Esta película se pudo ver en la Sección Senderos que se bifurcan del Sevilla Festival de Cine Europeo 2017 (SEFF’17).
A veces el cine pretencioso se viste con los ropajes de la nadería para parecer más de lo que es. Me temo que ese es el caso de esta tontería titulada internacionalmente como A brief excursion, que se basa, más o menos libremente, en una novela del escritor belgradense Antun Soljan. La película, narrada totalmente por la voz en off del protagonista, Stola, nos cuenta cómo este personaje pasa el verano en su Croacia natal entre festivales de música y otros festolines, pero como la estación va llegando a su fin, todos están ya bastante cansados y hartos de tanto muermo. Así que cuando un antiguo conocido de Stola propone a un grupo de chicos y chicas hacer una excursión hasta un monasterio no muy lejano donde podrán contemplar unos valiosos frescos medievales, un buen puñado de ellos se apunta, aunque no sea más que para dejar atrás la desidia de esos interminables días de estío.
Pero lo que parece una especie de viaje iniciático pronto veremos que es más bien una tomadura de pelo: uno a uno, los componentes de la excursión (siete, número mágico, como los Pecados Capitales, los Enanitos de Blancanieves o los Magníficos), se irán quedando por el camino, pero no por lo habitual en estos casos (los malos de turno se los cargan), sino por diversas y a cual más extravagante (y ridícula) causa.
La cosa parece que quiere ser algo así como un canto (o una denuncia, no queda muy claro) al nihilismo de las jóvenes generaciones, que se encandilan con cualquier cosa que las entretengan, sin mayormente un objetivo claro en la vida. Claro que otra cosa es qué les ofrece la vida, que esa es otra historia… Pero lo que nos presenta (muy morosamente, muy lentamente, muy exasperantemente) la película es un discurrir de estos siete memos menguantes (en número, se entiende, no como El increíble hombre menguante, que ese sí que era valioso) hasta el dichoso monasterio de los frescos, para terminar como el rosario de la aurora.
Igor Bezinovic, el guionista y director, tiene ya una cierta carrera en ambas facetas, aunque hasta ahora casi siempre en el campo del documental. Quizá esa sea la causa de la llamativa falta de ritmo del film, que hace que sus 75 minutos de duración (¡loados sean los cielos, al menos es corta!) se hagan eternos. Mejor no citamos a los intérpretes: no queremos hacer sangre…
75'