Se falló ayer día 15 de Octubre, como es habitual, una nueva edición, la sexagésima sexta, del Premio Planeta, el más importante en cuanto a dotación económica en lengua española (y el segundo del mundo, después del Nobel de Literatura). El galardón fue para Javier Sierra por su novela El fuego invisible, y la finalista fue Cristina López Barrio con su obra Niebla en Tánger. A lo largo de los años este premio ha pasado por diversas fases, desde los tímidos comienzos de los años cincuenta, cuando se otorgó por primera vez en 1952, de la mano de una entonces todavía incipiente Editorial Planeta que había creado en Barcelona el charnego (y a mucha honra, según él mismo confesaba) José Manuel Lara, hasta una fase de esplendor que empezaría a partir de los años setenta, cuando los premios subieron en dotación económica hasta cifras imposibles de alcanzar por otros galardones literarios y se comenzó a premiar a figuras literarias de primer nivel. Paralelamente empezó a rumorearse que los Planeta estaban adjudicados de antemano en razón a los intereses comerciales de la ya entonces poderosísima editorial, aunque ciertamente nunca se pudo probar tal cosa.
En cualquier caso, el cine, que no es ajeno a este tipo de fenómenos, ha versionado algunas de las novelas que han sido galardonadas con el Premio Planeta o han quedado finalistas. Sin embargo, la cifra de adaptaciones al cines es muy reducida con respecto a las novelas ganadoras o finalistas; de las 130 obras que (sin contar las ayer galardonadas, como es obvio) han tenido esa consideración (a razón de dos por año, desde 1952), solo trece han sido llevadas a la gran pantalla, lo que supone un exiguo diez por ciento, un porcentaje realmente reducido si se tiene en cuenta el tirón comercial de un premio del que, en sus sesenta y cinco ediciones, se han vendido más de 42 millones de ejemplares.
El interés del cine por el Premio Planeta, tanto ganador como finalista, también ha tenido sus fases, como el propio galardón literario. Con toda probabilidad, ese interés ha fluctuado dependiendo de los réditos comerciales que esas adaptaciones han tenido. De esta forma, tras una tímida fase inicial, acorde con los balbuceos de un premio que después sería tan famoso, le seguiría otra en la que el cine incrementará las versiones “planetarias”, para, en los últimos tiempos, reducirse éstas hasta la nada, como veremos a continuación.
Años cincuenta y sesenta: tímidos escarceos
El primer Premio Planeta, como queda dicho, se otorgó en 1952. Su primer ganador fue Juan José Mira, con En la noche no hay camino, con Severiano Fernández Nicolás como finalista con su novela Tierra de promisión. El cine no se fijará en aquellos nuevos premios que, de todas formas, estaban ya revolucionando el sombrío panorama literario y cultural español de los años cincuenta, hasta que el cineasta argentino, afincado en España, León Klimovsky, realiza la primera adaptación de uno de ellos, con La paz empieza nunca (1960), versión de la novela homónima del periodista Emilio Romero, hombre del régimen, que había ganado el Planeta en 1957. Uno de los cineastas habituales del cine franquista, Rafael Gil, será el encargado de llevar a la gran pantalla La mujer de otro (1967), sobre la novela homónima, ganadora del premio Planeta en 1960, de la que era autor Torcuato Luca de Tena, histórico periodista de la familia que fundó ABC y prolífico novelista. La versión, que coqueteaba con la idea del adulterio, cosa que para la época era bastante osado, sin embargo lo hacía desde una mirada pacata con actitud moralizante; obtuvo un éxito de taquilla considerable, con más de un millón de espectadores, y probablemente afianzó en la mente de los productores la idea de que el cine basado en las novelas del Planeta podían ser base de éxitos comerciales.
Los años setenta, ochenta y noventa: plenitud
Así las cosas, las dos décadas siguientes, ochenta y noventa, concitarán el mayor número de adaptaciones de premiados y finalistas del Planeta. Vicente Aranda lleva al cine La muchacha de las bragas de oro (1980), la novela de Juan Marsé que había ganado el Planeta en 1978; la versión de Aranda es, con toda probabilidad, una de las mejores que se hayan hecho de los premios de la editorial Planeta, un film que, además, entroncaba muy bien con los nuevos aires de la sociedad española, con falangista que se inventa un pasado rebelde ante el régimen franquista cuando éste, sin otra opción, cede la gobernación de España a la democracia; el público respondió muy razonablemente, con casi ochocientos mil espectadores. Pero no solo en España se adaptaron los Premios Planeta; en Argentina Mario David lleva al cine La cruz invertida (1985), sobre la novela de igual título del cordobés (de Argentina) Marcos Aguinis, que había ganado el premio de los Lara en 1970 y que ponía en imágenes el recurrente tema, en la época, de la Teología de la Liberación.
Ya de nuevo en España, Francisco Rovira Beleta, un histórico del cine español, autor de algunos de los mejores thrillers de nuestra cinematografía, hará su último film con Crónica sentimental en rojo (1986), adaptación de la novela homónima, de corte policíaco, de Francisco González Ledesma, que había ganado el Planeta en 1984: como se ve, ya en este tiempo los plazos entre el premio y su versión al cine se acortaban. Sin embargo, ya entonces empieza a declinar el interés del público por las adaptaciones del premio literario al cine, y la película apenas supera los cuarenta mil espectadores, cerrando con ello la carrera de un Rovira Beleta ya mayor.
Un caso similar acontecería con la versión al cine de El aire de un crimen (1988), que llevaba a la gran pantalla la novela finalista del año 1980 de igual título, original de Juan Benet, también en clave de thriller. El film, dirigido por otro histórico de nuestro cine, Antonio Isasi-Isasmendi, recientemente fallecido, no consiguió interesar mayormente al público y tuvo que contentarse con poco más de cien mil espectadores y críticas bastante tibias, lo que terminó, también, por acabar abruptamente con la filmografía de un cineasta que aún podría haber dado mucho de sí.
El cineasta sevillano Víctor Barrera dirige Los invitados (1987), la versión al cine de la novela de Alfonso Grosso en la que imaginaba cuál podría haber sido la génesis de los asesinatos nunca aclarados que dieron lugar al conocido en la crónica de sucesos como el crimen de los Galindos. Esa novela sería la finalista en la edición de 1978, y la versión de Barrera, esforzada y con no demasiados medios económicos, conseguiría interesar a algo más de 165 mil espectadores.
Manel Esteban, cineasta catalán de poco distinguida filmografía (aunque como director de fotografía sí tuvo una interesante carrera), llevaría a la pantalla Los mares del sur (1992), sobre la novela del mismo título de Manuel Vázquez Montalbán, una de las aventuras del detective Pepe Carvalho, que había ganado el Planeta en 1979. La escasa enjundia de la producción y los endebles medios humanos desembocaron en un fiasco en taquilla con menos de veinticinco mil espectadores.
Vicente Aranda, que ya había llevado al cine, como se ha dicho, La muchacha de las bragas de oro, vuelve a reincidir en la adaptación de otro Premio Planeta, en este caso La mirada del otro (1998), sobre la novela homónima de Fernando G. Delgado que había ganado el galardón literario en 1995. Aunque teóricamente la temática era muy arandiana, con osadas escenas sexuales, sin embargo el film no tuvo buena acogida ni entre la crítica ni entre el público, con poco más de cien mil espectadores.
El academicismo ha sido también uno de los pecados capitales de las adaptaciones del Premio Planeta. Le ocurrió a alguien teóricamente tan poco academicista como Bigas Luna, que se encargó de la versión al cine de Volavérunt (1999), novela del uruguayo Antonio Larreta (que también tuvo una intensa actividad como guionista), ganadora del Planeta en 1980. Esta visión de la España de principios del XIX, en la corte de Carlos IV, costeada y pretendidamente exquisita, no consigue el aprecio de la crítica, y en espectadores, aunque ronda los cuatrocientos mil, se quedó lejos de las expectativas, que eran muy superiores.
El siglo XXI: el declive, la desaparición
A partir del año 2000 las adaptaciones de los Premios Planeta empiezan a menudear; escaldados los productores con los bajos resultados en taquilla, pero también la crítica con la escasa calidad de los films realizados con base en los galardones literarios de la famosa editorial, solo tres películas se han hecho desde principios de este siglo con tal materia argumental, y en la última década, la de los años diez en la que nos encontramos cuando se escriben estas líneas, el número de versiones es igual a cero.
Un sobrino nieto de Walt Disney, Tim Disney, a la sazón productor y ocasional director, será el encargado de llevar a la pantalla La tempestad (2004), una coproducción entre varios países, entre ellos España, versión al cine de la novela de igual título de Juan Manuel de Prada que ganó el Planeta en 1997. La inanidad del proyecto, la bisoñez y falta de talento del director, y su evidente intención de uncirse al carro del éxito que la novela de Dan Brown El código Da Vinci cosechaba en aquellos tiempos, hizo del film un autentico castañazo tanto en la crítica como en el público, que no llegó a los 45 mil espectadores.
Ventura Pons, el veterano cineasta catalán, llevará al cine La vida abismal (2007), sobre la novela casi homónima, La vida en el abismo, de Ferran Torrent, que fue finalista del Planeta en 2004. Aunque Pons suele tener buenos resultados en taquilla, esta extraña historia sobre ruletas rusas y dos tiempos históricos diversos no interesó ni a los entendidos ni al público, no alcanzando siquiera los treinta mil espectadores.
La última adaptación de un Premio Planeta, hasta el momento de escribir estas líneas, es El baile de la Victoria (2009), sobre la novela homónima, ganadora en 2003, original del chileno Antonio Skármeta, él mismo también cineasta (recuérdese Ardiente paciencia), aunque en este caso no ejerció como director; sería Fernando Trueba, en una de sus escasas películas de ficción de estas últimas décadas, que tampoco convenció ni a tirios ni a troyanos, y que en taquilla, a pesar del empaque de la producción, apenas superó los doscientos setenta mil espectadores.
Desde entonces, nada. Las menguantes cifras de taquilla y los exiguos resultados en calidad de las últimas adaptaciones del Planeta parecen haber agostado este venero que, en otras condiciones, podría haber sido fructífero. Llama la atención el hecho de que se han quedado en el papel (o en los bytes, si hablamos de e-books y similares) las novelas premiadas con el Planeta de algunos de los más importantes escritores en lengua española de los últimos cincuenta años. Véase por ejemplo el caso de Gonzalo Torrente Ballester, Premio Planeta (algún periodista malévolo escribió que “a Lara le habían dado el Premio Torrente Ballester”…) en 1988 con Filomeno a mi pesar; Antonio Gala, al que le correspondió en la edición de 1990 por El manuscrito carmesí; Antonio Muñoz Molina, ganador en 1991 con El jinete polaco (aunque el escritor jaenero se jactó de que era una novela imposible de adaptar al cine); Mario Vargas Llosa, ganador del Planeta en 1993 con Lituma en Los Andes; Alfredo Bryce Echenique, que lo consiguió en 2002 con El huerto de mi amada; o Fernando Savater, cuyo año fue el 2008 con La Hermandad de la Buena Suerte.
En cualquier caso, parece que el tiempo de las adaptaciones del Planeta al cine ha pasado a la historia. O no, como diría el gallego…
Nota: Los datos de taquilla que se citan están extraídos de la página web del Ministerio de Cultura de España (http://infoicaa.mecd.es/)
Pie de foto: Abel Ayala y Miranda Bodenhofer en una escena de El baile de la Victoria (2009), de Fernando Trueba, sobre la novela homónima de Antonio Skármeta, ganadora del Premio Planeta en la edición de 2003.