El cine europeo (en este caso el francés, que es el más pujante entre sus pares) sigue queriendo plantar cara al cine USA en su propio terreno, el género de acción, pero películas como esta El pacto de los lobos confirman que nos queda mucho camino que recorrer hasta llegar a los niveles de perfección del amigo americano.
Porque el film, que ciertamente se desenvuelve con soltura en las escenas espectaculares, deja mucho que desear en el resto, que es casi todo: el guión es incoherente, inconexo, sin aprovechar el evidente interés de la historia, que habla de cierta bestia que al parecer existió realmente en una alejada región de la Francia pre-revolucionaria, y cómo los intereses del Estado y de la Iglesia colisionaron a causa (o quizá como excusa de) ella.
La caza de ese monstruo será el eje de la acción, pero también, y sobre todo, las numerosas escenas en las que un caballero franchute del siglo XVIII y su amigo indio americano luchan, con el más depurado estilo que imaginarse pueda, en todas las artes marciales... orientales, que ya es imaginación.
Aparte del despropósito histórico que ello supone, la discreta historia romántica es de lo más insulsa, la maquinación o contubernio de los nobles da risa (la sesión de la secta secreta parece Eyes wide shut en versión Agárralo como puedas...) y la sensación general es de naufragio, un naufragio larguísimo de casi dos horas y media. Y es que ya lo decía el clásico cachondo: "Ya que no somos profundos, al menos seamos oscuros...".
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