Hay toda una generación de cineastas franceses, anteriores o coetáneos a los de la Nouvelle Vague pero no incursos en ese potente movimiento renovador del cine galo, que parecen haber caído en el olvido, cuando fueron muy interesantes. Hablamos de cineastas como H.G. Clouzot, Jacques Becker, o este Georges Franju que dirigió El pecado del padre Mouret. Franju fue cofundador de la Cinemateca Francesa junto a Henri Langlois, y sin duda fue uno de los grandes nombres del cine francés de los años cincuenta y sesenta, a la vez teórico (como historiador y crítico) y práctico (como guionista y director), aunque hoy extrañamente su cine haya sido prácticamente olvidado, me temo que incluso en su país de origen.
El joven sacerdote Serge Mouret, de frágil salud, sufre un día un desmayo; como consecuencia de la caída, el cura pierde la memoria, siendo cuidado en su convalecencia por una joven cuyo padre es un reconocido ateo. Amnésico, sin idea cabal de su real estatus como clérigo, el padre Mouret cae enamorado de la joven que generosamente le atiende. Pero la amnesia es temporal...
Sobre la novela homónima de Émile Zola, es cierto que El pecado del padre Mouret no se puede considerar una de las grandes películas de la carrera de Franju, las que habría que buscar en títulos como La cabeza contra la pared, Los ojos sin rostro, Relato íntimo o Judex, pero de todas formas esta límpida, clásica adaptación del texto original del autor del célebre artículo "J’accuse" es una obra inspirada y serena, tan evocadora del sentido cinematográfico de Franju, un cine a medias entre la poesía y el realismo, una filmografía en la que destaca la creación de atmósferas tan personales, tan sutiles y a la vez tan aparentemente sencillas.
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