley Sinde, que en realidad no es sino la disposición final segunda dentro del Proyecto de (esta sí) Ley de Economía Sostenible (nada que ver con las suaves gasas de Victoria Secret, aunque pudiera parecerlo…), ha sido tumbada en el Congreso de los Diputados, como todo el mundo en España sabe (y fuera de España nadie, salvo quizá en el Pentágono…), con lo que se ha abierto una guerra, aún incruenta, entre internautas y creadores.
Es cierto que tendrá que llegarse a un acuerdo, algún tipo de consenso, entre unos y otros, porque es verdad que no es razonable que los autores no cobren por las obras que crean. Pero también es cierto que, hoy por hoy, no se pueden poner puertas al campo en Internet, y que el ciberespacio es el lugar de mayor libertad que existe en el planeta Tierra a día de hoy. Es verdad que hay mucha basura, pero también muchas cosas interesantes, y es cuestión de saber elucidar que es una cosa y su contraria.
Pero, a los efectos de lo que aquí nos traemos entre manos, lo cierto es que parece lógico que se acabe con la impunidad de quienes negocian con el talento de los otros; ojo, no estoy hablando del internauta que se descarga la película o la canción, sino del que tiene un página de intercambio y se pone las botas con los “banners” o anuncios que cobra a precio de oro, o de las operadoras de telefonía y sus saneadas arcas a cuenta de las descargas de ADSL.
Pero en este tema creo que no se ha hablado de algo que me parece fundamental: en el caso hipotético de que se llegara a promulgar algún tipo de legislación (y se aplicara, que ésa es otra, en el país de las miles de leyes que nadie cumple…) que impidiera las descargas de material artístico en Internet, no por ello los cines iban a incrementar sus recaudaciones, ni se venderían más DVDs, ni las ventas de CDs subirían como la espuma.
A ver si nos enteramos que hay un grave problema con los precios de este tipo de productos culturales: no es de recibo que ver una película cueste más de 6 euros por cabeza (aún más si es en 3 Dimensiones), o que un DVD o un CD cuesten más de 12 euros. Si se acaba con las descargas ilegales, la gente no va a volver al cine, entre otras cosas porque hoy no se gastan 6 euros (12, si hablamos de una pareja, el tándem habitual asistente a una proyección) en un entretenimiento que no llega ni a las dos horas.
Miren, hay datos incuestionables: en España, desde hace un par de años o tres, se celebra una vez al año la llamada Fiesta del Cine. Los espectadores que compren una entrada cualquier día de ese fin de semana tendrán opción a ver, durante el lunes, martes y miércoles siguientes todas las películas que quieran, a un precio de 2 euros por sesión. Pues bien, cada vez que se hace una de estas Fiestas del Cine, el éxito es arrollador: la asistencia a las salas se incrementa, tanto en los fines de semana (para comprar la entrada que da opción a las otras a precio muy inferior) como en los tres días siguientes.
Otro ejemplo, que conozco de cerca: en Sevilla, durante el llamado Sevilla Festival de Cine Europeo, se venden abonos a 20 euros, que permiten ver hasta 27 películas del certamen, lo que supone que ver un filme cuesta unos 74 céntimos de euro. Estamos hablando de cine europeo en versiones originales con subtítulos en español; hablamos de cine de nacionalidades que difícilmente llegan a España (cine rumano, búlgaro, checo, polaco, ucranio, bielorruso…), y sin embargo las salas están llenas de público que, ¡oh, milagro!, no sólo asisten a las proyecciones sino que aguantan hasta el final, sin salirse. Sin embargo, el único complejo de la ciudad que da ese mismo tipo de cine (perdón, el mismo no, uno que, siendo en versión original también, sin embargo es mucho más comercial), durante todo el año mantiene un nivel de asistencia bastante moderado, por ser suave en la expresión.
Así que la cuestión no es prohibir las descargas: de esa forma no volverá la gente al cine, ni a comprar DVDs ni CDs. Lo que hay que hacer es, desde ya, abaratar los precios de películas y música, y ya verán como la gente vuelve.