Las colaboraciones periodísticas de Concha Méndez Cuesta contienen temas variados, pero es el cinema, para ella, una cuestión palpitante de la que dan fe diarios como el bonaerense La Nación y la revista española La Gaceta Literaria. El estado del cine español, la visita a los estudios ingleses de Elstree, la asistencia al estreno londinense de un film de Dupont, son aspectos sobre los que reflexiona la autora de variadas colaboraciones periodísticas. En una entrevista, posiblemente celebrada en San Sebastián, formulaba así sus aspiraciones cinéfilas:
“La primavera última se me filmó un argumento cinematográfico. El cinematógrafo despierta en mí la mayor inquietud. Quiero ser, a más de argumentista, director, cineasta. Y digo quiero ser, porque aún no llegué a dirigir ningún film; no por falta de deseo, ni de preparación para ello, sino por falta de capital. Esto aquí, en España, es un problema. Y más, tratándose de poner un capital en manos de mujer. Estamos en un país donde, desgraciadamente, a la mujer no se la considera en lo que pueda valer. Aunque yo, a pesar de todo, confío en lograr mis propósitos”.
Y al pintor Gregorio Prieto, Concha le confiesa, ya en 1929, y desde Londres:
“¡Por fin! me he emancipado. Salí un día de casa diciendo ¡hasta luego! y esta es la fecha en que no he vuelto. De esto hace ya tres meses, tres meses de aventura. Desde la costa de España un barco mercante me trajo a un puerto de Inglaterra. Fue un viaje romántico. El barco no era grande y venía cargado de mineral. Aquí trabajo para mantenerme. Doy clases de español, hago traducciones del francés y también ¡asómbrate! hago sombreros. Con esto me gano algunos chelines. (...) Ahora estoy tratando asuntos de cine. Creo que podré conseguir que se me filme algún argumento. Y esto da dinero. Si lees La Gaceta Literaria ya habrás visto algún artículo mío. El otro día estuve visitando los estudios cinematográficos más grandes de Europa, que están aquí”. (James Valender, “Concha Méndez escribe a Federico y otros amigos”, Revista de Occidente, nº 211).
En efecto, La Gaceta Literaria, dirigida por Ernesto Giménez Caballero, acoge la colaboración entusiasta de la cineasta que lo mismo contesta a vuela pluma a una encuesta sobre el presente y futuro del cine que saluda al director Dupont en Londres tras haber visto su último estreno londinense.
Y el daguerrotipo literario sobre tan inquieto personaje femenino se completa así según visión del director de la publicación:
“Esa? ¡Espléndido ejemplar! Esa es Concha, Conchita. Esta muchacha, con ese pergeño de chica burguesa, modosa y buenísima, era un torpedo. Empezó un día a hacer gimnasia y a leer versos. En su casa empezaron a alarmarse. De pronto, en cualquier momento, desapareció del hogar paterno.
- ¿En alguna ráfaga amorosa?
- No. Si es una monja alférez. Casta y guerrillera. Se marchó inflamada de aventura y de mundo. Desde entonces su vida es un baedeker. Cuando me la encontraba, por las calles de Cogul, ya sabía cómo saludarla: “Y ahora, Concha, ¿a dónde vamos y de dónde venimos?”. Y ella se electrizaba respondiendo: “Me marcho a África, vengo de América y he pasado por Oceanía”. (Ernesto Giménez Caballero: “Las mujeres de “Cogul”, La Gaceta Literaria, nº 122.15 febrero. 1932).
Su visión del cine español
El artículo “El Cinema en España”, publicado en el número monográfico que La Gaceta... dedicó en 1928 al nuevo arte, permite a Concha Méndez pronunciarse sobre los aspectos más generales del cine y, tras efectuar un radical diagnóstico sobre nuestra cinematografía, proponer urgentes medidas para salir de la situación. Esta colaboración, por cronología, ha sido escrita tras haber publicado, en 1927, en la madrileña Imprenta Ducazcal H. González, el argumento titulado Historia de un Taxi y haber sido filmado bajo la dirección de Carlos E. Nazarí por la sevillana Ediciones Film Nazarí. La señorita Méndez escribe, pues, con un mínimo conocimiento de causa, no ya sólo como habitual espectadora sino como “escritora cinematográfica” e inquieta “cineasta” cuyo ferviente deseo es dirigir una película.
Según corresponde a una intelectual de pro, su fe inquebrantable en el medio artístico cinematográfico le hace menospreciar el sonoro y entender el mudo como un lenguaje progresivo al que le falta experiencia y le sobran rótulos. Sin duda, el conocimiento del Fonofilm (posiblemente la modalidad de Lee de Forest que conoció en las sesiones del Cine Callao durante 1927) era para ella tan ajena a la pura esencialidad del cine como la incorporación del color (que ese mismo año intentaba José Buchs en El dos de Mayo, fotografiada por Enrique Blanco).
El purismo de sus exigencias no está reñido con una concepción industrial del cine y el carácter lucrativo que, legítimamente, debe permitírsele. Los ejemplos a seguir por nuestros creadores y cineastas pueden tomarse del cinema extranjero, y, en concreto, del alemán, que es el canon seguido incluso por la industria norteamericana.
La película es, para ella, el resultado de un trabajo en equipo donde la inteligencia, la sensibilidad y la técnica, deben estar controladas por el máximo creador, el director, a quien exige “temperamento”, “voluntad” y “energía”. Los demás componentes se organizan en una escala de valores donde el guionista o el creador literario no tiene efectiva presencia; y es que, para la autora, el cine debe desentenderse radicalmente de la literatura; la dependencia de la obra escrita es “un gran perjuicio para el desenvolvimiento del cinema”; la película debe surgir desde una literatura propia, nacida, expresa y exclusivamente, para desembocar en la película o film.
Una enérgica y admirativa llamada de atención a la juventud española (“¡A ver dónde están esas energías!”) le permite concluir unos juicios donde los rasgos específicos de la creatividad cinematográfica y el carácter escuálido de la industria nacional se agrupan para dar un toque de atención, desde posiciones intelectuales, sobre las lacras de un enfermo crónico llamado “el cinema en España”. La publicidad de Historia de un Taxi insistía en la originalidad de un texto escrito expresamente para la pantalla por la señorita Concha Méndez Cuesta.
Pero más allá de tales intereses, la personalidad de la escritora se aventura por claros derroteros literarios que abarcan tanto la poesía como el teatro. Su primer libro, Inquietudes (1926), está financiado por su propio padre y editado por Juan Pueyo en Madrid; a él seguirían Surtidor (1928), Canciones de mar y tierra (1930), El personaje presentido (1931), El ángel cartero (1931), Vida a vida (1932), Niño y sombras (1936), El carbón y la rosa (1935), El solitario (1938), Lluvias enlazadas (1939), etc.
Ilustración: Fotograma de la película Historia de un taxi (1927), a partir de una historia escrita para la pantalla por Concha Méndez.
Próximo capítulo: Mujeres “cineastas” de la generación del 27. Concha Méndez Cuesta. Labor editorial y cinematográfica con Manuel Altolaguirre en Méjico (III)