Alejandro Magno (1956)

Robert Rossen fue, sin duda, uno de los guionistas y directores norteamericanos más interesantes de su generación, aunque generalmente no suele contar con el mismo predicamento que algunos de sus colegas coetáneos de similar talento. Pero el autor de películas tan notables como Cuerpo y alma (1947), El político (1949), El buscavidas (1961) y Lilith (1964), bien merece un lugar al sol entre los grandes cineastas USA de la edad dorada de Hollywood.

Sin embargo, cuando afrontó la biografía del rey macedonio Alejandro, al que la Historia conoce como Magno o El Grande, no estuvo especialmente afortunado. Intentó Rossen hacer una mezcla entre el cine colosalista, con grandes movimientos de masas y espectaculares escenas como las que demandaba el formidable reinado del soberano griego, y la introspección psicológica que demandaba este personaje que fue, sin duda, más grande que la vida, y cuya trayectoria vital ha sido fuente de inspiración para muchos que soñaron con ser nuevos Alejandros sobre la Tierra.

Curiosamente, esta mítica figura de la Historia que fue Alejandro de Macedonia sería la que dio lugar, en esta biografía novelada, a uno de los primeros films que se coprodujeron entre dos cinematografías tan dispares, al menos en aquella época, mediados de los años cincuenta, como eran la española y la norteamericana, con rodaje prácticamente en su totalidad en suelo hispano. El resultado fue un híbrido no del todo convincente, pero que tenía ráfagas de excelente cine, como correspondía al talento de su director, uno de los grandes de Hollywood, aunque hoy casi nadie se acuerde de él.

Notable reparto internacional, con los británicos Richard Burton (componiendo un convincente Alejandro), Claire Bloom y Peter Cushing (este en la época en la que aún no había alcanzado la fama con los films de terror de la Hammer), la francesa Danielle Darrieux y el americano Fredric March, además de varios actores españoles en papeles secundarios.