Rafael Utrera Macías

Los comienzos teatrales de los hermanos Álvarez Quintero se sitúan en 1888 con el estreno de “Esgrima y Amor”, pieza denominada “juguete cómico”, y se prolonga a lo largo de medio siglo, cuando se produce la muerte de Serafín en 1938. Con posterioridad, las obras que Joaquín escribió en solitario siempre se editaron con el nombre de ambos hermanos. El balance que ofrecen sus escritos sobrepasa las doscientas piezas teatrales que, en terminología teatral de la época, reúne juguetes, entremeses, sainetes (con o sin música), zarzuelas cómicas, apropósitos, pasos de comedia, pasillos, poemas dramáticos, comedias (de uno a cuatro actos) y dramas.

Evidentemente, esta cuantiosa producción era considerada como materia de inmediato consumo y se regía por reglas de hierro donde el gusto del público se convertía en ley y, consecuentemente, las mínimas variaciones internas estaban aprobadas por el espectador. Los parámetros que regían la estructura de la obra, del entremés a la comedia, solían repetirse bajo sus habituales etiquetas estéticas y mentales, de manera que la pieza ya cómica, ya dramática, se sustentaba sobre un “realismo naturalista ingenuo”, esmerándose por ofrecer una visión entre amable y benévola de la vida donde “el conflicto”, en sus modalidades dramáticas, o, menos aún trágicas, queda radicalmente descartado; por el contrario, situaciones, tipos y costumbres se localizan, con prioritaria procedencia, en el entorno geográfico de Andalucía, donde la capitalidad de Sevilla es espacio preferido para el desarrollo de la acción.

Consecuentemente, el lenguaje utilizado será el andaluz, aunque distinguiendo entre un diferente manejo de estructuras sintácticas o léxico y vocabulario en función del posicionamiento social del hablante, ya sea burguesía media o proletariado urbano, con sus correspondientes variaciones personales; en cualquier caso, la localización del suceso y cuantos personajes concurran en él, derivará en una morfología y en una semántica en estrecha relación con el lugar geográfico donde concurran los hechos y las condiciones sociales de los hablantes.

Dicho esto, la obra de los Álvarez Quintero ha sido, durante muchos años, elogiada y admirada por sus lectores y espectadores, fieles seguidores de los mismos; de entre ellos, profesionales de la investigación y de la crítica han formulado, con conocimiento de causa y nobleza literaria, una lectura positiva del conjunto de su obra; consecuentemente, el elogio a su trabajo, a su modus operandi, a su éxito público tanto en España como fuera de ella, junto a otras precisiones relativas al estilo y a la estructura de la pieza, han sido analizadas con generosos ojos críticos formulando los valores positivos, tanto formales como de contenidos, encontrados en la voluminosa obra de los autores de Utrera.  

Por el contrario, otro amplio sector de críticos e investigadores se han mostrado severos detractores de la “ópera omnia” de estos andaluces justificando sus opiniones no sólo en los modos de estructurar la obra, elaborar la idiosincrasia de los personajes, mantenerse distanciado de cualquier planteamiento socio-político o inyectar a los personajes las suficientes dosis de conservadurismo para que no chirríen a los ojos de sus habituales espectadores o lectores. Veamos, a continuación, aseveraciones de uno y otro tipo.  


Opiniones positivas de la obra quinteriana: de “Clarín” a Cernuda

En la obra “Andalucía en los Quintero” (Escelicer.1956), su autor, Anselmo González Climent, sitúa a estos autores andaluces, muy lejos de cuantos están incluidos en la nómina del 98; por ello escribe: “La sombra del noventayochismo, la pesadumbre del juicio histórico del 98, no cunde dramáticamente sobre la espiritualidad de los Quintero. Conscientes, sí de la radiografía ética, histórica e intelectual que de España extraen hombres como Unamuno, Ganivet, Azorín, Maeztu, no creyeron o no se adoptaron a este tipo de miraje racional y a veces filosófico”. Y, a continuación, valora la aportación quinteriana con estas opiniones: “Optaron por acogerse, no como se ha dicho a un optimismo gracioso, de espaldas a la realidad, sino a pintar y desparramar sobre las tablas del teatro español un gesto de contrapeso, un aire de reconfortación sensitiva, una luz compensatoria” (pág. 223).

Dice Francisco Ruiz Ramón, autor de “Historia del teatro español” (Alianza Ed.) que el teatro quinteriano, al igual que el de Arniches, nace del sainete finisecular, al tiempo que siguieron la dramaturgia de Benavente. Por el primer aspecto mencionado, “acertaron a renovarlo interiormente, insuflándole nueva savia, purificando, temática y estilísticamente, el género chico de su sal gruesa y mostrenca, del retruécano fácil y del chiste grosero, y sustituyendo en él progresivamente la mecánica de la comicidad  grotesca a la que tendía y el estereotipo populista, cuando no populachero, por el limpio cuadro de costumbres andaluzas, en donde buscaban menos la risa a todo trance que la emoción, aunque esta fuera de no muchos quilates y rara vez pura de sentimentalidad”. Y, en relación a la herencia benaventina, “elevaron el nivel literario del diálogo, que desplazó a muy segundo término la primacía del argumento enrevesado y de la intriga melodramática” (II. 54).

En 1897, cuando el cinematógrafo se disponía a nacer, los Quintero estrenaron sus primeras piezas de ambiente andaluz, “El ojito derecho” y “La reja”. Leopoldo Alas, “Clarin”, el autor de “La Regenta” y máxima autoridad en materia crítico-literaria, saludaba de este modo a los comediógrafos andaluces: “Traen una nota nueva, rica, original, fresca, espontánea, graciosa y sencilla muy española; de un realismo poético y sin mezcla de afectación ni de atrevimiento inmorales. Tanto valen que vencen al público por el camino más peligroso, huyendo de servirle el mal gusto adquirido; dejando el torpe interés del argumento folletinesco o melodramático por el que despierta la viva pintura de la vida ordinaria en sus rasgos y momentos expresivos y sugestivos”.

Y el novelista Gonzalo Torrente Ballester, analista consumado del arte de Talía y firmante del volumen “Teatro Español Contemporáneo” (Guadarrama ed.), alude en varias ocasiones a los hermanos andaluces para referirse tanto a “Don Juan, buena persona”, como a “El amor que pasa” o “Malvaloca”. “Los hermanos Álvarez Quintero son los más consumados constructores de comedias de nuestro teatro moderno. Hay actos que son verdaderos prodigios de movimiento, hay comedias enteras que fluyen suaves y vivas, sin nada forzado, sin entrada convencional, sin una palabra de más. Poseían el sentido de la acción y el diálogo, aunque no hubiera acción, y el diálogo fuera puro espejismo. Cuando nos hayamos hartado de apedrearlos con nuestras acusaciones, tendremos que reconocer su maestría. Tuvieron más oficio que nadie; muchas veces, su teatro no es más que eso, oficio” (274). Y, en otro apartado de la obra, Torrente escribe: “Valle Inclán llama a los Quintero “esos barberillos sentimentales”. “Pero el teatro de los Quintero triunfa durante cuarenta años, y el de Valle no conoce un solo éxito” (72).

Y Luis Cernuda, tras pasar por una etapa en la que la obra quinteriana no le interesaba e, incluso, en el Madrid de la preguerra civil, asistió, acompañado de amiguetes, a ver la representación de “El patio” con el exclusivo propósito de burlarse de ella. “Pues no hubo tal” –sentencia-, “salí encantado con la obra y los autores”. A este respecto, reconoce que, durante mucho tiempo, alentó su “gusto y simpatía hacia algunas comedias cortas de la primera época…, mi disgusto hacia el resto, también”. Y, seguidamente, reconoce que “Todo o casi todo lo que escribieron los Quintero tiene algún interés, al menos para mí, pero no todo tiene valor igual”. Admite que “la observación de la realidad es en ellos aguda, y deliciosa su representación dramática de la misma, pero la vicia en ocasiones el optimismo pueril y a priori con el que pretenden idealizarla”. La falta de argumento o, mejor, el desplazamiento en la rotación de su eje… era un cambio considerable en la concepción y técnicas dramáticas según el teatro de los Quintero (…)”. De ahí, su parentesco estético con Azorín, por cuanto uno y otros ofrecen “los primores de lo vulgar”. La técnica quinteriana se apoyaba “sobre algo muy ligero”: una nonada graciosa. De ahí nacen algunas de las comedias como “El Patio” o “El centenario”, “La escondida senda”, “El Amor que pasa”, cuya situación dramática plantea un lugar y su ambiente humano o un personaje y la emoción que de su existencia emana” (“Prosa”. Barral Ed. pág.1009)

Por su parte, el dramaturgo Francisco Nieva, autor, entre otras obras, de “La carroza de plomo candente”, defendía en un artículo periodístico de 1984 (ABC.16. Mayo) a los comediógrafos andaluces. Su título: “Nueva defensa de los Quintero”. Tras aludir a Cernuda como defensor de sus paisanos, remite al libro de Henri Pérès, ya en traducción española, “Esplendor de Al-Andalus”, con el cual se puede entender mucho mejor el teatro quinteriano, pues le hace reflexionar “que los Quinteros fueron legatarios de una tradición poética muy antigua, ya tópica, el propio ideal estético del pueblo andaluz bastante antes de cristianizarse”. Y de aquí, sigue rotundamente afirmando que “la impresión que se saca es la de un ideal de vida, un placer sensorial y un gusto por la evasión tanto como por el abandono, que es casi remedo del mejor mundo quinteriano. El ideal de vida de un arábigo-andaluz era lo más parecido a esa entrañable postal, coloreada con luces de zarzuela, que es el buen teatro de los Quintero”.


Opiniones negativas sobre la obra quinteriana: de Valera a Monleón

Ramón Pérez de Ayala publicó, en 1916, un conjunto de artículos donde analizaba la esencia y características de la obra quinteriana. Tanto su desarrollo como sus conclusiones desarrollaban un excelente conocimiento de la materia analizada y aun haciéndose caso a las habilidades que, de diverso tipo, los hermanos de Utrera dominaban, el comentarista/crítico acumula los aspectos que no le convencen, así estima que “la preponderancia del ambiente, su excesiva gravitación, empequeñece a los personajes, los hace degenerar en entes pasivos, los sujeta a la condición de tipo, ligeramente diferenciados entre sí por accidentes pintorescos (…) Todos piensan y sienten y aun hablan por manera idéntica. Oyendo a uno, se les oye a todos, si no fuera por el accidente casual que es el estribillo, bordoncillo o exclamación de que cada cual se sirve”. Y en particular referencia a los abundantísimos personajes que pululan en el universo quinteriano, Pérez de Ayala estima que “son criaturas en quien el acervo espiritual de afectos, sentimientos e ideas jamás rebasan el nivel de lo común y acostumbrado (…); hay buena y variada copia de pintorescos tipos, acaso algún temperamento, pero no caracteres”. Y concluye que “en el teatro de los Quintero se encuentran “contrariedades” pero no “conflictos”.

Por su parte, Juan Valera (muy leído en estos puntos por Cernuda) en las distintas cartas dirigidas a amigos (obviamente, con posterioridad, publicadas) comenta algunas obras estrenadas en Madrid a principios de siglo. En referencia a “El Patio” y a “Las flores” expone que el argumento, que suele ser muy sencillo, “peca de tan desligado que apenas tiene enredo y por consiguiente tampoco puede tener desenredo o desenlace”. En alusión a “Pepita Reyes”: “Lo que se echa de menos, como en casi todas las obras dramáticas de ambos hermanos, es una acción interesante y única, que progrese sin parar y se desenvuelva y corra creciente a su desenlace. Hay conversaciones enteras, chistes a puñados, lances y hasta personajes que nada, absolutamente nada, tienen que ver con la acción y que lo mismo podían estar en esta comedia que en otra cualquiera”. ¿Ningún elemento positivo encuentra Valera en estas obras? Sí, reconoce que los diálogos son “animadísimos y graciosos”, el lenguaje, “propio y peculiar al pueblo”, las figuras, “bien trazadas y llenas de verdad”, y en el color local se destaca “la luz clara, brillante y poética de Andalucía”.

Con posterioridad, José Monleón, desde precisos posicionamientos sociales, y, “al margen de cualquier virtud de los populares escritores”, estima que “la Andalucía de los Quintero, ha triunfado y se ha impuesto en la medida en que ha sido la imagen más plácida y confortable de España. Sol, alegría, euforia…y unas relaciones patriarcales entre amos y criados, eran tiempos de anarquismo y de hambre, de gitanos y guardias civiles, de grandes terratenientes y duro jornal, un opio impagable. Junto a las noticias reales sobre la banda de la “Mano Negra”, la Andalucía clara y feliz de tantas obritas era un valioso antibiótico. Esto explica su éxito”. Y, por si no quedaran claros los motivos anteriormente expuestos, precisa la idea subrayándola de este modo: “El cliché andaluz, en definitiva, ha operado de un modo casi milagroso. Ha hecho felices a muchos pobres y ha tranquilizado a muchos ricos”.


La investigación de un especialista: “El teatro de los hermanos Álvarez Quintero”, de Mariano de Paco

Más allá de los ejemplos arriba seleccionados, tanto a favor como en contra de la literatura quinteriana, hacía falta, en nuestros días, un volumen que, desde una prolongada experiencia en la investigación teatral, hiciera un acercamiento, tanto en extensión como en profundidad, a la celebérrima y popularísima obra de los hermanos nacidos en Utrera. “El teatro de los hermanos Álvarez Quintero” es un volumen de 246 páginas cuyo autor es el catedrático de Literatura de la Universidad de Murcia Dr. Mariano de Paco, un especialista en estudios teatrales y autor de numerosos trabajos que van desde Benavente a García Lorca, desde Miguel Hernández a Alfonso Sastre. El rigor analítico y la profundidad investigadora se unen a, tal como puede leerse en el prólogo, “la más completa información y el más sistemático análisis crítico que hasta el momento se ha hecho sobre ellos”.

El autor, analiza tanto aspectos biográficos como los distintos bloques de su teatro popular, desde el género chico a las comedias, desde los dramas a las adaptaciones, y ello sin olvidarse de la recepción que el teatro quinteriano tuvo en su época como tampoco de la valoración que su obra ha tenido desde la postguerra hasta la época contemporánea. Haciendo su propio balance final, el investigador estima que “no son merecedores los comediógrafos sevillanos del olvido al que se les somete porque gozaron del triunfo, por la tendencia de su pensamiento o por los rasgos costumbristas de muchas de sus obras”. Y abundando en paralelas referencias, estima que “no le faltaron sonados rechazos, pero el público y los críticos aceptaron el modelo y dictaron su designio, que acabó por imponerse a los propios creadores (…)”. Remata el autor sus deseos estimando que la producción quinteriana “ha de juzgarse por lo que es y por lo que representó en su momento, no por lo que creamos que debió haber sido o por motivaciones ajenas a sus propósitos” (pág. 209).

El volumen, publicado por “edit.um” (Ediciones de la Universidad de Murcia. 2010) se inicia con un prólogo del catedrático de Literatura de la Universidad de Sevilla Dr. Rogelio Reyes Cano, quien lamenta que “…sobre la obra de los Quintero han caído en los últimos tiempos no pocos desdenes de los ambientes cultos cuando no un manto de silencio del todo injusto”. Seguidamente, tras reconocer la existencia de “notorias carencias” de ese teatro, opina que se trata de “entender sus aciertos y desaciertos a la luz de los gustos y hábitos escénicos de aquella España”. Y frente a quienes ponen reparos a los usos de su lenguaje, estima que “hay en ambos autores un compromiso vital y estético con el habla popular andaluza que sin duda es el mayor de sus aciertos” (pág.15)

Ilustración: Portada del volumen “El teatro de los hermanos Álvarez Quintero”, original de Mariano de Paco, publicado por “edit.um”.

Próximo capítulo: Los Álvarez Quintero y el Cine Español. Constitución de “Compañía Española Americana” (CEA). “El agua en el suelo” (III)