Enrique Colmena
A sus ochenta y dos años, Sidney Lumet nos vuelve a sorprender, tanto tiempo después, con un nuevo thriller, en su variante judicial, "Declaradme culpable" (ver crítica en CRITICALIA), que vuelve a poner de actualidad a este octogenario que cuenta en su haber con un buen puñado de estimulantes thrillers, tanto judiciales como puramente policíacos.
Lumet se inició en la realización a finales de los años cuarenta, en la televisión, dirigiendo, a los largo de más de diez años, un buen número de míticas series de la TV norteamericana, como el "Studio One" que sería la inspiración para el posterior, y también famoso, "Estudio 1" de Televisión Española.
En 1957 debuta en el cine con "Doce hombres sin piedad", constituyéndose desde ese momento en uno de los nombres fundamentales de la entonces llamada "generación de la televisión", para distinguir a los cineastas que, como Lumet, llegaron al cine fogueándose previamente en las 625 líneas, en contraste con los clásicos de la época, que lo hicieron directamente en el medio fílmico.
Aunque "Doce..." fue un gran éxito, Sidney no dejó la televisión, simultaneándo sus trabajos para ambos medios. Los años sesenta no fueron buenos en cine para Lumet: sólo podemos destacar un par de títulos, "Punto límite" y "La colina", en ambos casos lejos de sus aptitudes y gustos; además, otro título, "El grupo", sin ser de especial interés, tiene como apunte curioso el hecho de tocar, de forma un tanto ambigua (era mediados de los años sesenta...), las relaciones lésbicas. La década de los setenta fue de las mejores para Lumet: el primer éxito fue "Serpico", basada en una historia real, la de un policía que se infiltraba en el crimen organizado y a punto estaba de costarle la vida, con un Al Pacino que empezaba entonces a forjar su leyenda, en los mismos años en los que interpretaba al hijo de Don Corleone en el díptico inicial de "El Padrino". Un año más tarde, en 1974, Lumet confirma su buen momento con una vistosa adaptación del clásico de Agatha Christie "Asesinato en el Orient Express", con toda una constelación de estrellas de la interpretación (Bergman, Connery, Finney, Bacall, Redgrave, Bisset, York, Balsam, Perkins, Gielgud, Widmark, entre otros) a los que Sidney consigue amoldar al relato sin que se les desboque el ego a tanta "star". Un año después completa su mejor momento con "Tarde de perros", un thriller de atracos en el que de nuevo Al Pacino le sirve como mascarón de proa de este peculiar filme con atracador gay.
Sin embargo, en el resto de los años setenta Lumet parece perder los libros y falla estrepitosamente en títulos como "Equus", adaptación del éxito teatral de Peter Shaffer, y "El mago", insensato "remake" nada menos que de "El mago de Oz", saldados ambos con estruendosos fracasos comerciales y artísticos. Consecuentemente, los años ochenta comienzan en do menor, pero afortunadamente Lumet vuelve al territorio que mejor conoce y en el que se desenvuelve con más facilidad, el thriller, y rueda a principios de la década una película en su momento poco apreciada, pero con talento y fuerza: es "El príncipe de la ciudad", que se adentra en el escabroso tema del policía infiltrado entre colegas corruptos, con un excelente Treat Williams en el papel protagonista. Otro buen momento en esos años es "La trampa de la muerte", que revisita (con otra historia) el thriller de sorpresas que ya hiciera famoso años atrás Joseph Leo Mankiewicz en "La huella", paralelismo que se hace evidente en el hecho de que Lumet recupera a uno de los dos protagonistas de aquella vieja (y tan buena) película, Michael Caine, junto a un entonces jovencito e inexperto Christopher Reeve, recién salido de los primeros "Superman". En esos mismos años hace "Veredicto final", volviendo al trhiller judicial que le dio fama al comienzo de su carrera, con un Paul Newman ya talludito, en una apuesta por la honestidad que es en buena medida una de las constantes de la carrera de Lumet (y de Newman, es cierto...).
Los años noventa no fueron especialmente buenos para Lumet; sólo podemos destacar un thriller percutante como "La noche cae sobre Manhattan", de nuevo sobre el tema de la corrupción policial, aunque no tuvo mucha repercusión en taquilla. Sin embargo, un Lumet setentón no debía estar en sus mejores momentos, porque incluso en su género favorito, el thriller, petardeó considerablemente en títulos como "Una extraña entre nosotros", con Melanie Griffith como improbable mujer policía infiltrada entre una comunidad de judíos ultraortodoxos, con moralina incluida; "El abogado del diablo", infame incursión en el subgénero "de intrusos", con Rebecca de Mornay y Don Johnson; y "Gloria", nueva versión del clásico de John Cassavetes, espantosamente dirigida y peor interpretada por una Sharon Stone aún no recuperada del "shock" de popularidad que le había proporcionado "Instinto básico".
El siglo XXI no parecía que pudiera ya, a estas alturas de la vida de Lumet, frisando los ochenta años, poder aportar nada nuevo a su carrera. Sin embargo, "Declaradme culpable", de nuevo en su amado género del thriller, variante judicial, vuelve a dar en el clavo, quizá en el canto del cisne de este cineasta elegante y competente. Si fuera así (ojalá no lo sea, y siga dándonos buen cine), no sería mal testamento...