Jorge Alonso, madrileño de ancestros jiennenses, viene desempeñándose como productor, guionista y director desde hace casi dos decenios. Su faceta más conocida quizá sea la de productor, en la que ha estado involucrado en audiovisuales que han gozado de popularidad como las series La pecera de Eva y Frágiles; en esa misma área creó en 2022 la productora audiovisual LyO Media, una de las compañías que están detrás del film que comentamos. Ahora se estrena como director de largometrajes (hasta ahora había limitado esa función a la realización de series y miniseries) con este Camino de la suerte, sobre un tema que, aunque no es original, sí suele funcionar muy bien en cine, la gestión del duelo cuando se va un ser (quizá “el ser más…”) querido.
En la primera escena vemos cómo Joaquín, septuagenario, descubre al despertarse por la mañana que su mujer, aquejada de una larga enfermedad, amanece muerta. A partir de ahí, asistimos a los ritos habituales en estos casos: tanatorio, funeral, incineración, pésame… en ese pésame vemos que Joaquín tiene “mal rollo” con la hermana de la finada, Rosario. La hija de Joaquín, Loly, quiere que su padre se vaya a vivir con ella y su marido, pero el anciano decide irse al pueblo de donde es originaria la familia, dice que por unos días, aunque quizá tenga la intención de enterrarse en vida. De camino al pueblo se cruza con un Seat 600, momento en el que vemos en pantalla un rótulo que dice “52 años antes”: en ese “seita” vemos a Joaquín y su mujer, entonces veinteañeros, viajando en sentido contrario, hacia Madrid, ella embarazada, ambos con cierto miedo… Ya en el pueblo, el Joaquín anciano siente una gran nostalgia por su mujer al abrir los armarios y encontrarse con su ropa… Su relación con la gente del pueblo, con la médica que visita, etcétera, será desabrida, como si estos tuvieran culpa de lo que le ha pasado. Recibe la visita de Poli, un amigo de su juventud, quien intenta que empiece a relacionarse con “las mujeres que están libres” del pueblo, se entiende que de su edad, pero él lo rechaza categóricamente…
En principio parece que la nostalgia, la melancolía, va a ser el tono que marcará el film, aunque pronto veremos que no es así, sino más bien la forma en la que el protagonista habrá de lidiar con el duelo, gracias a la insistencia de un viejo amigo, pero también al encuentro, casi fortuito, con una mujer, que supondrá una nueva ilusión, en principio asexual, solo alguien que te hace compañía y con la que compartir cosas, casi siempre nimias, que son las mejores para compartir. Por cierto que esa inicial nostalgia por el ser amado y perdido es un tipo de drama que en el mundo real es bastante frecuente, pero que sin embargo no suele tener mucha visibilidad en el cine.
Jorge Alonso, como director, opta por una filmación sencilla, impersonal, sin excentricidades, lo que se agradece, en estos tiempos en los que cualquiera se cree que es Almodóvar o Buñuel. Es cierto que la película está algo alargada, y que diez minutos menos la habrían hecho más ligera, pero mantiene razonablemente bien el ritmo narrativo, con un tempo sosegado y tranquilo. Así las cosas, Camino de la suerte resulta ser una película agradable, lo que ahora se llama una “feel good”, una película para sentirse bien, en este caso ambientada en la tercera edad, aunque nos parece que le falta algo de brillo, el brillo del producto bien perfilado y de cierta rotundidad.
Se aprecia un cierto tono costumbrista, especialmente en la primera parte de la película, en la que vemos todo lo que el protagonista hace a lo largo del día, desvestirse, ponerse las gotas en los ojos, acostarse... quizá para remarcar que todo, ahora, lo tiene que hacer solo, tras el fallecimiento de su mujer, una forma de subrayar, alegóricamente, su desamparo vital. Hay también una cierta mirada sobre el campo, el medio rural, tan pocas veces reflejado en el cine español actual, con un cierto tono de nostalgia, quizá por estar visto desde la vejez, y aún más desde la vejez recién enviudada...
El proceso de enamoramiento entre Joaquín y Rosario (sobre ello la mujer dirá, en un oxímoron delicioso, “es raro, pero no”) se nos va dando de forma gradual, primero por cuestiones tan prosaicas como arreglar el timbre de la casa o la puerta de la lavadora, para después pasar a hacer cosas más lúdicas, como ir a coger higos, con un ritmo que nos parece acertado. La incomprensión familiar hacia ambos cuando se descubre el pastel de que están saliendo es seguramente inevitable, pero es también más tópica, como también su resolución obviamente positiva (si no, no estaríamos ante una “feel good”, por supuesto…). En ese sentido, gusta que la más comprensiva de las personas del entorno de Joaquín sea su nieta, con la que el anciano tiene una relación muy franca y entrañable, una conexión transgeneracional ciertamente muy interesante.
La película, rodada en un pueblecito de la provincia de Jaén, tiene trasfondo real, de corte autobiográfico del propio director, como indica el rótulo final que dice “Todos deberíamos tener una persona que nos ame a pesar de las evidencias. Mi abuelo fue esa persona para mí”.
Buen trabajo, muy matizado, de Tito Valverde, cuyo personaje evoluciona muy atinadamente desde el hombre huraño que enteramente parece el enanito Cascarrabias, hasta el hombre cabal aún ilusionado por un nuevo amor que, sin apenas darse cuenta, ha entrado en su vida. También muy bien su “partenaire”, María Jesús Sirvent, por cierto esposa de Valverde en la vida real, apreciándose una excelente conexión, una muy buena química entre ambos.
La bonita música de Sergio de la Puente, muy apropiada al tema, es también otro de los alicientes de esta hermosa película sentimental, ciertamente agradable de ver, sobre el amor sin caducidad, que nos descubre a un director sensible que puede dar mucho juego en el futuro.
(21-04-2024)
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