CINE EN SALAS
El audiovisual ha puesto en imágenes las gestas sin duda heroicas de algunas personas que, durante la Segunda Guerra Mundial, jugándose el cuello, salvaron las vidas de cientos, incluso de miles de judíos a los que perseguía la barbarie nazi. Hablamos, por ejemplo, del inglés Nicholas Winton, cuya historia conocimos por la película Los niños de Winton, con el gran Anthony Hopkins encarnándolo ya de anciano, o el español Ángel Sanz, cuya peripecia como diplomático en Hungría se cuenta en la serie El ángel de Budapest, con Francis Lorenzo como el protagonista. Pero, por supuesto, el epítome de todos ellos fue Oskar Schindler, empresario alemán (por lo que lo que hizo tuvo doble mérito…) que salvó a miles de judíos de los campos de concentración nazis, y cuya gesta revivió Spielberg en su popular y prestigiosa La lista de Schindler.
A veces esas gestas no están personificadas en un hombre o una mujer concreta, sino que tuvieron lugar de forma más anónima, más colectiva. Es el caso que se nos cuenta en esta Frontera, a cuyo final unos rótulos indican que, desde 1943 a 1945 unos 80000 judíos, huyendo de la persecución nazi, pudieron atravesar la frontera hispano-francesa a través de los Pirineos, con frecuencia con la connivencia de los españoles. Sobre ese hecho real ha filmado la cineasta catalana esta película que, lo diremos ya, nos ha parecido un producto audiovisual claramente insuficiente.
La historia se ambienta en 1943, en un enclave montañoso entre Francia y España. Conocemos a Manel Grau, jefe del puesto fronterizo de la parte española; ha llegado a ese cargo de forma peculiar, al desertar del ejército republicano y ser acogido por los franquistas como uno de los suyos (aunque, por su parte, sin ningún entusiasmo…); también conocemos al teniente Sánchez, del ejército de Franco, aunque tampoco le tiene ninguna ley al dictador, y mucho menos a los nazis, que durante la Guerra Civil le mataron un niño y le dejaron sordo al otro; y a Mercè, la mujer de Manel, que parece amargada por una doble circunstancia, la cobardía del marido al desertar, y la sospecha de que mantiene una relación ilícita con la tabernera del pueblo. Cuando empiezan a llegar judíos intentando atravesar la frontera, a Manel le ordenan desde Madrid que no los deje pasar. Manel, conocedor de que los nazis persiguen a aquellos pobres tipos para matarlos, decide hacer algo al respecto…
Judith Colell (Barcelona, 1968) es la actual presidenta de la Academia del Cine Catalán; se licenció en Historia del Arte en la Universitat de Barcelona, aunque, tras completar su formación en la Universidad de Nueva York, se dedicó desde el principio de su carrera profesional al cine, rodando su primera película a los 23 años. Pero lo cierto es que, en su filmografía, ya bastante nutrida, cuesta encontrar algún título medianamente relevante; tampoco esta Frontera, nos tememos, la sacará de ese marasmo…
Porque la película peca de muchas cosas: de un guion endeble donde los haya, en el que los personajes son de cartón piedra, carecen de alma, a pesar de que los actores y actrices, muy entregados, intentan insuflarle la fuerza de la que carecen. Apenas sabemos de los protagonistas, mucho menos de los secundarios, y lo que sabemos es pura entelequia; no hay conflicto interno realmente, aunque se intenta, existiendo como hay motivos para ello, como la tensa situación del matrimonio protagonista, cuyas causas de desavenencia no terminan de entenderse demasiado. Tampoco Colell, como directora, endereza el entuerto, con una realización plana, bastante desaliñada, donde no brillan ni las escenas dramáticas, de diálogo, ni mucho menos las de acción, ramplonamente filmadas, sin estilo ni, a veces, coherencia, con un ritmo bostezante que tampoco ayuda mucho.
Así las cosas, estamos ante lo que nos parece una nueva (y no precisamente distinguida…) aportación al llamado “cine de tazón”, ese cine español que cuenta (mal) historias de la primera postguerra española, donde siempre aparece algún tazón del que comen los personajes (mayormente los niños), como, de hecho, ocurre aquí en alguna escena del principio. Claro está, lo del tazón no deja de ser una metáfora, que habla de un cine elemental, con frecuencia maniqueo, sin carne ni sangre. Por supuesto también, se ha hecho cine español sobre esa primera postguerra muy valioso; recordemos, sin ir más lejos, títulos como Los días del pasado, La trinchera infinita, El corazón del bosque o la espléndida El espíritu de la colmena, entre otras. Pero también hay otras cintas que confirman la existencia de ese superficial “cine de tazón”, como Miel de naranjas, Entrelobos o esta Frontera que se queda muy corta, demasiado banal, además de un final ciertamente tan feliz como improbable.
Lástima de empeño; hay muchas buenas historias que contar todavía de ese período negro de la primera postguerra (en puridad, de toda la postguerra española…), pero esas historias habrán de estar contadas con sutileza, con sensibilidad, con fuerza… todo lo que le falta a esta mediocre película que, ciertamente, con su presencia lo que nos recuerda cuán importante es que se hagan buenos films sobre aquel tiempo aciago, para que nunca se vuelva a repetir.
Los intérpretes, como queda dicho, muy entregados, a pesar de que tenían escasos asideros: Miki Esparbé, que sirve igual para un roto que para un descosido, apechuga con su ficticio personaje, en el que parece se ha querido hacer una síntesis de todos aquellos que, en el período 1943-45, en la parte española de la frontera con Francia, se jugaron literalmente la vida para dejar pasar a miles de refugiados judíos que huían de una muerte segura si caían en las manos de la canalla nazi. Asier Etxeandia también está razonablemente bien como el militar supuestamente franquista que busca escapar con su familia de aquel desastre de país que era la España de Franco; María Rodríguez Soto, a la que descubrimos en Casa en llamas, donde estaba muy bien, hace lo que puede con un personaje que quiere ser complejo pero termina siendo más bien plano, sin relieve.
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