Censurada en quince minutos para el puritano público estadounidense y en algo menos para ingleses y franceses, sólo en Alemania, Italia y España se ha podido ver completa esta El color de la noche, una cinta que nos trae como director al olvidado Richard Rush, que allá a comienzos de los ochenta nos sorprendió con una curiosa cinta, Profesión: el especialista, que interpretaba Peter O’Toole, y que le valió a Rush una nominación al Oscar al Mejor Director.
Pero si allí contaba con un sólido guión, aquí en cambio parte de un material básico muy poco convincente, que combina elementos carentes por completo de originalidad: la cosa va de un grupo de terapia dirigido por un psicólogo que será la primera víctima de una larga serie. Su mejor amigo y colega le sustituirá e intentará encontrar al criminal, al tiempo que se ve envuelto en un tórrido romance.
Tópicos mortales, no sólo para los muchos personajes que mueren, sino también para el espectador, aturdido todo el tiempo por la machacona partitura de Dominic Frontiere, los exagerados movimientos de la cámara y la histriónica interpretación de la mayoría de los actores.
Y el caso es que en algún momento parece como si Richard Rush, el director, quisiera superar la endeblez del guión orientándolo hacia el gran guiñol, hacia la exageración asumida y convertida en el propio estilo de la obra. Así juega con la vieja tradición fílmica del personaje travestido, o la tradición literaria del círculo cerrado en donde, seguro, está el culpable.
Pero unos diálogos casi risibles, un ritmo excesivo y una trama a menudo confusa terminan de desmontar una cinta que tiene su máximo reclamo en las secuencias eróticas del aguerrido Bruce Willis con la exótica Jane March, curtida en estas lides desde El amante. Ambos se lo montan bien y logran que el público pique en taquilla para ver una trama que cualquier telefilme de sobremesa podría ofrecerles, pero, eso sí, con menos agua, o sea, sin escenas de baño y ducha como las que tanto prodigan estos higiénicos amantes.
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