Enrique Colmena
La emisión en Antena 3, para toda España, de la serie catalana
Polseres vermelles (con el título de
Pulseras rojas en su pase por la cadena de Planeta) ha supuesto un gran éxito para la cadena de José Manuel Lara, hasta el punto de que los índices de audiencia de los dos primeros episodios emitidos estuvieron en torno al 20%, un porcentaje que, en la fragmentada TDT española, es todo un récord, siempre que no hablemos de fútbol.
La jugada a Antena 3 le ha salido redonda: los únicos gastos en los que ha tenido que incurrir han sido la compra de la serie propiamente dicha a sus dueños, la productora Filmax y la propia Televisió de Catalunya, y el doblaje del catalán al español. En cualquier caso, costos infinitamente inferiores a los de producir una serie completa. Estrenada en
prime time, ha sabido llegar al público de toda España, confirmando que una buena historia bien contada es la mejor, si no la única fórmula, para conseguir la atención del espectador.
La serie se desarrolla prácticamente en su totalidad en el interior de un hospital, fundamentalmente en la planta de los menores de edad, donde varios de ellos irán formando un grupo, autodenominado Pulseras Rojas (por las arandelas bermejas que colocan a los enfermos en cada vez intervención quirúrgica), grupo que les servirá inestimablemente en el duro calvario de sus tratamientos. Con guión de Albert Espinosa (él mismo enfermo de cáncer en su adolescencia, enfermedad que a punto estuvo de llevárselo de este mundo) y dirección de Pau Freixas, la serie retrata media docena de caracteres adolescentes unidos por la enfermedad, que aprenden que también pueden asociarse por razones menos graves, pero más satisfactorias, como la amistad, la colaboración, la solidaridad, el amor.
Hecha sin el tremendismo de otras series “de hospitales”, pero tampoco con gazmoñería,
Pulseras rojas abre, quizá sin proponérselo, un interesantísimo filón para las cadenas televisivas nacionales españolas. Porque si la serie de Espinosa y Freixas ha sido un éxito en toda España, como ya lo fue en Cataluña, ¿por qué no podrían serlo otras también creadas originalmente para su ámbito geográfico y lingüstico? Cabría preguntarse entonces si otras series como
Temps de silenci, por ejemplo, no funcionarían a nivel nacional, máxime cuando esta serie se reputa como inspiradora de la popularísima
Amar en tiempos revueltos de TVE (parece que próximamente de Antena 3). O la telenovela
El cor de la ciutat, que ostenta el record de emisión (diez años, nada menos) en TV3, y que a buen seguro interesaría igualmente a los operadores televisivos nacionales. O la serie cómica
Plats bruts, otro de los éxitos de Televisió de Catalunya, con Joel Joan de protagonista, e incluso las más antiguas (por estar grabadas en los años noventa)
Secrets de família y
Nissaga de poder.
Pero es que no sólo en Cataluña tienen éxitos televisivos susceptibles de exportar a toda España; en Televisión de Galicia, la TVG, tienen seriales tan apreciados como el longevo
Pratos combinados o la humorística
Padre Casares, que podrían tener una buena acogida en las televisiones nacionales.
En la vasca Euskal Telebista no se han prodigado mucho con las ficciones, pero cuentan con la serie más longeva de todas las televisiones autonómicas, la telenovela
Goenkale, con nada menos que 16 años en antena cuando se escriben estas líneas, y el serial cómico
Vaya semanita, un estrepitoso éxito en YouTube.
La verdad es que, viendo la proliferación de series en otras televisiones autonómicas, da grima decir que Canal Sur, la televisión regional andaluza, apenas ha producido ficción para la pequeña pantalla en sus veintitantos años de existencia, y cuando lo ha hecho lo cierto es que, en general, mejor que se lo hubiera ahorrado. Han sido productos ínfimos, generalmente encuadrados en el humor pedestre, como la jurásica
Pensión el Patio, con los peores tics quinterianos, o las posteriores pero tampoco mejores
Año 400 o
Padre Medina (ésta una mala copia de la galega
Padre Casares). El único serial que ha mantenido cierto estándar de calidad ha sido
Arrayán, de corte dramático y ambientado en un hotel de la Costa del Sol, que se ha mantenido en antena desde 2001, aunque se acaba de anunciar su finalización para Diciembre de este 2012, por su alto coste y progresiva pérdida de audiencia. Pero, por supuesto,
Arrayán, en cuanto a calidad, palidece hasta el blanco cadáver si la comparamos con
Pulseras rojas, así que no estamos hablando de lo mismo.
Volviendo al principio: ya veremos si los muy miopes gestores televisivos de los grandes operadores televisivos nacionales se dan cuenta de que han encontrado, quizá sin saberlo, una veta interesantísima para sus contenidos, ahora que se trata de hacer una televisión barata y (a ser posible) de calidad, para que la cada vez más menguada audiencia catódica no emigre definitivamente a las pantallas de los ordenadores, las tabletas o los teléfonos inteligentes.
De una forma u otra, lo que sí está claro es que el éxito de
Pulseras rojas a nivel nacional se ha convertido, como anunciamos en el título de este artículo, en un filón (un poco) inesperado.
Pie de foto: Àlex Monner, el joven y excelente protagonista de
Pulseras rojas.