Enrique Colmena
No soy de los que les gusta autocitarse, pero esta vez no tengo más remedio; además, de alguna forma es para fustigarme un poco, porque hace unos días, concretamente dos antes de que se entregaran los Oscars, escribía al final de la crítica de “Slumdog millionaire” estos párrafos: “…Me extrañaría que esta película, sin actores conocidos, ambientada en un paisaje tan alejado del oropel yanqui, con una historia que no magnifica la zancadilla como una de las bellas artes para conseguir objetivos, consiguiera los de mayor peso, el de Mejor Película y Mejor Director. (…) da igual si la dorada estatuilla del falaz tío Oscar reposa, o no, en los brazos de Danny Boyle: la calidad del filme está ahí, y un molondroco con forma de caprichoso consolador no la va a hacer mejor de lo que ya es.”
Como podrá comprobar el lector, los dioses no me concedieron precisamente el don de la adivinación… “Slumdog millionaire” se ha alzado con ocho estatuillas, entre ellas, precisamente, ésas de Mejor Película y Mejor Director por las que yo no echaba mi cuarto a espadas. No hace falta decir que, a pesar de esas escasas dotes de augur, me alegro sinceramente por esta pequeña producción anglo-nortemericana, hecha con unos bastante escasos quince millones de dólares (al cambio no llega a los doce millones de euros), lo que para la industria yanqui es una bagatela. La propia historia en sí misma (con el punto endeble, es cierto, de la azarosa concatenación de eventos dramáticos que propician el conocimiento de las respuestas del concurso) es notable, bien trenzada, con fuerza y convicción. Los hechos narrados y la espina dorsal del filme (el amor como centro y eje, al que llegar por medios espurios, como presentarse a un banal concurso televisivo) es estimulante y no precisamente habitual.
En cuanto al resto de los premios, es obvio que nos alegramos sobremanera del Oscar a la Mejor Actriz de Reparto a nuestra Penélope Cruz, y no sólo por hacer patria (que también, qué carajo…), sino porque el trabajo de la madrileña en “Vicky Cristina Barcelona” es, de lejos, lo mejor del filme de Woody Allen. El Oscar al Mejor Actor de Reparto estaba cantado que sería para Heath Ledger: con independencia de que el malogrado actor australiano estaba espléndido en su papel del Joker en “El caballero oscuro”, Hollywood tiene una debilidad más bien necrofílica, y en cuanto te descuidas le encaloma un premio al muerto de turno…
Los Oscars al Mejor Actor y Actriz Protagonistas eran también bastante evidentes: él, Sean Penn, por “Mi nombre es Harvey Milk”, confirmando que los personajes homosexuales, en la etapa que inauguró Tom Hanks con “Philadelphia”, tienen muchas posibilidades de llevarse una estatuilla; ella, Kate Winslet, recibe el premio por un filme concreto, “The reader”, aunque a buen seguro también ha contado su notable trabajo en “Revolutionary Road” (y, “a lo mejon”, hasta su esforzada dieta de adelgazamiento…).
Las pedreas han consolado a “El curioso caso de Benjamin Button” con tres Oscars menores, siendo por tanto la gran perdedora de la noche al ser candidata a trece estatuillas; y es que a David Fincher, su director, lo que le va es el morbo sadomaso de “Seven” o el thriller oscuro de “Zodiac”, por mucho que en este su nuevo (y chasqueado) filme contara con Brad Pitt y los chicos de maquillaje y F/X dando marcha atrás al reloj biológico del personaje.
En resumen, unos Oscars que pasarán a la historia como los que encumbraron, por primera vez, un filme independiente protagonizado por gente de etnia tan distinta a la yanqui como los hindúes, esos indios que no tienen la piel roja ni llevan pluma (ni falta que les hace…).