En los años setenta del pasado siglo XX hizo furor el fenómeno conocido como “blaxploitation”, un tipo de cine cuyo destinatario principal (aunque obviamente estaba abierto a otras etnias) era la comunidad afroamericana, que en aquellos tiempos era conocida solo como comunidad negra o de color. Films como Las noches rojas de Harlem (1971), Shaft vuelve a Harlem (1972) o, en clave femenina, Cleopatra Jones (1973), constituyeron un venero que ensayó, con fortuna, un cierto tipo de cine que ponía a personajes de etnia negra en el eje del protagonismo.
Como dice el proverbio científico, nada se crea, nada se destruye, todo se transforma... Pues de aquella “blaxploitation” parece descender directamente (bueno, con algunos herederos intermedios...) este Black Panther que, a la vista de la brutal recaudación USA del primer fin de semana, tendrá muchas continuaciones... Se trata del primer film donde el superhéroe del título aparece como personaje protagónico, tras haber aparecido como secundario en Capitán América: Civil War (2016) y estar prevista su aparición en la próxima Vengadores: Infinity War (2018).
Aclaremos cuanto antes que el cómic de Stan Lee y Rip Kirby en el que se basa el film se publicó por primera vez en 1966, meses antes de que surgiera el partido de los Black Panthers, que postulaba importantes reivindicaciones para la comunidad afroamericana, antes de pasar a la clandestinidad (con actos terroristas incluidos) años después. Nada que ver, entonces, entre este superhéroe enleotardado (cuál no lo es...) y los auténticos Black Panthers o Panteras Negras que durante años fueron un serio quebradero de cabeza para las distintas administraciones USA, y que, aunque indirectamente y por medios a menudo execrables, es evidente que influyeron en muchas de las conquistas que la comunidad negra ha ido conquistando en los últimos treinta años.
T'Challa, el hijo del rey T'Chaka, monarca de la africana nación de Wakanda, llega al trono tras la muerte de su padre en un atentado en las Naciones Unidas. Además de rey del país, T'Challa es el superhéroe Black Panther, dotado de poderes extraordinarios gracias a cierto brebaje ancestral que prepara el hechicero de la familia. Hay un conflicto en la clase dirigente de Wakanda, país que aparentemente está hundido en la miseria, pero que realmente goza de un altísimo nivel de vida gracias a la tecnología derivada del vibranium, un metal llegado del espacio de extraordinarias capacidades científicas. Pero alguien roba en Estados Unidos un arma que contiene ese metal, y Black Panther tendrá que recuperarlo para que no se conozca el secreto de Wakanda...
El film tiene algunos problemas de difícil solución: el hecho de que se sitúe en un idílico país africano donde corre la leche y la miel (si sirve la metáfora bíblica), vale decir con un nivel de bienestar que no alcanzarían hoy día todos los países escandinavos juntos, no sé si es una licencia poética o, directamente, una mofa y una befa a los auténticos países africanos, cuyos niveles de vida, evidentemente, son muy inferiores, en muchos casos lindando con lo calamitoso. Eso, se quiera o no, distrae la atención, comparando la supuesta bonanza de esta Utopía negra con la realidad flagrante, lacerante y sangrante (se me han acabado los adjetivos terminados en –ante...) de la verdadera África.
Al margen de ello, lo cierto es que Black Panther tiene un planteamiento no muy distinto al de tantos superhéroes de Marvel (casa matriz del invento, ahora a su vez dentro de la Casa del Ratón, Disney), con su líder carismático en mallas y con superpoderes, sus villanos y sus conflictos morales o emocionales de baja intensidad. En este caso el tema es la supuesta iniquidad ejecutada por el rey T'Chaka, el padre del protagonista, con respecto a su hermano, lo que tendrá consecuencias tirando a desastrosas para el país y para la familia real. Pero la historia es muy previsible, a poco que se conozca cómo funciona este tipo de films, con sus secuencias de gran acción, con ayuda de excelentes efectos digitales (qué sería del cine de hoy sin los F/X infográficos, los famosos CGI...), y en este caso con protagonistas abrumadoramente negros cuando normalmente los héroes de Marvel, salvo excepciones, son blancos, y, a ser posible, WASP...
Es cierto que se consigue generar un cierto nivel de adrenalina en el espectador, gracias a las escenas de acción, virtuosamente coreografiadas por un cineasta, Ryan Coogler, afroamericano él también, que hace con este su segundo largometraje, tras el interesante Creed: La leyenda de Rocky (2015), que ofrecía una perspectiva sutilmente distinta y nueva a la saga boxística del título. Aquí hace su trabajo, que no es muy diferente al de un general en una batalla, al mando de un ejército de miles de personas que han puesto en órbita este “blockbuster” que, como decíamos al principio, a la vista de las recaudaciones que han reventado las taquillas, tendrá probablemente una larga lista de secuelas.
Chadwick Boseman interpreta aseadamente el personaje central, aunque es cierto que solo se le pedía presencia y musculitos (nadie pretendía que fuera Hamlet; ni siquiera Otelo, dado el color de la piel...). El resto del reparto tampoco es que se haya esforzado mucho: cumple su trabajo, que es lo que se les pide en estos casos, como contraparte de los mil y un efectos digitales, y poco más. Como curiosidad, solo hay un par de personajes blancos, uno bueno (vamos, todo lo bueno que puede ser un agente de la CIA...), interpretado por Martin Freeman, con lo que parece que Bilbo Bolsón se ha colado en la película, y otro malísimo, el villano por antonomasia del film, con un humor “destroyer” muy gracioso, quizá de lo mejor de la peli; y lo interpreta además Andy Serkis, a quien generalmente no solemos verle la cara, casi siempre camuflado bajo afeites o máscaras digitales; y es que Serkis fue, por ejemplo, el Gollum de las trilogías de El Señor de los Anillos y El hobbit, el César de la (nueva) saga de El planeta de los simios, o el gigantesco gorila de King Kong, en la versión de Peter Jackson.
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