Pelicula:

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El equipo humano agrupado en torno a la productora vasca Moriarti Produkzioak es ciertamente curioso: creado por un grupo de profesionales (productores, directores, guionistas)  de Euskadi, formado por, entre otros, Aitor Agirre, Jon Garaño, Jose Mari Goenaga y Xabier Berzosa, han irrumpido en el panorama cinematográfico, primero vasco (con llamativos films como 80 egunean y Loreak), después español (con Handia, premiado con 10 Goyas en 2018), con notable éxito. Curiosamente también, los tres primeros hasta ahora codirigían de dos en dos (Aitor y Jon, Handia; Jon y Jose Mari, 80 egunean y Loreak), aparte de coescribir los guiones de la mayor parte de las producciones de Moriarti Produkzioak.

Ahora, por primera vez, los tres codirigen al alimón, en el primer proyecto que realizan fuera de los límites geográficos, lingüísticos, culturales y administrativos euskaldunes, concretamente en Andalucía, para lo que se han coaligado, con buen criterio, con la productora andaluza La claqueta (con títulos de la entidad de 30 años de oscuridad y Tu hijo), además de con la francesa Manny Films. Es evidente que el papel jugado por La claqueta, la productora comandada por Olmo Figueredo, ha sido fundamental en esta película absolutamente arrebatadora: es imposible imaginar cómo este grupo de vascos, por muy cosmopolitas e inteligentes que fueran (que lo serán), pudieran hacer, sin ayuda local, una obra tan andaluza, tan hecha desde las entrañas, tan perfectamente imbricada social, oral, culturalmente aquí en el meridión de España.

Andalucía (no se cita lugar en concreto: el rodaje tuvo lugar en Higuera de la Sierra, un pueblecito de apenas 1.300 habitantes en la sierra de Huelva), en 1936. Ha estallado la Guerra Civil; Higinio y Rosa son un matrimonio que se ha casado hace unos meses. Una mañana, la Guardia Civil viene a por Higinio, que se había significado durante la República por sus ideas socialistas. El hombre huye campo a través, pudiendo esconderse en un pozo junto a otros dos fugitivos; asesinados estos desde el brocal por sus perseguidores, Higinio salva la vida al esconderse en un pequeño hueco, aunque resulta herido. De vuelta a su casa, de noche, se esconde en un falso suelo que da paso a un pequeño cuarto oculto. Allí empezará un encierro que tendrá continuidad más tarde en otro agujero parecido, y que durará mucho más de lo humanamente soportable...

Son muchas las virtudes de La trinchera infinita. Habrá que destacar en primer lugar la osadía de hacer una película que no mira en absoluto a la galería sino a construir una obra de calidad, verdaderamente artística, donde la comercialidad es un concepto subsidiario aunque, es obvio (sería suicida), no renuncien a ella. Pero lo importante es la historia de esta pareja, condenada sin juicio a vivir la ficción de la desaparición del marido, en una situación que, como era de prever, irá minando la moral de los dos, haciendo añicos la imposible vida en común, amedrentados ambos (más él que ella) por las posibles consecuencias de que los del exterior averigüen que en la casa mora aquel a quien el nuevo régimen tiene puesto precio a su cabeza. Pero también lo es cómo está contada, con un habla andaluza no solo irreprochable en su acento ceceante (una de las variantes más extendidas y representativas del andaluz), sino, sobre todo, en la particular forma en la que se hablaba hace cincuenta, sesenta años, en los pueblecitos andaluces, con sus giros y expresiones de antaño que solo los andaluces, y solo aquellos que ya peinen canas, saborearán con plenitud. La segmentación del film en secuencias iniciadas por la definición de una determinada palabra, relacionada con lo que se nos cuenta a continuación (escondite, agujero, peligroso...) es también una idea original y novedosa, ayudando además en el difícil trance de hacer amena una historia de más de dos horas de duración y prácticamente un único escenario. Los problemas familiares, primero entre la pareja, en una situación en la que todo está supeditado a la seguridad del hombre encerrado, pero también después cuando se incorpore el hijo que, desde la cuna, es sabedor del grave secreto familiar y habrá de convivir con ello, siempre encerrado en sí mismo, temeroso de incurrir en cualquier momento en un error devastador, se tornarán asfixiantes en un clan familiar que no es, que no podrá ser nunca como los demás.

La película es notable en su fisicidad, permitiéndonos acercarnos a la tragedia de este núcleo familiar con una espléndida utilización del fuera de campo, del sonido en off, casi un personaje más en una historia que se desarrolla tanto delante de la cámara como, sutilmente, fuera de su radio de acción, de su encuadre. Los miedos de los protagonistas, pero también las obsesiones, como la de ese vecino cabrón que durante tres décadas vivirá solo para encontrar al hombre por el que ha desarrollado un odio más allá de toda lógica, de toda humanidad, se hacen tangibles, reales, físicos en la película, llegan al espectador con una sencillez que parece fácil pero no lo es en absoluto.

Y ese final... ese final que, siendo físico, es metafísico... Ese hombre jamás podrá salir del hoyo en el que se encerró. Aunque salga, siempre estará allí, 33 años, 333 años si viviera: su cárcel ya no es física, sino moral, psicológica, infinita, como el título. Ese final sutilísimo pondrá broche de oro a una película delicadamente cincelada por Arregi, Garaño y Goenaga, tres que trabajan como uno solo, un trabajo sobrio, percutante, demoledor en sus miedos y en sus deseos primarios, explosivamente expuestos con una naturalidad cuasi animal. La trinchera infinita es, sin duda, uno de los grandes títulos del cine español de la temporada, probablemente el mejor. Sigue la senda de otro film de la coproductora La claqueta, la mencionada 30 años de oscuridad (2014), el documental con elementos dramáticos y de animación realizado por Manuel H. Martín, que trataba también sobre los “topos”, aquellos huidos de las matanzas arbitrarias que hicieron los llamados nacionales tras la victoria del Alzamiento, que tuvieron que recluirse en agujeros infectos en los que malvivieron (y fuera de ellos, sus familias las pasaron canutas) hasta que en 1969 la ley de Amnistía que conmemoraba los 30 años del final de la Guerra Civil, les permitió salir a la calle sin miedo a represalias.

Antonio de la Torre y Belén Cuesta están eximios, absolutamente entregados en sus personajes: ellos son Higinio y Rosa, no vemos a Antonio ni a Belén. Especial mérito tiene el trabajo de Cuesta, habitualmente encasillada en personajes cómicos, que aquí brilla como dramática como si fuera una Anna Magnani. Exquisita la música de Pascal Gaigne, el músico francés habitual en las películas del dúo de productoras Irusoin-Moriarti, y matizadísima la fotografía de Javi Agirre, también perteneciente a este talentoso grupo vasco que aquí ha encontrado el perfecto complemento andaluz.

(03-11-2019)


Género

Nacionalidad

Duración

147'

Año de producción

Trailer

La trinchera infinita - by , Apr 15, 2020
4 / 5 stars
33 años de oscuridad