Enrique Colmena
Qué gusto da, ciertamente, escribir de alguien que no sea de la órbita audiovisual norteamericana o, en su defecto, europea occidental. Porque Mads Mikkelsen se ha hecho un hueco en el panorama mundial (y mira que es difícil conseguir tal cosa para un actor o actriz no USA o europeo del Oeste), en principio por un rostro ciertamente peculiarísimo, de rasgos escandinavos con un toque algo incendiario, como de latino, una fusión extraña que, digámoslo pronto, hubiera tenido un corto recorrido de no contar detrás de esa epidermis con una buena dosis de talento para la interpretación.
Rebobinemos: Mads Mikkelsen nació en Copenhague, la capital de Dinamarca, en 1965. El padre era taxista, así que no había tradición artística en la familia. Estudió en una escuela de teatro de su ciudad, pero no debutaría en cine hasta 1996, ya con 31 años, en
Pusher, de Nicolas Winding Refn, que buscaba subirse a la misma estela de ultraviolencia y juventud chiflada que puso de moda en aquella época
Trainspotting, de Danny Boyle;
Pusher conocería hasta dos partes más, también con Mikkelsen, que se revelaría como una presencia hipnótica.
Tras varios filmes en su país que no trascendieron fuera de Dinamarca, en 2002 Mads hace
Te quiero para siempre, dirigida por Susanne Bier, una curiosa mezcla de thriller e historia romántica, en la que interpreta a un médico que se enamora de la mujer de uno de sus pacientes en estado comatoso.
Ese mismo año nuestro hombre rueda, para la directora Lone Scherfig,
Wilbur se quiere suicidar, al calor del auge del cine danés que puso de moda Lars Von Trier con aquel invento del tebeo que fue Dogma’95. Un año después Mikkelsen rueda en España, a las órdenes de Pablo Berger (ahora tan de moda con su espléndida Blancanieves), esa rareza conocida como
Torremolinos 73, para el que compuso un escandinavo “de libro”, con pelo teñido de rubio casi platino.
Para entonces Mads ya había llamado la atención del cine anglosajón, que ve en él, no sin razón, un rostro exótico con muchas posibilidades. Curiosamente, la primera llamada para una película de corte aventurero sería
El rey Arturo, en la que habrá de demostrar que, además de actuar, también sabe luchar ventajosamente, siendo uno de los Caballeros de la Mesa Redonda del legendario monarca.
Con buen criterio, Mikkelsen no ha quemado sus barcos y alterna el cine internacional con el que hace en su tierra. De esta forma, en 2006 rueda en Dinamarca, de nuevo para Susanne Bier,
Después de la boda, un duro melodrama que tuvo amplia repercusión en los circuitos de cine independiente de todo el mundo. Pero para repercusión mundial su trabajo, ese mismo año, en un
blockbuster,
Casino Royale, a las órdenes de Martin Campbell, en el primer Bond que interpretaba Daniel Craig, embutiéndose Mads nada menos que en el papel del malo de turno, el antagonista del agente 007, en este caso, además, un villano de armas tomar, de nombre Le Chiffre, uno de los mejores malvados que ha dado la serie en toda su historia, mérito que, además de a los guionistas, habrá de atribuirse a su trabajo actoral.
Mads Mikkelsen es ya entonces un rostro conocido a nivel mundial, aunque no sea una estrella; dicho sea de paso, eso le ha permitido poder seguir alternando cine de presupuestos muchimillonarios con propuestas más modestas, así como continuar trabajando simultáneamente en el extranjero y en su país.
En 2009 se embarca, sin embargo, en una aventura que, aunque a priori parecía interesante, a la larga se demostró un fiasco: en
Coco Chanel & Igor Stravinsky, nuestro protagonista se mete en la piel del famoso compositor ruso, en una película bajo la dirección de Jan Kounen, director holandés perito en filmes de acción, resultando un
biopic no precisamente distinguido, en estos últimos años en los que la figura de la famosa diseñadora francesa ha sido llevada reiteradas veces al cine y la televisión, generalmente sin fortuna.
Ese mismo año, fiel a su norma de alternar los rodajes
in & out, hace en su país
Valhalla Rising, de nuevo con Nicolas Winding Refn, el director que le puso en el mapa con la trilogía de
Pusher, en este caso en un filme de reminiscencias mitológicas nórdicas, componiendo un poderoso aunque atormentado personaje,
One Eye (vaya,
Un Ojo, o sencillamente
Tuerto…), volviendo con ello al cine de violencia.
En ese mismo registro hace en 2010 una nueva superproducción internacional, la nueva versión de
Furia de Titanes, a las órdenes de Louis Leterrier, donde vuelve a demostrar su rara capacidad para componer héroes de acción. Más moderadamente en este aspecto, pero también con gran despliegue de medios, rodará al año siguiente una nueva versión (y no precisamente la mejor, ni mucho menos) del clásico dumasiano
Los tres mosqueteros, a las órdenes de Paul W.S. Anderson, de temible pasado como manufacturador de petardos, versión en la que el insólito rostro de Mads tenía que ser el muy latino personaje del conde de Rochefort, uno de los agentes del calculador y tan poderoso cardenal Richelieu.
En los últimos años Mads Mikkelsen ha ampliado su catálogo de personajes; así, en 2012 rueda dos filmes muy distintos, ambos en su Dinamarca natal, pero los dos ya con repercusión mundial. El primero es
Un asunto real, notable indagación de Nikolaj Arcel sobre un interesantísimo personaje, el de un médico alemán que, en la corte del rey Christian VII de Dinamarca (un perfecto idiota, algo así como nuestro Carlos II el Hechizado, aunque con mejor forma física), consiguió, por su amistad con el memo del monarca, implantar una serie de avanzadas reformas que lograron sacar al país de su medievalismo, dotando a los súbditos de los derechos esenciales que una panda de mamarrachos con peluca (infundadamente llamados nobles) les negaban. En un registro radicalmente distinto, en
La caza, interpreta, bajo las órdenes de Thomas Vinterberg, el rol de un maestro de educación infantil al que una alumna con demasiada fantasía inculpa, inciertamente, de abusos deshonestos, abocando a este pobre infeliz a un infierno sobre la Tierra, papel que le permitió alzarse con el Premio al Mejor Actor en el Festival de Cannes.
En una nueva vuelta de tuerca en su versatilidad, el último personaje (cuando se escriben estas líneas) al que da vida Mikkelsen es un clásico de nuestro tiempo, el doctor Lecter, en la serie televisiva
Hannibal, que se promete más que interesante. Será curioso ver qué giro le da al personaje nuestro protagonista, tras haberle conferido Anthony Hopkins un perfil muy definido en sus diversas interpretaciones del mismo, sobre todo en la iniciática
El silencio de los corderos.
Mads Mikkelsen, un rostro en cada ola: por cerrar el círculo, qué gusto da parafrasear el hermoso título de la obra capital de uno de nuestros poetas, Luis Rosales, para hablar de este actor de cara exótica, un rostro capaz de encarnar personajes tan diversos, capaz de ser alternativamente la abnegación y la perversión, ambos en sus grados absolutos, pero también en los relativos en los que, ¡ay!, generalmente nos movemos los seres humanos…