Alberto Rodríguez sigue al alza. Tras su anterior, la espléndida La isla mínima (2014), este nuevo thriller entreverado de Historia (o viceversa) nos lo devuelve en plenitud de facultades. Porque El hombre de las mil caras es una delicada a la vez que intrincada estructura de intriga en la que, a pesar de la complejidad de la trama, todo se sigue con cierta facilidad, a poco que el espectador esté mínimamente atento. Estamos ante la adaptación del libro Francisco Paesa, el hombre de las mil caras, del periodista Manuel Cerdán, que desarrolla, con base real pero también haciendo interpretaciones sobre los hechos ocurridos, la historia de la fuga de Luis Roldán cuando iba a ser apresado por corrupción; y es que se había llevado calentitos más de mil millones de las antiguas pesetas cuando era director general de la Guardia Civil y muy probable próximo ministro del Interior.
Francisco Paesa, sobre el que gira toda la historia, es sin duda un personaje fascinante, y no es extraño que tanto Alberto Rodríguez como su coguionista habitual, Rafael Cobos, se sintieran subyugados por este trilero de altos vuelos, capaz de dársela con queso al Estado, al propio Roldán (quedándose además con su dinero), a la prensa, a la Policía, al CNI y a todo quisque. Sus armas: su labia y su cara de póker, su capacidad para que los demás creyeran en él, y, desde luego, una extraña facultad para navegar entre dos aguas permanentemente, siendo tirio y troyano a la vez, alfa y omega, currista y paulista. De todos y de nadie, realmente sólo de él mismo, Paco Paesa, según el filme de Alberto, burló a todo el mundo y consiguió el dorado retiro que procura un colchón de muchos millones de las antiguas pesetas.
España, hacia 1994: se descubre que Luis Roldán, alto cargo de Interior, ha estado robando desde su puesto. Aunque promete al ministro Asunción no salir de Madrid, lo hace y escapa a Francia gracias al exespía y “conseguidor” Francisco Paesa; tras algún tiempo allí, Roldán, deprimido por la ausencia de su esposa, le pide regresar a España, pero antes tienen que poner a buen recaudo lo robado…
El hombre de las mil caras es una nueva e interesantísima aportación, en clave de intriga, a nuestra Historia reciente, tan llena de sucesos percutantes que ciertamente parece extraño que el cine y la televisión sean tan remisos a tratarlos. La saga/fuga de Roldán (gracias, Torrente), tan falsa como un S.T. Dupont comprado a un mantero, es uno de esos episodios oscuros en los que los desagües del Estado (en palabras de Felipe González) actuaron a destajo, aunque un fulano con horrible pisacorbata los engañó a todos, los timó a todos, los estafó a todos. Paesa no es digno de admiración, por supuesto; al menos, no más allá de reconocerle el mérito de haberse “quedado” con toda la cuadrilla con la mera fuerza de su ingenio, su verborrea y su capacidad para el latrocinio. Claro que, como dice el refrán español, “el que roba a un ladrón, tiene cien años de perdón”…
Rodada con sobriedad y personalidad, con hechuras del gran director que ya es Alberto Rodríguez, el film se constituye desde ya en uno de los hitos del cine español reciente, y desde luego, en una de las mejores películas del año.
Grandísimo el trabajo de Eduard Fernández como Paesa; no sé si este personaje fue así, pero si no lo fue, debería haberlo sido: melifluo, equilibrista, prestidigitador, mago que se sacaba un conejo de la chistera en el momento preciso... su composición es prodigiosa, una de las más interesantes de los últimos tiempos. Por supuesto, si hay justicia, será el próximo Premio Goya al Mejor Actor Protagonista. El resto del elenco está muy bien, incluyendo a un Jose Coronado que, cuando está bien dirigido (como es el caso), resulta muy convincente. También está soberbio Carlos Santos, haciendo un Roldán poliédrico, un personaje tan ambicioso como, en el fondo, infeliz y mediocre, un fulano que se inventó un currículo y “levantó” millones de pesetas siendo el jefe de uno de los cuerpos policiales de más lustre; que un tipo como él llegara a esa altura es un misterio digno de ser estudiado por Iker Jiménez y su Cuarto Milenio…
Eso sí, como ha apuntado mi amigo y colega Federico Casado Reina, son lamentables tanto el maquillaje como la peluquería de los personajes de Roldán y Belloch. Además, en el caso de Luis Callejo, notable actor que consigue grandes interpretaciones en papeles broncos (véase su gran trabajo en Tarde para la ira), aquí, haciendo de ministro con imposible pelucón e improbables apósitos barbudos, está horrible, no da para nada el papel.
(28-09-2016)
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