De Bill Condon recordamos con agrado De dioses y monstruos; no lo esperábamos, entonces, metido de lleno en un musical, aunque ciertamente sale airoso del trance. Se nota que no es su género, porque el drama químicamente puro (De dioses… lo era, y de qué forma) es su campo, pero el musical también comparte muchos de los elementos de éste.
Dreamgirls esta basado en un famoso musical de Broadway, que hizo célebre Michael Bennett en los escenarios neoyorquinos allá por los años ochenta. A su vez se basaba en la azarosa historia de Las Supremes, el trío de cantantes negras originarias de Detroit, que se hicieron mundialmente famosas durante los años sesenta y primeros setenta, y cuya voz principal, Diana Ross, sigue siendo un nombre señero de la canción.
La turbulenta historia de este trío de voces, bajo la rígida égida del productor Berry Gordy, un mito de la música negra de la época (todos ellos disfrazados bajo nombres supuestos, para evitar el habitual calvario en los tribunales USA), está llevada al género musical y ahora al cine sobre claves tan sensibles como el amor, los celos, la traición, la dignidad, la autoestima, el mantenimiento de la propia personalidad… quizá demasiados temas, o quizá Condon no era el director más adecuado. Porque Dreamgirls, digámoslo ya, es un buen musical, pero no el gran musical que podría haber llegado a ser. Le falta convicción en las emociones, incluso en el perfilamiento de los personajes, que parecen actuar como lo hacen porque así lo dicta el guión, antes que por una lógica narrativa y de desarrollo natural de sus roles. De esta forma las cantantes y todo su entorno pasan, como en un carrousel, de la sima a la cima, o viceversa, casi siempre al dictado de los caprichos del productor, un Berry Gordy que se entiende aquí sea disfrazado bajo otro nombre, porque no queda precisamente bien parado que digamos.
No quiere eso decir que estemos ante una película fallida: Dreamgirls es un bellísimo espectáculo musical, una espléndida muestra del talento del pop negro, y además una radiografía, siquiera en segundo término, de una etapa crucial en la Historia de América, en la que el mundo negro pasó de ser subsidiario de los blanquitos, de los WASP, hasta entonces primeros en todo, a hacerse un hueco con su propia personalidad, sin tener que blanquear su piel (para eso ya estaba Michael Jackson…).
Mención especial para el reparto, por diversos motivos: Eddie Murphy, tal vez intuyendo que se le escapaba el último tren, tras sus reiterados últimos fracasos comerciales, hace un vibrante James “Thunder” Early, mientras que sin embargo Jamie Foxx, flamante en su Oscar por Ray, no termina de encajar el personaje que oculta al verdadero Berry Gordy. Beyoncé Knowles rememora convincentemente a la extraordinaria Diana Ross, y la debutante Jennifer Hudson (algo así como nuestra Rosa López, aunque bastante más morena: como nuestra granadina favorita, también salió de la Operación Triunfo USA, está entradita en carnes y canta como los ángeles…) convence de sobras en un papel en el que era fácil pasarse de rosca. En fin, que bien por Condon en su nueva faceta como director de musicales, aunque le tenemos más aprecio como autor de dramas, sin gorgoritos…
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