CINE EN PLATAFORMAS
Disponible en Filmin y Movistar+.
Más allá de Studio Ghibli y sus estupendas películas, Japón tiene otras productoras y directores muy interesantes, como Mamoru Hosoda, un cineasta que empezó con productos comerciales relacionados con personajes como los populares Doraemon y Digimon, para, ya en el siglo XXI (tras un acercamiento que resultó fallido a Ghibli), formar su propia productora, Studio Chizu, y con ella hacer varias películas ciertamente muy atractivas, siempre dentro del segmento del anime dirigido no solo a infantes, sino (incluso por encima de estos…) a adultos. De esta forma, en el siglo XXI Hosoda ha rodado una serie de films muy apreciables: La chica que saltaba a través del tiempo, Summer Wars, Los niños lobo, este El niño y la bestia, Mirai, mi hermana pequeña y Belle.
El niño y la bestia (obviamente variable libérrima del mito de La bella y la bestia) se inicia con un prólogo en el que un narrador omnisciente nos habla de un lugar morado solo por bestias, en el que están buscando sucesor al rey, ya muy mayor. Veremos en ese prólogo las figuras silueteadas con llamas, en un efecto visual muy curioso... Ya en la acción propiamente dicha de la película, vemos a un niño solo en medio del bullicio de la gran ciudad; está hablando con un ratoncito, al que le dice que se ha escapado de casa. Vemos en retrospectiva al niño, la madre ha muerto en un accidente, el padre no aparece, así que lo adoptan otros familiares, pero él no quiere, dice que los odia a todos… el niño, escapado de la casa, vaga por las calles, lleno de odio y resentimiento; en un momento dado, aparece una bestia de aspecto entre lobo y oso; el chico está aterrorizado, pero la bestia (que está buscando un aprendiz para poder competir por la corona de su reino, como hemos visto en el prólogo) le invita a ir con él… El niño, perdido en la ciudad, perseguido por la policía, encuentra una especie de rendija por la que se introduce; aquello da a un mundo diferente, habitado por bestias sin embargo dotadas de raciocinio y don de palabra. Allí será acogido por Kumatetsu, la bestia que lo invitó cuando el chico aún estaba en su propio mundo, aunque este (al que la bestia llama Kyûta), que sigue en clave negativa y resentida, como en su vida anterior, se niega a aprender nada…
La película presenta un tipo de dibujo que recuerda bastante al de Ghibli; ello no debe interpretarse como plagio sino como la forma natura que ha adoptado el “cartoon” japonés adulto y que se ha impuesto desde que en los años ochenta y noventa el estudio creado por Hayao Miyazaki y otros talentos de la animación nipona impusiera un determinado canon, que se ha demostrado creativamente muy feraz, y al que en buena medida responde casi todo el anime adulto nipón desde entonces.
También participa la película de uno de los temas recurrentes de la animación japonesa desde finales del siglo pasado, el trauma familiar que hace desaparecer, casi siempre por algún tipo de accidente o suceso desgraciado, a uno o a los dos progenitores del o de la protagonista, que es siempre un infante o adolescente, que habrá de lidiar con esa tragedia que le ha destrozado la vida. Esa tragedia vital o familiar como motor de la trama, que el niño protagonista no aceptará y optará por la postura habitual en estos casos, la canalización de su dolor hacia el odio y el rencor contra todo y contra todos, y que habrá de ser reconducido, en este caso, por la aparición de un personaje, la bestia del título, que (sin pretenderlo) hará las veces de ese padre perdido, a pesar de tratarse de un individuo egoísta, huraño, pendenciero, engreído, de temperamento volcánico… vamos, no precisamente la persona que uno desearía como progenitor, ni natural ni adoptado. Pero, como veremos, el film apuesta por la tesis de que la paternidad puede no ser una cuestión de sangre, sino, sobre todo, de roce.
El proceso de aprendizaje vital, de maduración, será entonces su asunto principal en lo que se puede considerar un “coming age” (iniciación, crecimiento, llegada a la adultez) tras una grave tragedia familiar. Colateralmente aparecerán otros temas recurrentes del anime, como el del desentendimiento parental de los esfuerzos de los hijos, y también, y sobre todo, el del execrable acoso escolar o “bullying”, en ambos casos reflejados en una chica, Kaede, a la que el prota conocerá ya de casi adulto cuando empieza a simultanear su vida en el mundo humano con el de las bestias, y que supondrá en cierta manera su nexo con humanidad, una humanidad también herida, como él mismo; y es que, como vemos, las relaciones paterno-filiales (o su ausencia, por la muerte precoz y trágica de los progenitores) sigue siendo uno de los temas (en sus muy variadas circunstancias) que con más frecuencia aparecen en los modernos animes.
La película presenta un Tokio reflejado con gran precisión, con un dibujo de los fondos urbanos muy minucioso y detallista, en la mejor tradición del anime japonés de las últimas décadas, que otorga a sus paisajes urbanos un tono como hiperrealista, casi naturalista. El film, que empieza razonablemente bien, pero sin alharacas, va creciendo en interés conforme la historia avanza, con una parte final ciertamente notable, cuando Kumatetsu, la bestia que adoptó al chico protagonista, se habrá de enfrentar en desigual duelo a un ser humano también adoptado en otro tiempo, que ha absorbido poderes de la Parte Oscura de su humanidad que le convierten en omnisciente y casi omnipotente, lo que permite a Hosoda jugar con algunos rasgos cultistas, como la presentación del antagonista transmutado en una ominosa ballena blanca, a resultas de la lectura por parte del protagonista (cuya mente ha sido “hackeada” por el villano) del Moby Dick melvilleano. De esta forma, toda esta parte final es muy potente, narrativa y conceptualmente, en un hermoso, doliente, finalmente esperanzado film sobre (como casi todo el anime) la infancia que sufre, ya sea física o, sobre todo, psicológicamente.
(15-06-2025)
119'