Carlo Padial llamó la atención hace unos años con su primer largometraje como director, Mi loco Erasmus (2012), “mockumentary” (falso documental, para entendernos) sobre los estudiantes extranjeros que cursan en España esta popular iniciativa universitaria de la Unión Europea. Como parece que la idea del falso documental tiene para Padial mucho recorrido, hace ahora una idea parecida, pero aplicada al supuesto rodaje de una película, titulada Algo muy gordo, que se concibe como una comedia tirando a surrealista, creada en torno al actor y guionista Berto Romero, con muchos efectos especiales.
Se trata entonces de una especie de “making off”, obviamente falso, de una película que nunca existió, más allá de ser el MacGuffin sobre el que gira esta comedia que se quiere diferente pero que, digámoslo pronto, no termina de encontrar su punto, su tono. Lo cierto es que sólo en algunos momentos consigue la sonrisa cómplice del espectador, lo que, para lo que reputaba ser una comedia totalmente diferente, es un resultado cuando menos magro.
El último plano de la película (no hacemos “spoiler” alguno: no tiene relación con lo hasta entonces acontecido) nos muestra un destartalado “back stage”, lo que en román paladino llamaríamos las bambalinas, la trastienda, con Berto Romero tomando unos tragos de una lata de refresco, mientras espera ser llamado al escenario para una de sus actuaciones en directo. Ese último plano, me temo, es un poco el tema real de la película, quizá la obsesión del guionista y director Carlo Padial por la trastienda, por lo que se cuece fuera del escaparate de la película, monólogo, u obra teatral: parece que lo que interesa al cineasta catalán es más cómo se cuece el guiso que el guiso mismo, como si le interesara más el proceso de cocinar los alimentos que el de consumirlos, ya que estamos con la analogía culinaria.
En principio, nada que objetar; ha habido directores insignes que han hecho obras excelsas sobre rodajes; recuérdese, por ejemplo, La noche americana (1973), de François Truffaut, o La mujer del teniente francés (1981), de Karel Reisz. Pero el camino escogido por Padial peca de inseguro, de indefinido: no terminas de saber a qué juega el director, que lo es también de la falsa película que se está rodando, ni terminas de enganchar con la (supuesta) comicidad de la historia. Así las cosas, resulta chocante que uno acabe esperando que nos den algo de la dichosa película que supuestamente se rueda, ya pasado por post-producción, a ver si, al menos en esa apócrifa apuesta haya algo que realmente sea atractivo, que nos subyugue aunque sea mínimamente. No es el caso, lamentablemente, y lo sentimos, porque la idea (experimentar sobre la comedia, buscar nuevos caminos) era más que interesante, pero se queda en la mera carcasa de la propuesta sin profundizar. No es esta, me temo, una nueva forma de afrontar la comedia: el cañamazo de ese delicado edificio que consiste en hacer reír, en conseguir una sonrisa cómplice, no sirve, al menos aquí, para conseguir su objetivo.
Curiosamente, casi el único que consigue ser gracioso (a veces a su pesar…) es Javier Botet, que no es cómico profesional, estando especializado, como se sabe, en interpretar monstruos varios (la niña de REC y el monstruo de Alien: Covenant, entre otros). Bueno, y Carlos Areces, que tiene la rara virtud, como Santiago Segura, de hacer reír solo con su presencia, no digamos con algún diálogo que sea mínimamente gracioso. Aclaramos que no nos parece que Berto Romero sea un cómico aventajado, ni aquí ni en ninguna de sus otras apariciones en pantalla. En cualquier caso, parece difícil que el público, a la vista de su personaje, haga algún gesto parecido a una sonrisa.
Carlo Padial tiene buena mano como director, sabe imprimir ritmo incluso a la (falsa) historia de este (falso) film. Nos parece una persona muy creativa, pero habrá de encontrar la forma de encauzar esa creatividad para que interese al público. De otra forma, me temo que su futuro en cine no será especialmente esplendoroso.
90'