Esta película está disponible en el catálogo de Filmin.
El irredento Líbano, que pasó de ser la Suiza de Oriente Medio de los años cincuenta y sesenta al país permanentemente devastado por una guerra civil intermitente a partir de mediados de los años setenta, ha sido escenario de varias películas con intrigas de espionaje, generalmente con buen tono, historias que se han desarrollado en el paisaje del país de los cedros y en las que varias potencias juegan macabras partidas de ajedrez, en las que los peones tienen carne y sangre. A vuela pluma se pueden recordar algunos títulos, desde la ya casi prehistórica Círculo de engaños (1981), de Volker Schlöndorff, rodada aún en un Beirut en plena guerra, con Bruno Ganz y Hanna Schygulla, hasta la mucho más reciente Red de mentiras (2008), de Ridley Scott, con Russell Crowe y Leonardo DiCaprio, pasando por Syriana (2005), de Stephen Gaghan, con la que George Clooney ganó el Oscar.
El rehén se cuenta en dos tiempos históricos distintos: en un prólogo, asistimos a una fiesta dada en 1972 por Mason, diplomático norteamericano, en su mansión de Beirut, donde está destinado; un amigo de la CIA le visita para llevarse a Karim, un chico palestino de 13 años que Mason tiene como adoptado, pues el muchacho tiene un hermano que es activista de la OLP; pero un grupo terrorista asalta la casa para llevarse al chico, y en la refriega muere la mujer de Mason, Nadia. La historia da entonces un salto de diez años, hasta 1982, en Boston. Allí, un Mason alcoholizado y arruinado física y moralmente malvive como mediador en conflictos laborales. Pero, de improviso, la todopoderosa Agencia Nacional de Seguridad le hace una proposición que intentará rechazar...
Brad Anderson, el director de El rehén, es un veterano cineasta curtido sobre todo en series televisivas: ha puesto en escena episodios de series tan conocidas como Fringe, Boardwalk Empire, Person of interest o Almost Human; en cine su trayectoria es bastante más menguada, pero cuando lo ha hecho ha sido en productos cuando menos curiosos, como Session 9 (2001) o El maquinista (2004), esta última hecha bajo pabellón español y con un físicamente estragado (“ad hoc”) Christian Bale. El rehén también es un film peculiar: su protagonista fue un hombre brillante, un diplomático cuyo porvenir no parecía tener límites, pero al que una tragedia sin nombre convirtió en algo parecido a una piltrafa humana. Uno de los cínicos mandos del espionaje norteamericano define en un momento dado la trayectoria de Mason como “de Kissinger a la letrina”. Pero ese hombre que ha llegado al último escalón social del ser humano, un perdedor absoluto, habrá de convertirse de nuevo en el inteligente, brillante tipo que se mueve como pez en el agua en las confusas, riesgosas aguas de un país desvertebrado como era el Líbano de la guerra civil 1975-90 (ahora no es que esté mucho mejor, pero al menos no hay guerra declarada...), para salvar al amigo querido al que, sin embargo, de alguna forma culpa de su tragedia, pero sobre todo para salvarse a sí mismo, perdonarse, reencontrarse con el pasado, en una historia que, de alguna forma, está emparentada, muy libremente, con la bíblica parábola del hijo pródigo, que fue contada por primera vez dos mil años antes, tan cerca de los hechos que aquí se narran.
Sólido film de intriga con espías en zona de guerra, la película de Anderson se beneficia de, además del notable oficio de su realizador, más que demostrado, de un competente guion de Tony Gilroy, el creador como libretista de la saga de Jason Bourne, pero también de la interesante Michael Clayton (2007), que él mismo puso en imágenes. Con buenos diálogos y personajes bien definidos, El rehén es una película que va creciendo y mejorando con el paso de los minutos, hasta llegar a un final en el que, sin tener que recurrir a grandes escenas de acción, se consiguen considerables dosis de tensión argumental, en un peligroso juego en el que todos tienen que engañar a todos para intentar salir con vida y, además, hacer lo correcto.
Con el paisaje al fondo de un país que no termina de levantar cabeza (aquí rodado en la bastante más tranquila Tánger, en Marruecos), y al que el protagonista, clarividentemente, define al principio como “una pensión sin dueño”, El rehén tiene en Jon Hamm su mejor aliado, un actor que se dio a conocer como protagonista de la serie Mad Men, y que ha crecido de forma notable; aquí su transición desde el diplomático brillante y cosmopolita del principio al hombre hundido en el que se convierte diez años después está dada con verosimilitud. Sin embargo, Rosamund Pike, que es una buena actriz, nos parece un error de casting: no nos la terminamos de creer como bragada agente de la CIA de gatillo fácil: le falta dureza y le sobra dulzura...
(12-08-2018)
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