Por tres razones es esta ¿comedia? una carnavalada: una, porque se desarrolla en las Islas Canarias y en algunos planos nos obsequian con los imposibles disfraces con los que se atavía la muchachada del lugar, allá por las carnestolendas; dos, porque el director se apellida Carnevale, así que estaba predestinado... y tres, porque Almejas y mejillones es, en sentido estricto, una carnavalada, en la peor de las acepciones de este término, aquélla que la asimila a bufonada o payasada.
Veamos: lesbiana argentina, pícara de profesión, con el concurso cómplice de su amigo gay, conoce, en uno de esos tópicos enredos estúpidos vistos una y mil veces, a científico sólo interesado por sus ensayos, en este caso experimentos sobre, ejem, el hermafroditismo de los mejillones; lógicamente, el sabio (improbable Jorge Sanz, que tiene pinta de no saber hacer la o con un canuto) bebe los vientos por la bella, aunque a ésta le vayan más los bollos. Para captar la atención de la señorita el memo juega con la ambigüedad de si se ha cambiado de sexo, o no...
No destriparemos (con perdón, dado el tema...) si la intervención quirúrgica llega a efectuarse, pero da igual: la comedia se enreda en una chusca sucesión de ocurrencias a cual más inverosímiles, los personajes están hechos a brochazos, los diálogos son de besugos y la realización de aficionado. Con este panorama, ¿a quién carajo (o coño, en su caso) le importa si el científico se opera el mejillón para convertirlo en una almeja? Sólo el desparpajo de Leticia Brédice tiene algún valor en esta infrapelícula, que sorprendentemente tuvo una calurosa acogida en taquilla, hasta que el espectador se dio cuenta de que le querían dar gato por liebre.
(09-01-2003)
95'