Suele decirse "de tal palo, tal astilla", cuando el hijo de alguna persona de mérito sigue los pasos de su progenitor. No es el caso de Jean Becker, el vástago de Jacques Becker, el que fuera uno de los más interesantes realizadores franceses de los años cuarenta y cincuenta, prematuramente muerto tras haber realizado varias obras maestras, como París, bajos fondos o, sobre todo, La evasión, un formidable ejemplo de concisión, sobriedad formal y fuerza narrativa.
Su hijo Jean también se dedicó a la dirección, pero no estaba tocado del talento de su padre. En este A escape libre, su tercer largometraje, Jean Becker cuenta una historia con ciertas dosis de suspense e intriga. Dos pillos pasan la frontera con Suiza haciéndose pasar por periodistas, aunque lo que ocultan es un contrabando de piedras preciosas. El perista les encarga un nuevo trabajo, pero éste será mucho más peligroso.
Las escenas de acción se suceden, intentando Becker dotar a su película de un fuerte ritmo narrativo, aunque, como suele ocurrir en estos casos, en lo que incurre es en el mero atropellamiento. De todas formas, se ve con cierto agrado, beneficiándose de un género, el aventurero con implicaciones negras, que resulta casi siempre muy agradecido.
El reparto está cuajado de lo más granado de la época, con un Jean-Paul Belmondo que era la figura central de la Nouvelle Vague, recientes aún sus À bout de souffle y Pierrot le fou; Jean Seberg, que compartió protagonismo con Bebel en la primera de esas películas; y nuestro Fernando Rey, ya tan internacional como lo sería durante décadas, hasta su muerte.
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