El griego Konstantinos Gavras, más conocido como Costa-Gavras y más como francés que como heleno, es un director que conoció la fama aunque ahora esté un tanto olvidado. Su cine se ha caracterizado casi siempre por su denuncia de tipo político, adobado por lo general con la forma de películas de intriga, pero repartiendo estopa a diestro y siniestro (y nunca mejor dicho...); así, en su primera etapa francesa, arremetió contra la dictadura griega de los coroneles en Z y contra el estalinismo soviético en La confesión, contra los paramilitares latinoamericanos y los guerrilleros izquierdistas en Estado de sitio, contra la ocupación nazi en Sección especial y contra el golpe de Estado en el Chile de Pinochet en Desaparecido.
Después, en su etapa norteamericana, se especializó sobre todo en denunciar el fascismo emergente en aquella sociedad, en filmes como El sendero de la traición y La caja de música. Ahora nos llega con Amén, donde el tema a señalar con el dedo es la postura oficial de la Iglesia Católica sobre el holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial. Amparándose en dos protagonistas teóricamente contrapuestos (un oficial de las siniestras SS y un joven jesuita de alta alcurnia dentro de la jerarquía eclesiástica), pero en la práctica aliados en su empeño de que el Vaticano denunciara el genocidio nazi sobre los hebreos, Costa-Gavras interpreta la postura neutral que durante la contienda mundial mantuvo Pío XII como una forma de mantener alejados a los católicos de las represalias alemanas, aunque ello supusiera mirar hacia otro lado ante la barbarie que cometía el Tercer Reich en lo que llamaban, con repugnante eufemismo, "la solución final", que no era otra cosa que la eliminación sistemática de judíos, gitanos, homosexuales, impedidos...; una abominable limpieza étnica que, lamentablemente, después ha tenido más de un epígono.
Interesante aunque algo grisácea, la película del greco-francés rechina sin embargo por, a estas alturas, presentar un evidente tono maniqueo, como si fuera uno de aquellos filmes italianos supuestamente comprometidos de los años setenta, y por repetir, por enésima vez, un tema, el del holocausto, tan terrible como archirrepetido, sin aportar nada que suponga una mirada distinta que nos haga olvidar la sensación de "déjà vu".
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