Costa Rica, con unos 12.000 dólares per capita, es el segundo país más pujante, en términos económicos, de lo que se conoce como Centroamérica, tras Panamá, cuyo PIB per capita supera los 16.000 dólares, estando ambos muy por encima del resto de países del istmo centroamericano (fuente: FMI). A pesar de ello, la industria audiovisual costarricense es endeble, con menos de 600 productos audiovisuales en toda su historia, entre cortos y largometrajes, series y miniseries, documentales, vídeos musicales, telefilms... Para que nos hagamos una idea, en 2019, último año prepandemia (los datos de los posteriores, por tal razón, no deben ser tenidos en cuenta como datos “normales”), se rodaron o grabaron allí solo 36 títulos, de todo tipo y formato. El audiovisual que producen los “ticos” (el gentilicio coloquial de los costarricenses) es generalmente de consumo interno, salvo algunas, muy pocas excepciones, que consiguen trascender sus fronteras, como la estimable El despertar de las hormigas (2019), vista hace unos años en Europa.
El caso de A un paso de mí es de lo más curioso: producto que parece en principio un manual de autoayuda, a la manera de un Paulo Coelho audiovisual pero hablado con el dulce acento hispanoamericano, finalmente se revela como un gigantesco spot que nos muestra las maravillas turísticas de Costa Rica, con una vaga historia plena de conceptos vaporosos, etéreos, sobre paz interior, etcétera. La historia se inicia con el plano de una chica, Tatiana, que nos va a contar en retrospectiva, con un largo flashback, cómo llegó al momento actual de paz y felicidad: comienza así la narración de sus 9 días anteriores, cuando estaba sumida en una situación de convulsión espiritual tras la muerte de su padre y el descubrimiento de la infidelidad de su novio. El redactor jefe del periódico digital para el que trabaja le exige buenos textos para su blog, y la chica, aconsejada por una amiga, se va de vacaciones por el país para reencontrarse y, así, poder también cumplir con su trabajo...
A un paso de mí es, en efecto, una especie de producto de autoayuda; pero lo curioso del caso es que, sin apoyos gubernamentales (como se encarga de recalcar los créditos finales), la producción ha corrido a cuenta... de las empresas cuyas maravillas turísticas se nos describen en la película, con una publicidad nada encubierta, que nos muestra lo buenos que son esos hoteles, esos resorts, esos parques de atracciones, esos “rent-a-car”... hasta hay una escena en un cementerio privado, que también coproduce en pie de igualdad con el resto de atractivos turísticos...
Así las cosas, estamos ante lo que se puede considerar probablemente como el spot turístico más largo de la historia, casi dos horas para mostrarnos las bellezas (eso sí, casi todas muy artificiales...) de Costa Rica, con una leve línea argumental en la que la prota se buscará a sí misma, encontrándose entre mojitos y chapuzones en piscinas, entre lanzamientos en tirolina y bungalows incrustados en paisajes tropicales, con un tipo que parece un moscón, pero que finalmente se revelará como alguien que (aparte de querer “tema” con la guapa...) se comporta, como antiguamente se decía, “como un caballero”...
Llama la atención que, aunque Costa Rica es, como hemos dicho, el segundo país más pujante de Centroamérica, no es, ni de lejos, un país rico: para hacernos una idea, ocupa el lugar número 59 en la lista de países por PIB nominal per capita. Pues sin embargo, viendo la peli, parecería que es enteramente una Dinamarca incardinada en el trópico: todo el mundo viste espléndidamente, con preciosos modelitos; los apartamentos son de lujo; las carreteras parecen recién asfaltadas... todo remite a un país en el que pareciera no haber problemas sociales, donde pareciera que la pobreza no tiene señorío (permítannos que parafraseemos a Dylan Thomas...). Pero lo tiene, claro: en ese sentido, A un paso de mí es una visión muy sesgada, muy limitada, de la sociedad “tica”; por supuesto que habrá, que hay, un segmento de clase media-alta que se puede permitir estos lujos, estos vestuarios, estas moradas de elegancia a la vez moderna y exquisita, este país como de ensueño. Pero hay otro país, claro, seguramente mucho más numeroso, más pobre, más feo y anodino, donde no corre la leche y la miel (ya que estamos con las citas...), que aquí no aparece ni por asomo. Porque esa es otra: aquí todo el mundo es guapo (bueno, para que se hagan una idea, la protagonista participó en el concurso de Miss Universo...), con unas dentaduras estupendas y blanquísimas; no hay gordos, ni calvos, ni feos... todo es idílico... y todo es mentira, por supuesto.
Jose Mario Salas Boza es el “autor total” del film. Quizá lo de autor no se corresponda con el concepto que tenía de la palabra André Bazin, pero si decimos que, además de dirigir la película, ha escrito el guion, se ha encargado de la producción a través de su empresa JSB Producciones, así como de la dirección de fotografía, del montaje y del sonido... ¿no estaremos hablando de un hombre-orquesta, de un “autor”, aunque no lo sea en el sentido baziniano? Salas Boza se licenció en Periodismo por la Universidad San Judas de San José de Costa Rica, pero también perfeccionó su formación audiovisual en Los Ángeles, así que conocimientos no le faltan para hacer todas esas tareas y más... Sin embargo, su filmación, de corte muy estandarizado, es con frecuencia elemental, desconociendo el concepto de elipsis y con planos/contraplanos constantes, muy monótonos. Es verdad que formalmente la película tiene cierto empaque, los planos están bien encuadrados y se gusta en los paisajes lujuriantes del país, pero ciertamente, a estas alturas, esos son valores que se le deben dar ya por supuestos.
Salas Boza tiene una filmografía ya de cierta consistencia, siendo este su tercer largo, aparte de varios cortos. Sus largometrajes anteriores iban desde la aproximación en clave religiosa a temas como la infidelidad y el abuso sexual a menores (Un toque de lo alto, 2016), hasta un musical en clave intergeneracional y con los celos como conflicto a resolver (Un regalo esencial, 2018).
La búsqueda interior de la protagonista, dada de forma muy naif, muy irreal, está trufada de diálogos inconsistentes, redundantes, de escaso brillo, buscando en vano la frase lapidaria, lo que refuerza la sensación de inanidad, de aburrimiento, del film. La trama es de una ingenuidad y candidez extremas, con una impostada ansiedad existencial que solo sirve para que, como decíamos, contemplemos las bellezas naturales (y no tan naturales...) del país. Con lemas de filosofía parda y frasecitas que parecen sacadas de manuales de autoayuda, el film es más una postalita que otra cosa, una especie de “publificción” que, ciertamente, en Europa o Estados Unidos sería impensable. Tiene una concepción vieja del cine, un cine que nada tiene que ver con el que se hace hoy día. Producto artificial y de una simpleza sonrojante, carece de autenticidad, no hay conflicto digno de tal nombre y le sobra, como mínimo, un cuarto de hora.
Lo único realmente llamativo en clave positiva es la desenvoltura de la protagonista, Johanna Solana, ciertamente un cuerpo escultural (ya comentábamos su pasado de miss...), modelo y presentadora de televisión, en su primer papel como actriz, que ella resuelve con una naturalidad pasmosa, creyéndose el papel (es la única que se lo cree, nos tememos...), y con una especie de técnica actoral natural (pues nunca ha asistido, según su biografía, a clases de interpretación) ciertamente notable. Eso sí, probablemente podría pedir su inclusión en el Libro Guinness de los Records como la actriz que más modelitos ha lucido en una película, especialmente biquinis y bañadores, uno para cada chapuzón (y se da muchos...).
(15-09-2021)
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