Paco R. Baños nos sorprendió agradablemente hace unos años con Ali (2012), un drama sobre una joven con problemas de comunicación, una película bien trenzada que llegaba con facilidad al espectador. Por eso teníamos fundadas esperanzas de que esta película, 522. Un gato, un chino y mi padre (¿a quién se le habrá ocurrido el título? Sin comentarios...) revalidara aquellas buenas sensaciones que nos dejara su ópera prima en el largometraje.
Lamentablemente, no ha sido así. La película de intrincado título empieza con una situación curiosa, centrándose en el personaje de George (diminutivo de Georgina, aunque la chica realmente se llama Fernanda... esto parece lo de los heterónimos de Pessoa...), que padece agorafobia, por lo que hace toda su vida dentro de su casa en Triana, Sevilla, con la única compañía de un gato, Fernando, y ocasionales visitas de un follamigo (solo los viernes, ni antes ni después) y el psicólogo, y contadas salidas al exterior, en un perímetro no superior a los 522 pasos (de ahí parte del psicodélico título...), para comprar pienso para el gato y atender las necesidades diarias de la casa. El único amigo verdadero es un chino que regenta un chino (valga la redundancia), aunque resulta que es japonés, y está interpretado por un coreano catalán... Cuando el gato muere traumáticamente, la agorafóbica, a pesar de su enfermedad psíquica, da en viajar a Portugal para enterrar al minino, en la furgoneta del chino o japonés, decorada en su interior para aparentar como si fuera su casa y así hacer más llevadero el viaje...
Tiene 522... (abreviaremos...) un tono antipático, pero eso en principio no es malo. De hecho, va de suyo que, si la protagonista tiene agorafobia y está peleada con el mundo, su trato no sea precisamente exquisito, ni siquiera con los que miran constantemente por ella, como el chino o japonés. El problema es cuando ese tono antipático se convierte en el propio tono de la película, que no parece saber muy bien qué carta jugar: por un lado parece el regreso a los orígenes, a su Portugal nativa, al territorio de la infancia, donde pudiera encontrar cura para su herida psicológica; por otro pareciera un cuento de hadas, incluso haciendo alusión explícita a algunos de ellos, como La Cenicienta, con esa furgoneta que sería como la calabaza convertida en carroza del cuento, y El flautista de Hamelin, con nuestra protagonista caminando sin descanso (¿y su agorafobia? ¿es de quita y pon?) por las calles de un pueblecito portugués tras un bardo con mostacho y guitarrita; pudiera ser incluso la búsqueda de un (metafórico) tesoro, en este caso el restañamiento de sus heridas y su reconciliación con su pasado y su familia, a través de un mapa, para la ocasión plasmado en una guía turística (que ya es imaginación...).
Muchas cosas, metidas con frecuencia con calzador (la escena del fado parece enteramente patrocinada por el Patronato Turístico de Portugal...), con una coherencia interna tirando a nula, en una película con algunas buenas ideas pero mal enhebradas en el guion. Desde el punto de vista de la realización, es evidente que Paco R. Baños es un buen profesional y la historia está contada con impecable factura, a pesar de sus evidentes limitaciones presupuestarias. Algunos toques de modernidad (esos pasos, hasta los 522, sobreimpresionados en pantalla sobre la figura angustiada de la protagonista) nos confirman que Baños es un cineasta seguro y creativo, pero que esta vez, lamentablemente, no ha dado en la tecla. No obstante, lo de su anterior largo, Ali, y su participación como realizador de algunos capítulos de la serie La peste, no pudo ser el sonido de la flauta (ya que estamos con Hamelin...) del burro, y apostamos porque en otros proyectos puede volver a brillar como ya lo ha hecho anteriormente.
Gran trabajo de Natalia de Molina, sin duda la mejor de su generación en Andalucía y en España: formidable trabajo en un personaje además con notable falta de asideros, porque aparte de su psicopatología, sus reacciones, motivaciones y personalidad van de lo inconcreto a lo ambiguo. El actor de origen surcoreano Alberto Jo Lee da cumplida réplica en un personaje que nos tememos desperdiciado, porque podría haber dado bastante más de sí.
96'