En una población de la Barcelona de la Transición, José María, un joven que aún no ha llegado a la mayoría de edad, se encuentra ante un grave problema: es un varón pero siente como mujer. El ambiente familiar se lo hace aún más difícil. El padre, rudo y ultramachista, le intenta iniciar en el sexo con una prostituta de su confianza. Pero el chico huye sintiéndose culpable. Escapa a la capital, donde intentará hacerse pasar por mujer, con resultados nefastos, hasta que conoce a Bibi, un transformista que trabaja en un cabaré, donde a su vez entra a trabajar quien desde ese momento se llamará María José…
En el paisaje convulso de una España que está intentando pasar de un sistema totalitario a otro democrático, Vicente Aranda filma un vidrioso tema en Cambio de sexo, la búsqueda de una identidad sexual, pero también de una identidad personal. La recién estrenada libertad tras la muerte de Franco dará al cineasta barcelonés la oportunidad de dejar casi completamente de lado los simbolismos hasta entonces utilizados en su cine anterior para llegar a un estilo claro, directo, explícito y sin cortapisas. Ahora bien, el tema del transexualismo se prestaba a grandes excesos y a un tratamiento grandguignolesco; Aranda huye de ambos planteamientos, sin por ello resultar en absoluto mojigato. La historia del chico con inclinaciones femeninas deviene entonces una especie de camino de perfección, un sendero hacia un muy particular gólgota sembrado de espinas, de esfuerzos, trufado de sinsabores y traumas. En el itinerario el chico que quiso ser chica dejará su sexo, pero también a su intolerante familia, y encontrará el amor donde menos lo esperaba. Cambio de sexo es, entonces, una apuesta por la reconciliación del ser humano con su propia esencia, con su propia mismidad.
La película tuvo cierto éxito en taquilla: el morbo del tema empujó a muchos españolitos a contemplar lo que creían era la esperable truculencia tan de moda entonces, con generosas dosis de escenas quirúrgicas del momento teóricamente culminante de la operación. En vez de ello se encontraron con un drama, aunque también con un cuento de hadas un punto tenebroso. Desde luego, no encontraron la morbosidad esperada, sino la tragedia de una chica que nació con el sexo equivocado.
Victoria Abril, jovencísima (19 años cuando rodó el film), realizó una atinada composición, resultando creíble como el chico que se siente chica. Entre los secundarios destaca la presencia de la siempre estupenda Rafaela Aparicio, y por primera vez aparece en pantalla Bibiana Fernández (todavía con su nombre artístico de entonces, Bibi Andersen), que años más tarde sería una celebrada “chica Almodóvar”. La fotografía, exquisita, fue del hispano-cubano Néstor Almendros, maestro de maestros, en una de las escasas películas que rodó en España.
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