Pelicula:

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Dice una brutal frase lapidaria que “los vascos nacemos donde nos sale de los cojones”; valga el exabrupto para entender por qué el director de esta película, Pablo Agüero, es argentino (Mendoza, 1977), se ha formado en Francia, y finalmente ha sido el realizador elegido para este film, Akelarre (no confundir con su homónimo rodado en 1984 con dirección de Pedro Olea), que es ciertamente muy vasco en su temática y en su concepto: presenta un asunto vascuence, en este caso medieval, en una historia ambientada en 1609, en el reinado de Felipe III, en las tierras norteñas euskaldunas, con un grupo de chicas apresadas por la Santa Inquisición (en aquella época cualquier cosa era santa, hasta aquel hatajo de cabrones que formaban una congregación supuestamente religiosa...), que las acusa de brujas, y un inquisidor, el juez Rostegui, que busca conocer de primera mano el ritual del Shabat del Diablo, para lo que aplicará las correspondientes torturas a las jóvenes...

Resulta curioso que esta Akelarre presente, en cuanto a su calidad y su tono, dos partes claramente diferenciadas: la primera es reiterativa, vulgar, premiosa, y parece evocar (otra vez...) lo malos que eran los castellanos y lo buenos y naturales como la vida misma que eran los vascos... Parecería entonces que estamos otra vez ante una nueva denuncia (en este caso con “solo” 400 años y pico de retraso...) de las injusticias cometidas contra el pueblo euskaldun por los malísimos españoles, etcétera. Menos mal que, conforme va avanzando el film, la segunda parte toma otro tono, y donde antes estaban solo las sádicas y vesánicas torturas y las continuas vejaciones de los castellanos/españoles contra los vasconavarros, empieza a surgir otra historia mucho más sugestiva, la de la seducción que ejercerán las chicas sobre el inquisidor, en especial la joven llamada Ana, que actúa en todo momento como lideresa del grupo de muchachas; cuando Ana se dé cuenta de que el juez es sensible a la sensualidad de su joven cuerpo, y de la lubricidad que el sátiro magistrado imagina emanada por las técnicas de oscuro erotismo del Diablo, se empleará a fondo para utilizarlo a su favor e intentar escapar de las garras de la Inquisición.

Esa segunda parte es mucho más interesante, escapando de la inanidad de la primera, que parece otro rutinario ejercicio de maniqueísmo. Por el contrario, en esta segunda mitad la peli gana en sentido cinematográfico, y las relaciones entre el inquisidor y Ana se van convirtiendo en un vínculo ambiguo entre opuestos, fascinado el juez castellano por el lado oscuro del aquelarre diabólico, pero también (y quizá prioritariamente) embelesado por la carne juvenil y los libidinosos excesos que su calenturienta mente imagina suceden en los apareamientos supuestamente demoníacos.

En esta parte Akelarre muesta su verdadera carta de naturaleza, una obra sugerente y sutil sobre la sensualidad, la carnalidad lasciva entre verdugo y víctima; citar El portero de noche, de Liliana Cavani, no sería ocioso, bien que aquí en un contexto histórico y temático obviamente distinto. Un final brillantísimo, abierto, en una elipsis ciertamente muy poderosa, pone el broche a una historia irregular, que va clarísimamente de menos a más, de lo vulgar a lo exquisito, en un vaivén cualitativo que, ciertamente, no se termina de entender. Pablo Agüero, el mendocino que aquí ejerce de vasco adoptivo, tenía hasta ahora una filmografía corta pero no especialmente relevante, siendo su título más llamativo Eva no duerme (2015), sobre la odisea del cadáver embalsamado de la que fuera mujer fuerte del peronismo, Eva Duarte de Perón. Aquí, en las antípodas (temática, estética, históricamente), Agüero da una de cal y otra de arena, consiguiendo en conjunto una obra valiosa pero a la que debería haberse exigido un nivel más uniforme, un tono más cercano al que impregna toda la segunda parte, donde hay buen cine, mientras que en la primera lo que hay mayormente es propaganda, y de la mala.

Formalmente, la película presenta una buena factura, con una filmación clásica, jugando a veces con montajes sincopados en las escenas de acción (persecuciones, mayormente) y recurriendo en ocasiones a la cámara subjetiva, un recurso hoy día poco usado. El cineasta argentino gusta de exponer imágenes metafóricas que, sin embargo, resultan algo pedestres, como la del cuenco roto y la mancha del vino derramado, roja como la sangre, extendiéndose por el mantel. Mejor está, desde un punto de vista argumental y guionístico, el ardid de las jóvenes de inventarse cada una de ellas una historia, a la manera de la Sherezade de Los Cuentos de las Mil y Una Noches, para demorar las ejecuciones y dar tiempo a que sus hombres, que están faenando en la mar, puedan volver con la luna llena y rescatarlas. Esa historia, fundamentalmente la que le cuenta Ana al inquisidor, estará trufada de elementos reales de su vida cotidiana, con las bromas y juegos de adolescentes, mezclada con la fantasía imaginada para que el juez vaya entrando en el terreno de la concupiscencia donde la joven sabe que puede pastorearlo hasta atraparlo sin remisión.

Buen trabajo interpretativo de las jóvenes apresadas, en especial de una Amaia Aberasturi que es todo un descubrimiento, una actriz de todavía corta carrera, como corresponde a su jovencísima edad (23 años cuando se escriben estas líneas); también es subrayable el buen trabajo de Àlex Brendemühl, un actor un tanto hierático pero que aquí borda su personaje de juez teóricamente integérrimo pero al que la sensualidad, el morbo, pondrán al descubierto su lado más vicioso.

(15-03-2021)


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90'

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Akelarre (2020) - by , Mar 15, 2021
2 / 5 stars
La seducción del juez