Entre las nuevas realidades del siglo XXI, una de las más características es la de la emigración de jóvenes africanos a los países europeos, subyugados por el mundo supuestamente feliz que las televisiones occidentales riegan vía satélite “urbi et orbi”.
El cineasta francés de origen senegalés Alain Gomis ha puesto en imágenes una de esas historias, si bien con un protagonista que no es un recién llegado a la Europa opulenta, sino que malvive en un París que no sale en documental turístico alguno, un París de casuchas viejas y hacinamiento de inmigrantes, de gente que vive, o sobrevive, en las calles, escenario atroz aunque no presentado con aires de dramón sino como paisaje en el que el personaje central elucubrará persistentemente sobre su idea de viajar a la tierra que para él es su particular Eldorado, Andalucía, precisamente la región española donde yo resido, por lo que comprenderán que ante esta película uno no se sienta precisamente neutral.
Cada uno es muy dueño de imaginar la tierra de sus sueños donde le parezca, pero puestos a comparar entre París y mi tierra, me parece que el paraíso cae bastante más cerca del Sena que del Guadalquivir… Otra cosa será la mitificación, e incluso, dado el tema, la mixtificación. Sobre todo cuando sabemos que los paisanos del protagonista del filme, llegados a Andalucía, tienen ante sí un venturoso porvenir recogiendo fresas en jornadas interminables en Lepe, o reventando de calor en los invernaderos de El Ejido, o intentando vender pañuelos de papel en los semáforos de Sevilla… Adán se condenó para siempre en el Paraíso Terrenal al comer de la manzana de Eva, pero no sé yo si a este Yacine, protagonista del filme, no le vendría bien ser expulsado de su “paraíso” andaluz para volver al “infierno” parisien.
Teóricamente estamos ante una fábula sobre la necesidad de mantener una ilusión contra toda esperanza, incluso aunque esa ilusión no sea sino un espejismo; sin embargo, la realidad es que esta Andalucía renquea justamente de lo contrario, de carecer de un tema, y limitarse a seguir el deambular de su protagonista por los meandros de la noche parisina, hablando constantemente de su sueño andaluz, pero sin que lo que se nos cuenta tenga más interés que el que pueda tener para el propio personaje central: al espectador se le da una higa su verborrea y sus ilusiones.
Seguramente a los concienciados miembros de las dos mil millones de ONG que hay en el mundo les interesará esta hora y media de naderías, pero desde luego no parece que aporte nada al cine y, lo que es peor, tampoco parece que encumbrar la tierra andaluza como nueva Meca a la que acudir contribuya a paliar los graves problemas de supervivencia de los africanos.
Cine sobre las nuevas realidades del siglo XXI, sí, todo; pero Cine, con mayúsculas, no ejercicios cuasi onanistas de cineastas integrados y buche bien pertrechado que no conducen a nada.
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