Se ha hablado mucho sobre esta película y la supuesta "humanización" que se hace del personaje de Hitler. Pero, vamos a ver, ¿es que este hombre no tuvo infancia, no hubo unos padres que lo amaron, no tuvo sueños de joven, antes de convertirse en el genocida que llegó a ser? ¿Es que no comía, hacía el amor y otras necesidades menos nobles? Por mucho que se humanice a Hitler, la Historia lo recordará como el felón que fue (aunque, puestos a hablar de felones, Stalin le ganó la carrera en vesania, como es sabido). Así que si "El hundimiento" da una visión menos solemne del personaje, no tiene que incomodarnos ni hacernos creer que se está dando una perspectiva "positiva", cosa que sería de todo punto imposible, salvo que se sea fanático de los "reps", el partido neonazi alemán...
En cuanto al filme en sí mismo, presenta una visión escasamente llevada al cine, los últimos días (doce, concretamente) del Tercer Reich, cuando los aliados ya están a la puertas de Berlín y el Führer delira creyendo que aún es posible dar la vuelta a la guerra, aunque en su fuero interno, sin reconocerlo oficialmente, sabe que es el fin. En ese contexto de descomposición del régimen que se basaba en la fidelidad perruna hacia el líder, comienzan los movimientos estratégicos de su gente más próxima, unos para intentar salir con bien de aquella encerrona, otros para procurar que no hubiera más gente inocente muerta o herida. El tono crepuscular del régimen que se va al garete por sus propios pecados está bien dado, aunque es cierto que algunas subtramas resultan más bien irrelevantes y podrían haberse prescindido de ellas, con el consiguiente ahorro en el metraje de la película y en nuestro tiempo, porque nada añaden a este megalómano fresco histórico sobre el fin del imperio que nunca debió existir. También es verdad que el director, Olivier Hirschbiegel (por cierto, fogueado en el audiovisual con la serie televisiva "Rex, un policía diferente", sobre un chucho detective... ¡vaya cambio!), no es precisamente el colmo de la sutileza (esos repetidos planos de pies apagando cigarrillos, ¿qué aportan a la historia que se cuenta?) y su estilo es más bien funcional tirando a tosco. Pero en este caso puede decirse que más que un defecto es una virtud, porque ello proporciona a la puesta en escena una sensación de desintegración, no sé si buscada, pero sí muy efectiva. El conjunto confiere una impresión compacta, solemne, de juicio final sin jueces ni testigos, sólo acusados que se encargan ellos mismos de ponerse en el cadalso. Bien Bruno Ganz, aunque quizá en algunos momentos se pase de histerismo: ya sabemos (al menos por los discursos que se conservan grabados) que Hitler era un gesticulante nato, pero el personaje que compone Ganz, más que dar miedo, como debería, a ratos da lástima, de tan pasado que está de rosca. Y eso de que Hitler dé lástima, la verdad, por ahí si que no pasamos...
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