John Landis fue uno de los renovadores de la comedia norteamericana en los años setenta y ochenta; en esas dos décadas consiguió un puñado de films que dieron una vuelta de tuerca al concepto de comedia yanqui, iniciando ese cambio con la despendolada Desmadre a la americana (1978), para después hacer la que probablemente sea su mejor película, la eléctrica Granujas a todo ritmo (1980), más una comedia entreverada de terror que hizo escuela, Un hombre lobo americano en Londres (1981), y esta también muy divertida e intencionada Entre pillos anda el juego (1983). A mediados de los ochenta Landis intentó un cambio de género, de la comedia al thriller, con Cuando llega la noche (1985), film que, aunque no exento de interés, no convenció al público, lo que le compelió a volver a la comedia, pero ya sin recuperar el buen tino cómico que había demostrado anteriormente, en films más bien olvidables, desde Espías como nosotros (1985) a El príncipe de Zamunda (1988). Después su estrella se opacó ya definitivamente, ganándose la vida como pulcro pero impersonal realizador, mayormente de productos televisivos.
Pero Entre pillos anda el juego, como decimos, pertenece todavía a su buena época, en la que hacía comedia con intencionalidad, aquí la de denunciar, entre carcajadas, la falta de escrúpulos, de alma, de los grandes magnates, capaces de lo peor por un puñado de dólares. La historia, ambientada en Nueva York a principios de los ochenta, nos presenta a dos personajes contrapuestos, Louis y Billy; el primero es un privilegiado, un hombre que gerencia el negocio de dos viejos y riquísimos hermanos de colmillo retorcido que disfrutan con apuestas absurdas; el segundo es un pobre diablo, un pícaro que intenta sobrevivir como puede con trucos de saldo. Cuando los dos vejestorios conciben la idea de intercambiar sus roles para ver qué pasa (con apuesta de por medio), todo cambiará en sus vidas...
Tiene Entre pillos anda el juego, como decimos, la intencionalidad de la denuncia, el sarcasmo de mofarse de esas malas bestias para las que el dinero lo es todo, y solo algunas excentricidades, como apostar poniendo en juego la vida, sentimientos y hacienda de otros, les reportan placer. En ese sentido, el film funciona razonablemente bien en su pintura de ricos y pobres, de gente normal intentando sobrevivir, de toda una fauna de los dos mundos, los millonarios y los paupérrimos. En cierto sentido podría interpretarse el film como una especie de versión libérrima de la novela de Mark Twain Príncipe y mendigo, en la que dos adolescentes idénticos intercambiaban sus roles para experimentar la vida del otro, solo que aquí ese intercambio no es entre dos personas parecidísimas, ni lo hacen “motu proprio”.
Buen trabajo actoral, con un Dan Aykroyd que es ideal para este personaje en el que pasa de ser un tipo que lo tiene todo en la vida a no tener absolutamente nada; Eddie Murphy, todavía lejos de su endiosamiento a partir de Superdetective en Hollywood (1984), se ajusta muy bien a su papel de pícaro. Los dos viejos felones están perfectamente servidos por dos grandes y veteranos actores, Don Ameche y Ralph Bellamy, y el toque femenino lo aporta una pizpireta Jamie Lee Curtis, en un personaje ciertamente entrañable.
(18-04-2021)
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