Esta película forma parte de la programación de la 66ª Semana Internacional de Cine de Valladolid (SEMINCI’2021). Disponible por tiempo limitado en Filmin.
Las guerras balcánicas que asolaron la antigua Yugoslavia durante buena parte de la década de los noventa siguen dando réditos cinematográficos, como es habitual en todo tipo de sucesos históricos que, como cualquier conflagración bélica, deja tras de sí un rastro de dolor, sangre y muerte. En esta Celts, sin embargo, nos situamos en la retaguardia, en la capital de la ya entonces Serbia, Belgrado (antes lo fue de la Yugoslavia socialista), y en concreto en una familia, la de Marijana y su marido Otac, que tienen dos hijas, una adolescente y una niña, Minja, cuyo octavo cumpleaños celebran ese día con una fiesta de disfraces, con temática de las Tortugas Ninja, a la que han invitado a varios amigos de la pequeña y también algunos familiares y amigos de los padres. La pareja no pasa por su mejor momento precisamente: el hombre hace tiempo que ha dejado de prestar atención sexual a su mujer, que se satisface sola. Cuando comienza la fiesta, llegan algunos invitados entre los que se prevé que puedan existir tensiones...
Celts tiene un título peculiar que habrá que explicar: los ideólogos serbios de los noventa, para establecer su superioridad sobre el resto de los pueblos yugoslavos, crearon un imaginario que entroncaba la nación Serbia con los celtas, el pueblo prehistórico que está en las raíces de algunas de las sociedades actuales, como irlandeses, franceses y gallegos; ciertamente también se aposentaron en zonas del norte de la actual Serbia, lo que les sirvió a aquellos (en el fondo) nazis para establecer su supremacismo físico y moral sobre el resto de los yugoslavos.
Pero el apelativo “celtas” no está aquí tomado en ese sentido, sino como sinécdoque del pueblo serbio: los personajes que vemos, entonces, serían celtas a fuer de serbios, y lo que vemos sería una especie de microcosmos de la situación del país, en este caso en la capital, Belgrado, que apenas se vio afectada por la guerra en ese primer quinquenio de los noventa (sí en el segundo), aunque sufrieron las graves consecuencias de la hiperinflación por el aislamiento al que se vio sometido el país por sus agresiones a los vecinos; para muestra, un botón: la mantequilla costaba en el mercado en ese 1993 la bonita cifra de 40 millones de dinares... Como decimos, se trata más bien de crear una especie de microcosmos a escala familiar de las tensiones, las relaciones, el estado del país en aquella primera mitad de los noventa, aunque habrá lugar también, incluso por encima de esa descripción histórico-sociológica, para la mirada existencialista, para la angustia vital de la rutina, del abandono sentimental y afectivo en el que se siente inmersa la protagonista, Marijana, auténtico personaje sobre el que pivota toda la historia: madre abnegada, esposa olvidada, mujer sin asideros a la vida mediocre que le ha sido dada malvivir, sobrevivir, nunca gozar.
El caso es que esa historia central, siendo interesante, nos tememos que, como es tan frecuente en el cine moderno, aquí está alargada en exceso, está resuelta con un ritmo demasiado lento, y con añadidos como las otras historias colaterales (los amantes homosexuales, hombres y mujeres, que aprovechan el evento familiar para dar rienda suelta a sus deseos más o menos ocultos, con triángulos que rompen parejas recién formadas; la pequeña peripecia del niño acogido y su empeño en lavar y secar su ropa tras mancharla, lo que casi termina en incendio) que tampoco aportan gran cosa ni a la línea central ni a la descripción del momento social del Belgrado de 1993.
Milica Tomovic, la directora y guionista, hace con este su primer largometraje de ficción, tras haberse fogueado en la puesta en escena en cortos y series televisivas, además de cómo ayudante de dirección en varias producciones. Nos parece que tiene buena mano para presentarnos los sentimientos callados de sus personajes, aunque parece evidente que tendrá que afinar más en futuros empeños. Gusta de representar sus historias tendiendo a cierto costumbrismo, a describir con detalle la sociedad de la época aquí presentada; su estilo no es especialmente exquisito, aunque parece que en ello hay cierta premeditación, para dar una sensación más realista, casi como de documental. Hay también una evidente intención provocadora, como en la escena de la masturbación de la protagonista, las bragas manchadas de sangre de la hija adolescente o el pene erecto que, fugazmente, se observa en la escena nocturna en la que la protagonista, harta de todo y de todos, se lanza a la aventura en la ciudad y encuentra a un hombre con el que tiene un coito furioso (bueno, aquí todos los coitos son furiosos, como es habitual en el cine actual...) en medio, literalmente, de la calle.
Es interesante en Celts la representación de una sociedad, la serbia de aquellos años, en la que todos parecen huraños, enfadados, en un ambiente enrarecido, llevadas las gentes comunes en volandas por una situación histórica, política, que no pueden controlar. Así, los diálogos de los mayores reflejan esa frustración, esas tendencias nihilistas o escapistas, como el médico que ha emigrado a Holanda buscando un paisaje vital más sosegado que el de un país que se resquebrajaba geográfica, políticamente, pero también vital, existencial, moralmente. Es cierto que con cierta frecuencia hay claves muy locales que al espectador exterior se le escapan, pero en conjunto la sensación de quiebra ética y social llega prístinamente.
Pero las distintas líneas argumentales, la principal y las secundarias, más las de los niños, más pueriles, terminan afectando a la unidad temática y estilística del film, con una dispersión que juega en su contra, a pesar de que en esas diversas líneas hay algunas, como la del antiguo nazi ahora reciclado en anarquista punk, que va repitiendo como un papagayo los eslóganes de los ideólogos que lo manipulan, que aportan una interesante visión sobre la demagogia y cómo esta encuentra un caldo de cultivo ideal en las situaciones convulsas, captando para sus causas a los más tontos del lugar.
La protagonista, cuando se lanza a la noche de Belgrado para intentar vivir algo real que no sea lo marcado, programado, estipulado por una existencia rutinaria, impregna sus zapatos en un gran charco de pintura que el azar ha hecho que cayera en el suelo. Así, cuando vuelve a caminar, las huellas de sus pies quedarán marcadas en el asfalto, una metáfora, quizá, sobre su necesidad de dejar algún rastro de su existencia, tal vez la moraleja definitiva de una peli irregular que, sin embargo, nos descubre a una cineasta interesante a la que habrá que seguir (a ella también...) la pista.
(26-10-2021)
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