Enrique Colmena

Parece que las viejas (y escasas) estrellas del Hollywood clásico que quedan van muriendo con títulos postreros no precisamente a la altura de sus extraordinarias filmografías; ha pasado con la gran Katharine Hepburn, fallecida en Junio pasado, cuya última película para el cine, allá por 1994, no fue una joya, ni mucho menos; su título, "Un asunto de amor", bostezante "remake" de los dos clásicos, a cual mejor, de Leo McCarey; ahora vuelve a ocurrir con Anthony Quinn, muerto también en Junio, aunque de 2001, del que llega a España (con dos años de retraso, y para este viaje más valía que no se hubiera estrenado) la última película que hizo antes de morir, "Avenging Angelo", titulada en nuestro país, de forma bastante anodina, "El protector", con la que Sylvester Stallone intentaba salir del bache (más bien socavón...) en el que continúa, un insulso thriller de venganza, con una Madeleine Stowe que sigue desaprovechada por el cine, y un Sly como guardaespaldas talludito, tópicamente enamorado de la chica. En ese grisáceo, tópico contexto, Quinn es un personaje sin perfiles, un mero detonante de la venganza.
Qué lejos quedan aquellos grandes filmes en los que el talento protéico de este mexicano de origen, pero norteamericano de adopción, brilló durante más de sesenta años, en los que dio vida a personajes de nobles brutos, aunque tan humanos, en títulos como "La Strada", de Fellini, o "Barrabás", de Richard Fleischer, siendo capaz también de adoptar aspectos de nacionalidades tan dispares a la suya original como la helénica en "Zorba el griego", o la de esquimal en "Los dientes del diablo"; de ser un secundario de lujo, casi por encima del protagonista, en hermosos westerns, como "El último tren de Gun Hill" o "El hombre de las pistolas de oro"; incluso de calarse el blanco solideo del sucesor de Pedro en "Las sandalias del pescador", anticipando lo que en los años sesenta era casi ciencia-ficción: el Vaticano habitado por un Papa de la Europa del Este...
Una feraz carrera, llena de personajes inolvidables, que no se merecía un penoso testamento como éste, que no quedará en ninguna historia del cine y que, encima, no reportará beneficio alguno en taquilla.