Desmadre a la americana

Tras dos películas hechas con tres perras gordas, El monstruo de las bananas (1973) y Made in USA (1977), que comercialmente no se comieron un pimiento, John Landis dirigió una tercera comedia igualmente baratísima, esta Desmadre a la americana (más bien imposible título español para el original, ciertamente complicado de traducir, National Lampoon’s Animal House), que en este caso sí que funcionó muy bien en taquilla, con una recaudación a nivel mundial que superó los 130 millones de dólares, cuando su exiguo presupuesto fue de solo 3 millones. Se convirtió de esta forma en lo que los norteamericanos llaman un “sleeper”, una película hecha con pocos medios de producción y actores casi desconocidos que, sin embargo, consigue impactar en el publico, convirtiéndose de la noche a la mañana en un film estrella. Esto ocurrió con el film que comentamos, y ello puede deberse a presentar una cierta forma de humor que se diferenciaba claramente de otros ya conocidos hasta entonces, en lo que podríamos llamar la comedia cafre, tono cómico que después sería cultivado, entre otros muchos, en las sagas cinematográficas iniciadas por Porky’s y American Pie.

Ello dio pie a que John Landis fuera considerado una de las grandes esperanzas del cine norteamericano de los setenta y los ochenta, y lo cierto es que durante esas dos décadas el cineasta de Chicago consiguió algunos éxitos que le encumbraron como un renovador de la comedia norteamericana, con títulos como Granujas a todo ritmo (1980), Un hombre lobo americano en Londres (1981) y Entre pillos anda el juego (1983). Después vendría el declive, con olvidables comedietas al servicio de la(s) estrellita(s) de turno: Espías como nosotros, Tres amigos, El príncipe de Zamunda... hasta que quedó claro que el éxito de Landis fue flor de un día...

En el curso universitario de 1962, la fraternidad Delta, que agrupa a los estudiantes más revoltosos y salvajes del campus, se encuentra con el decidido empeño del rector de expulsarlos de la Universidad; pero los crápulas componentes de la fraternidad lucharán valientemente para que esto no suceda...

Los guionistas supieron alternar las sonoras y más bien pesadas bromas y chifladuras de los estudiantes con sus aventuras amorosas, más bien sexuales, en una mezcla que resultó ciertamente plausible. Todo ello con un notable desparpajo en el lenguaje, que confería naturalidad y frescura a las situaciones creadas, muchas veces tan disparatadas que era mejor tomárselas como muestras del humor absurdo.

En la dirección, John Landis consigue un aceptable aunque algo inexperto trabajo, sin conseguir dotar al film del fuerte ritmo que a ojos vista precisaba, fiándolo todo a la efectividad de los jóvenes intérpretes en las caóticas secuencias que abundan en la película. La música, aunque estaba firmada por el maestro Elmer Bernstein, tampoco es precisamente inolvidable. Aquí descolló por primera vez esa estrella fugaz que fue John Belushi, una fuerza de la naturaleza que alcanzó su máxima popularidad en la mentada Granujas a todo ritmo, para morir poco después por una sobredosis de droga.

(26-10-2021)