Rafael Utrera Macías

El título del poemario “Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos”, de Rafael Alberti, fue sugerido por José Bergamín y tiene su antecedente en la obra de Calderón de la Barca “La hija del aire”; en ella, Chato, el bufón, dice en la primera parte de la obra: “Yo era un tonto, y lo que he visto/ me ha hecho dos tontos. No sé/ si he de acertar el camino”. Los poemas fueron publicados en “La Gaceta Literaria” a lo largo de 1929. Los cómicos cinematográficos homenajeados fueron los siguientes: “Harold Lloyd, Harry Langdon, Wallace Beery, Larry Semon, Stan Laurel, Oliver Hardy, Ben Turpin, Buster Keaton, Charlot, Louise Fazenda, Bebe Daniels, Charles R. Bowers, Raymond Hatton y Adolphe Menjou”.   

El conjunto de textos publicado por Alberti en la revista citada supone un “poemario” con estilo preciso y temática concreta. Una mirada a la publicación literario-cinematográfica de la época permite constatar que la prosa y el ensayo con tales contenidos tuvieron mejor suerte, tanto en la creación como en la edición, por parte de los vanguardistas y escritores de la generación (Ayala, Arconada, etc.), mientras que un libro de poemas cinematográficos ni siquiera constituye excepción a la regla. Por eso, el conjunto del poeta andaluz (más allá de sus valores intrínsecos) merece ser destacado por cuanto se ofrece armoniosamente como respuesta sugerente y original a un bloque cinematográfico tan determinado como el cine cómico americano, en general, y sus celebrados y populares actores, en particular.


La película de Keaton que da origen al poema de Alberti

La película Go West (Al oeste) fue estrenada en el Cine Royalty de Madrid el 30 de septiembre de 1927. Será el origen del poema de Alberti “Buster Keaton busca por el bosque a su novia que es una verdadera vaca”.

En Go West, de Buster Keaton, un rótulo advierte: “Algunos se pasan la vida haciendo amistades por doquier mientras que otros, simplemente, pasan la vida”. Y el pie de una estatua dedicada al periodista Horace Greely suscribe con rotundidad un “Al Oeste, joven”. Haciendo caso a la recomendación, el joven Friendless vende sus escasos enseres y se despide de la pequeña ciudad de Indiana donde ha vivido. En la estación de ferrocarril, sin dinero y apenas comida, elige su destino seleccionando los diversos vagones de mercancías. Mientras espera, encuentra un bolsito de señora de cuyo contenido sólo se interesa por un pequeño revólver, acaso lo único que pueda servirle en el oeste. Inicia el viaje entre cajas y bidones; metido en uno de ellos, sale despedido del vagón y rueda por un terraplén hasta llegar su cuerpo a un solitario paraje. En un rancho cercano solicita empleo. Vestido de vaquero y con su pistolita perdida en la enorme funda, inicia las primeras tareas con resultados catastróficos: espera que la vaca se ordeñe sola, utiliza un mulo como si fuera caballo, llega al comedor cuando los demás han terminado. El muchacho se encuentra en un sistema organizado, el rancho, cuyas actividades desconoce; en consecuencia, aporta absurdo y “tontería” en respuesta al trabajo solicitado.

Pero sus buenas obras también se dejarán sentir: a la vaca “Ojos castaños” le quita una piedra de su pezuña, como poco después, a la hija del patrón le sacará una astilla clavada en la mano. Ambas le quedarán agradecidas de manera semejante. La vaca le prueba su amistad defendiéndole de un ataque inesperado de otra vaca; a la recíproca, cuando “Ojos castaños” va a ser marcada a fuego, Friendless le libra de ello al afeitarle la piel dibujando así la marca. Preocupado por la ausencia de cuernos en su vaquita, le coloca una cornamenta de ciervo para que pueda presumir ante la manada.

Por su parte, la mujer, con el recato que su condición social le impone, no ha perdido de vista a Friendless y cuando se le obligue a separarse de “Ojos castaños”, la muchacha intervendrá ante su padre, aunque sin resultado positivo. El vaquero queda despedido y sin posibilidad de comprar a su vaca porque el salario no llega para tanto. Juega a las cartas con otros vaqueros, pero no tiene suerte; el dinero apostado se pierde y el que la chica ha conseguido no llega a tiempo porque el ganado ya está embarcado en los trenes.

El joven, como un animal más, acompaña a su vaca en un viaje de infeliz término. Los rivales atacan el mercancías, y el tiroteo ni siquiera excluye a Friendless que, pistola en mano, defiende a los suyos. El tren se pone en marcha sin conductor que lo guíe; el joven vaquero consigue subirse y volver junto a su vaquita; así atraviesan diversos lugares y, a duras penas, consigue parar la máquina y llegar a la estación. Saca a “Ojos castaños” del vagón y, tras reflexionar sobre el futuro de la manada, se dispone a guiarla a su destino, los Corrales de la Unión en Los Ángeles, para lo cual tiene que atravesar con ella la ciudad. Esta será tomada por las vacas que allanan los múltiples establecimientos (peluquerías, baños turcos, grandes almacenes), provocan el caos en el tráfico, confunden a policías y bomberos y siembran el pánico entre la muchedumbre.

“Ojos castaños” se escapa del aparcamiento de automóviles y corre en busca de Friendless quien, montado sobre ella y vestido con un disfraz rojo de diablo, atrae la atención de la manada, la guía por la ciudad y la deposita en su destino último. La satisfacción del ranchero por la hazaña conseguida le ofrece cuanto quiera, pero el joven héroe se conforma diciendo: La quiero a ella. Y para evitar ambigüedades muestra a “Ojos castaños”, con la consiguiente sorpresa de la muchacha y la incontenible risa de su padre. Los cuatro, montados en el automóvil, circulan hacia el rancho.


Una pistolita en las manos de Keaton

Tal como hemos dicho, el protagonista, mientras medita su decisión de hacia dónde viajar, encuentra un bolsito de señora y en él, junto a diversos elementos de maquillaje, una pequeña pistola. Ya en el rancho, guarda su arma en la funda de la vestimenta de vaquero y quiere hacer uso de ella, sin conseguirlo, cuando los lobos intentan acercarse a su cabaña; posteriormente, la disputa entre los dos rancheros alinea al joven junto a su amo con su pistolita dispuesta a ser empleada si fuera preciso; del mismo modo, cuando se entera que “Ojos castaños” no será una excepción al embarque y posterior sacrificio, defiende, arma en mano, la opción contraria.

En la partida de cartas, ante el pistolón que le pone delante el vaquero tramposo, Buster es capaz de contraatacar con su pistolita, por más que aquél acabe tirándosela por la ventana y regalándole una “de verdad”. Con ambas disparará Friendless durante el ataque de los cowboys al ferrocarril, pero su actuación máxima corresponderá al episodio en el gran almacén de la ciudad cuando el joven vaquero, asaltado por una multitud de clientes, levanta su revólver y dispara un tiro ante la perplejidad y el miedo de todos los demás. Este “¡Pum!” parece tener, al menos, su eco en el poema de Alberti.

En las “memorias” de Buster Keaton se relata una anécdota sobre la vaca “Ojos castaños”; el director advierte de las dificultades para trabajar fuera del estudio y además con una vaca como primera actriz; la elegida era una Holstein y fue adiestrada delicadamente por Keaton guiándola por el estudio con un cable primero, luego sustituido por una cuerda y finalmente por un hilo, mientras le daba continuadamente zanahorias en premio a su docilidad; las mascota se mantuvo obediente hasta el punto de que cuando su protector se sentaba, ella intentaba subirse a su regazo. “Ojos castaños” se acostumbró al plató, a las luces, a los técnicos, pero el día que la sacaron fuera del estudio para el rodaje en exteriores, en pleno verano, quedó insensibilizada por el calor insoportable del desierto de Arizona y se negó a rodar. Un ranchero advirtió que la vaca estaba en celo: no modificaría su actitud hasta haberlo pasado y ello no tardaría menos de diez días. El plan de rodaje se vino abajo; al no ser posible sustituirla por otra, se buscó un toro cariñoso y comprensivo pero los resultados fueron negativos porque aquellos ejemplares eran caribellos y no habían sido descornados como la Holstein de la película; el director nunca sospechó que los toros fueran tan clasistas y selectivos. No hubo otro remedio que esperar a que la ternera pasara el celo. El productor Schenck, enterado del caso, afirmó de Keaton que, si hay una forma costosa de hacer una película, él la encuentra.


Ilustración: Imagen de Rafael Alberti y Rafael Utrera Macías, autor de esta serie de artículos, tomada en la entrevista realizada en el año 1982 (Foto: archivo de Rafael Utrera).

Próximo capítulo: IX. Buster Keaton, en el poema de Rafael Alberti, “busca por el bosque a su novia que es una verdadera vaca”